RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL. CAPÍTULO DIEZ.
RELATO DE UNA ESPOSA
INFIEL
POR: PATRICIA KAMINSKI
©
CAPITULO 10
Gracias a todos los
que han leído mi relato, estoy feliz, este relato es el más leído de todos lo
que hemos publicado en La colcha, y les doy las gracias por hacerme sentir tan
bien. Ahora, una mala, ya casi llegamos al final: una lástima, una lágrima y
una sonrisa para soñar con lo que viene.
CAPITULO 10
Pasamos varias semanas igual, dos o tres veces semanales en las que mis
encuentros con Benji se hicieron cada vez más salvajes y más atrevidos, cosa
que hoy me parecen de niños, pero que –en ese momento- me parecían cargados de
pura adrenalina y me hacían saltar el corazón del cuerpo, me fascinaba sentirme
así. La relación con mi marido y con el resto de mi familia se hacía cada vez más
distante, pero eso poco me importaba; aparte de bebedora y fumadora me había
vuelto egoísta y solo me importaba lo que me brindara placer a mí, sin importar
lo que los demás tuvieran que sacrificar para que yo estuviera contenta y
pudiera tirar sin problemas.
Y eso mismo puedo decir que pasó con Benji, durante una
semana casi nos encontramos a diario, para el jueves el pobre ya no podía
caminar derecho y tuvo que pedirme un descanso, descanso que yo le impedí con
una pataleta como pocas veces lo había hecho en mi vida. Ese jueves pagó por
sapo, pero el viernes el desgraciado me apagó el teléfono para no contestarme.
Lo estuve llamando todo el día, pero nada. Ya sin pena, me encerré en la
oficina y me tomé una foto con las tetas al aire y se la envié, pero él no respondió.
Y así fue el sábado y el domingo y el lunes. Me evitaba, me sacaba el cuerpo a propósito
y eso me desesperaba. Necesitaba que él me atendiera como yo lo merecía, pero
no, yo ya le daba miedo a sus huevos y, seguramente, cada vez que pensaba en mí,
su pito se estremecía del dolor y del recuerdo y prefería no llamarme… por lo menos
eso fue lo que pensé durante mucho tiempo, pensamientos y conclusiones que esta
tarde se fueron al infierno con lo que quedaba de mis valores.
Durante dos semanas, Benji se portó realmente mal conmigo,
pocas veces nos encontramos, pocas veces nos llamamos y pocas veces me pidió
fotos o cosas por el estilo. Parecía que se había cansado de mí, que el fuego
se había apagado y que esa llama que él había encendido en mí ahora le asustaba
al punto de querer alejarse para siempre. Una noche no aguanté más. Desesperada
lo llamé y lo llamé hasta que no tuvo otra opción que la de contestarme y con
la furia propia de todo amante descubierto me citó para el día siguiente en su
oficina. Era la primera vez que me citaba en su oficina para hablar de
nosotros, de sexo y de pasión.
Al otro día me puse la ropa de combate, no quería dejar pasar
la oportunidad de que me
follara en cualquier momento. Minifalda negra, un
liguero al que se le marcaban las correas por encima de la tela de la falda,
tacones altos y una blusa también negra que por delante tenía un escote
pequeño, pero que por detrás no tenía tela y dejaba mi espalda completamente
descubierta, no me puse brasier, para ese entonces ya solo usaba interiores en
ocasiones especiales, una chaqueta para el frio y listo, me fui a encontrar con
él.
Al principio me tocó esperar porque había citado a un montón
de personas al mismo tiempo que a mí. Casi una hora duré en el pasillo de la
oficina hablando con cuanta compañera pasaba sobre los niños y las políticas de
estado ¿Y a mí que putas me importaba eso? Que me pagaran, eso sí era lo
importante de mi trabajo, pero el resto ¿De qué me servía? Que hicieran con la
humanidad lo que se les diera la gana, eso era problema de ellos ¿De que me servía
que se hablara tanto de los niños si Benji no quería darme rico hasta preñarme?
Fue tiempo perdido. Casi todas me miraban y se admiraban de mi cambio, de mi nueva
forma de vestir y de mi cigarrillo entre los labios, a cada una le daba una respuesta
diferente, no me importaba lo que pensaran de mí, algunas incluso me veían de
arriba a abajo y abrían los ojos como si hubieran visto a un demonio, tal vez
me había convertido en un demonio, y se iban hablando entre ellas, chismoseando
de mí y de ese liguero que se notaba sobre mis nalgas.
Por fin, Benji me llamó. Al entrar lo saludé de beso en la
mejilla y con mucho disimulo pasé mi mano sobre su pantalón, queriendo despertar
a ese chiquito que me desvelaba tanto. Él cerró la puerta y yo me abalancé a besarlo,
pero él me detuvo
—Aquí no, Angie, están las cámaras
—¿Pusiste cámaras en tu oficina? ¡Que
idiota!
—No las puse yo, las puso el que
estaba antes.
—¿El viejo Chaparro?
—El mismo.
—Ese era más morboso que tu
—¿Y también te acostaste con él?
—¿Tengo cara de puta?
—Ahora si
—¿Y cuando me conociste?
—Tenías cara de árbol seco
—No sabía todo lo que tenía por
dentro, pero gracias a ti lo descubrí. ¿Por qué no nos vamos a la suite maya
ahora mismo y dejamos que todo esto se resuelva solo?
—No puedo, tengo mucho que hacer
—Siempre tienes cosas que hacer.
Ahora siempre encuentras excusas cuando te llamo. Benji, tú me creaste, tú me
hiciste así ¿Por qué te asustas con tu creación?
—No me asusto es solo que ahora estoy
ocupado.
Le di la espalda, me sentía decepcionada, defraudada como un
niño al que se le prometen mil juguetes pero se le compra una camiseta de
cumpleaños.
—¿Me citaste para acabar con lo
nuestro? —le pregunté
—¡No! ¿Cómo se te ocurre decir eso? Y
yo no quiero terminar contigo Angie, solo que ahora no puedo. No tengo tanto
tiempo como antes.
—Eso es mentira, siempre tuviste
tiempo para mí y para tu trabajo. Admítelo, te cansaste de mí, ya no te gusto.
—Claro que no, Angie. Me fascinas,
pero ahora no puedo.
Con una rabia impresionante le dije:
—Esta bien, entonces vuélveme a
llamar cuando tengas tiempo, mientras tanto me voy a buscar otro que quiera
darme lo que tú no puedes.
Y salí dándole un portazo que despertó a todo el mundo. No
quise hablar con nadie y me fui
directamente a mi casa a acostarme a llorar por él, por mi marido y por todos
los infelices hombres de este puto mundo.
Estaba acostada aun gimiendo como una gata cuando sonó el teléfono.
Era Benji. No quise contestarle. Luego me escribió que no fuera mala, que le
contestara porque quería hablar conmigo. No le contesté, quería que supiera que
estaba furiosa con él y que no quería nada. Me dejó un mensaje diciendo que yo
ganaba, que nos veríamos esa tarde y que la pasaríamos bien rico como siempre
lo hacíamos. No le contesté y la cosa comenzó a preocuparlo. A eso de las dos
de la tarde me volvió a llamar y fue con tanta insistencia que no tuve otra
opción que contestarle para que ese ruido no me desesperara aún más.
—¿Qué quieres?
—Quiero hablar contigo, veámonos ya,
quiero verte. Nos vemos en la suite maya.
—No, Benji —le contesté— hoy no tengo
ganas de tirar, ya estoy seca de tanto llorar
—Está bien, tu ganas, dime en donde
pero veámonos, no quiero que estemos bravos, además, te tengo una sorpresa que
te va a encantar.
Nos quedamos de ver en un café del centro comercial al que siempre
iba.
A eso de las cuatro nos encontramos en el café y pedimos un
par de tragos. Yo me hice la que estaba brava, pero al verlo ahí, con ese afán
por contentarme, se me paso todo de repente. Después de darme las diez mil
explicaciones de su ausencia, de sus compromisos y de sus problemas en la casa
por tener moza, me dio un beso y poco a poco nos consolamos y también poco a
poco fue metiéndome mano cada vez más adentro y cada vez más descarado ante los
pocos clientes que tenía el café a esa hora.
—¿Cuál era la sorpresa? —le dije terminando
mi trago
—Ah, eso si no se te ha olvidado ¿no?
Así me gusta Angie que me quieras y que me exijas, que no seas como mi esposa
sino más bien como mi moza, como mi mujer. ¿Estas preparada? —me dijo metiendo
la mano al bolsillo interno de su chaqueta.
Yo esperé ansiosa que sacara algún regalo, alguna joya o algo
así, pero no, sacó un sobre alargado y me lo pasó.
—Toma —me dijo— ¿Querías pasar un
tiempo conmigo? Pues ahí está, nuestra luna de miel
Yo ansiosa destapé el sobre y eran dos tiquetes de avión para
Panamá, apenas los vi salté encima de mi amante y le di un beso que casi lo
ahoga. De una me puse feliz, dichosa y los ojos se me llenaron de lágrimas como
si fuera Roxana.
—Es un viaje de cuatro días, la
excusa es un congreso de educación, pero que congreso ni que nada, nos vamos a la
playa y nos vamos a portar mal, tan mal como tu quieras.
—¿Cuándo nos vamos?
—Este fin de semana. Decimos que comienza
el sábado y listo
—¿Y ese congreso si es de verdad?
—Sí, pero ¿a quién le importa? Tengo
un amigo que puede firmar la asistencia por nosotros
—¿Y quién paga?
—El gobierno. Tu solo tienes que
llevar ese par de tetas y ese culo delicioso que te cargas a todas partes.
Me boté encima y le di un beso escandaloso, Benji aprovecho
para sobarme las tetas frente a todos, pero de la alegría no me importó, me
habría podido quitar la ropa y quedarme empelota allí, no me importaba, lo que
me hacía feliz era que iba a pasar cuatro días en una playa desconocida junto a
él.
—¿Y que le digo a mi marido?
—Dile lo del congreso
—¿Y si no me cree?
—Si no te cree, dile la verdad, que
te vas de vacaciones con tu amante preferido y que vas a tirar conmigo mientras
piensas en él.
Nos reímos, nos tomamos otro par de tragos y le propuse que
nos fuéramos a la suite maya a celebrar, pero él dijo que tenía que prepararlo
todo, portase bien en su casa y que lo mejor era que guardáramos todas las
ganas para el viaje. Que alistara el bikini y el traje de Eva porque pensaba
llevarme a un sitio donde pudiera tomar el sol empelota mientras todos me veían.
Yo estaba feliz con todas sus propuestas y sus cochinadas, en lugar de
retroceder por sus palabras me ponía más contenta y saltaba cada vez más alto
sobre la silla, llamando la atención de los demás, que ya me estaban viendo
como la zorra que era.
Nos despedimos, pero antes de irme para mi casa a ver a mis
hijos, pasé por la tienda de trajes de baño y me compré tres bikinis: el
primero un bikini normal de flores estampadas para mostrarle a mi marido, con
la cola cubierta y el brasier bien tapado, que no dejara ver nada de lo que no
se debía. El segundo para mostrárselo a Benji en fotos, un bikini negro que me
quedaba bien ajustado en los senos, que cubría bien los frentes aunque los
laterales los dejaba al descubierto y abajo un calzón bajito que me cubría
menos de la mitad de la cola, todo con nudos de amarrar y soltar cuando se
deseara. El tercero era azul celeste, ese era para mostrárselo al resto del
mundo: era un hilo que apenas si me cubría la cuca y me dejaba toda la cola al
aire y arriba dos pequeños triángulos que con dificultad me iban a cubrir los pezones,
ese era el que quería lucir más.
Llegué a mi casa temprano y todos hicieron una raya por haber
llegado a esa hora. Decidí que no valía la pena ocultar más la verdad y que
debía soltar lo del viaje de un solo tirón. Como ya me lo esperaba, mi marido
no me creyó.
—¿Y por qué hasta ahora? ¿Por qué no
me dijiste nada de esto antes?
—Pues si no te has dado cuenta querido,
hace mucho tiempo ambos hacemos cosas que no le decimos al otro. Además casi no
tenemos tiempo para hablar de algo o de nada.
—Sí y eso es porque tu nunca estas
ahora con nosotros
—Por eso mi vida, no estoy porque me
la pasó haciendo mis trámites para nuestro futuro.
—¿Y los niños?
—¿Quieres que me los lleve y los deje
por ahí en la calle mientras voy al congreso?
—Pues no, pero también necesitan un
descanso… y yo también, últimamente me ha tocado todo el trabajo a mi
—A mí me tocó diez años seguidos y jamás
me quejé. Además no me voy a ir seis meses, solo van a ser cuatro días y cuatro
noches.
—¿Cuándo te vas?
—¿El domingo por la mañana?
—Ah ¿Ahora hacen congresos los domingos?
—El domingo es para instalarnos y
saber dónde queda el hotel y esas cosas ¿No se te ocurrió nada de eso?
—¿Y quién lo paga?
—El gobierno
—¿Cuál gobierno?
—Yo que sé. Si quieres les pregunto,
si quieres les digo: señores no me lleven al congreso porque mi marido necesita
su declaración de renta juramentada y autenticada.
—¿Y con quien te vas?
—Con mis jefes
—¿Y tú jefes son hombres o mujeres?
—De todo, pero mi jefe inmediato es
hombre y vamos a tirar como perros mientras pensamos en ti –le dije mirándolo a
los ojos
—No es para que me contestes así —dijo
dándome la espalda
—¿Cómo quieres que te conteste con
todo ese interrogatorio? Supongo que lo que quieres escuchar es que me volví la
moza de mi jefe y me voy con él a tirar en una playa mientras tu sufres aquí en
tu casa ¿Eso es lo que crees, no? Porque es obvio que ya no confías en mí
—Si confío en ti, pero entiende que
esto me toma por sorpresa
—Para mí también fue una sorpresa
—¿Y tú jefe es casado?
—Sí, pero ¿a quién le importa eso?
Los casados también tiran o ¿no? Bueno, todos menos tú.
Se alejó para evitar más peleas. Hicimos la cena y todos cenamos
mientras veíamos las masacres y los robos del día en televisión. Luego,
mientras los niños veían mamarrachos, mi marido se acercó y me dijo:
—¿Y van a ir a la playa?
—Supongo —le contesté
—¿Y que te vas a poner?
Le hice un gesto para que esperara sentado y me fui al cuarto
a ponerme el bikini. Abrí la bolsa y encontré los tres bikinis empacados y
revueltos entre sí. Me quedé mirándolos como llevada por mis pensamientos, por
las maquinaciones de lo que podía pasar con cada uno de ellos. En algún
momento, agarré le bikini azul celeste, el más pequeño, tuve la intención de ponérmelo
y salir así frente a ellos para confesarles lo que pensaba hacer. Quería que de
una vez por todas supieran quien era su esposa, quien era su madre, quien era
de verdad la mujer que tenían en frente. Quería mostrarles todo, que se dieran
cuenta de mi cuerpo, de mis marcas, de mis deseos, de todo lo que ahora me
encantaba… pero no, no era el momento para confesarme, no era el momento para
tirarme el plan de las vacaciones, mejor lo dejaba para después, para cuando
regresara o para cuando sintiera la necesidad de lanzarme contra el muro.
Agarré el bikini de flores y me lo puse, era más pequeño de lo que me acordaba
en el probador, pero aun así, me cubría lo suficiente para no dejar mala
impresión ante mi audiencia. Salí descalza y se los mostré a todos. Los tres se
quedaron mirándome con la boca abierta
—¿Y, como me veo?
—Linda —dijeron mis hijos y yo me
agaché para darles un buen beso.
—Te ves bien —dijo mi marido
aceptando la opinión de sus hijos- te lo puedes llevar para las vacaciones de
fin de año
Yo le sonreí me acerqué y lo besé, no mucho para que no se me
calentara demasiado, quería guardar fuerzas para mi encuentro de 96 horas con
Benji.
El resto de la semana me la pasé alistando todo para el
viaje, sobre todo las coartadas que necesitaba para que mi marido no supiera nada,
incluso mi amiga Clarita quedó bien informada de lo que debía decir y como debía
decirlo, todo a cambio de tres domingos de rodillas en su iglesia.
Llegó el sábado y comencé a alistar la maleta. Todo a
escondidas, claro. Coloqué los tres bikinis sobre la cama y por un momento
pensé en solo llevar el pequeño, incluso se me ocurrió no llevar ninguno ¿para
que si lo que íbamos a hacer con Benji no implicaba ropa? Pero los putos protocolos
me llevaron a empacar los tres bikinis. También un vestido ligero para cuando
saliéramos a alguna parte y un vestido más ligero todavía, con un escote muy
profundo por si teníamos que salir a algún sitio nocturno a armar escándalo. No
más, ni brasier, ni tangas ni pijama ni nada de nada. Estaba dispuesta a
pasarla bien, a alocarme completa, a perder el rumbo y a volver a encontrarlo
en el muelle internacional de regreso al aeropuerto.
Cuando cerré la cremallera de la maleta casi no llevaba nada,
sobretodo frascos y crema para no quemarme la cola con tanto sol. No podía
creer que me había gastado casi dos horas empacando solo eso ¿Por qué las
mujeres seremos así? Los hombres son capaces de empacar un contenedor en media
hora mientras nosotras nos gastamos dos días en escoger que calzones combinan
con lo que nadie más va a mirar.
Como sea, estaba lista. Llame a Benji por última vez y ultimamos
los detalles del viaje, nos íbamos a encontrar en el avión para que ninguno
tuviera problemas con sus familias y evitáramos sospechas. Un último beso por
teléfono y listo. Por la noche una buena mamada a mi esposo para que tuviera
con que masturbarse en mi ausencia y un polvo que lo dejo frito y sin ganas de
preguntar más detalles. Un buen sueño reparador y a las cinco de la mañana ya estaba
despierta y alistándome para irme…
FIN DEL CAPÍTULO DIEZ.
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