QUINTO CAPÍTULO DE RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL
RELATO DE UNA ESPOSA
INFIEL
POR: PATRICIA KAMINSKI
©
CAPITULO 5
Gracias a todos los
que han leído mi relato: los quiero hasta las nueces. Sigan conectados a La colcha, parche parlanchín, el único
lugar donde no me sonrojo y soy lo que soy, como se debe ser en este cochino
mundo. Los invito a leer el resto de capítulos de este relato (les dejó los
links en la parte de abajo). Comenten, compartan y disfruten con todo lo que
hacemos.
CAPITULO 5
Después de la llorada de rutina antes de salir de mi casa y luego
encerrada en el baño de la oficina, me puse a trabajar y tratar de olvidar con
papeles y firmas la humillación que me había hecho Benji; ya buscaría el
momento de vengarme y de hacerlo sentir tan mal como él me había hecho sentir a
mí.
Eran como las diez de la mañana y yo estaba leyendo un
decreto nuevo de la alcaldía sobre los calzones de las niñas, cuando sonó el teléfono.
Era él
—¡Hijueputa! —le grité apenas le contesté
—No es para tanto —me dijo el
desgraciado- mi esposa también tiene derecho o ¿no?
—Vete a la mierda —le dije a punto de
colgarle
—No espérate ¿Cómo me vas a colgar
sin dejarme hablar? Mejor ¿Por qué no nos vemos esta tarde y lo resolvemos?
—¿Resolver qué? Nosotros no tenemos
nada que resolver.
—Te entiendo y estoy de acuerdo contigo,
pero mejor hablémoslo esta tarde a las cinco en punto en el sitio que te envié.
—¿Cuál sitio? —le pregunté sin saber
de lo que me hablaba
—¿Cómo que cual sitio, no has visto
las fotos? Bueno, entonces míralas y te espero allá. Te voy a enviar un memo
para darte permiso esta tarde.
—¿Para qué o qué? —dije asustada por
tantas palabras
—Ah, antes de se me pase —me
contestó— no se te olvide vestirte como esa muchacha, te debes ver muy rica así.
—¿Cuál muchacha?
—Te espero a las cinco, donde no cumplas,
olvídate de mí.
Y colgó sin decirme más. Quedé más apaleada y confundida de
lo que estaba antes de que me llamara. No solo no recibió mis insultos sino que
los usaba para entablar conversación y darme órdenes para que me encontrara de
nuevo con él. Tenía güevas para mandarme así después de haberme hecho sentir como
un gusano.
Miré las otras fotos, eran de viejas, como las que miraba mi
marido, me dio rabia porque pensé que también quería echarme en cara eso, pero
recordé que me había dicho que me vistiera igual que ella, el problema era que
la vieja esa estaba en liguero y con una tanga chiquitica y un brasier de
encaje negro. Yo nunca había usado un liguero y apenas la idea de comprármelo y
ponérmelo había sido la vez pasada cuando no lo compré por falta de plata y de
tiempo. Tragué saliva, la idea ya me estaba comenzando a perturbar. Pero el
golpe duro llegó con la siguiente foto en la aparecía una modelo como esas que
aparecen en las cajas de los tintes de cabello, tenía el cabello del mismo
color que ei mío, pero con iluminaciones más brillantes. Mi cabello era castaño
y la última vez me había hecho iluminaciones doradas, pero lo que estaba viendo
en la foto eran mechones muchos más claros y un peinado mucho más lanzado que
cualquiera que yo hubiera usado antes. Supuse que eso era lo que él quería. Le
envié un mensaje para confirmarlo, pero él solo me contestó: Fui claro contigo,
tal como aparece la modelo, nos vemos a las cinco en el motel.
¿Qué debía hacer? Estaba más perdida que la mamá del chavo,
no sabía si apagar el teléfono y cortarme las venas con las hojas del decreto
que estaba leyendo o correr rápido a alistarme para correrme encima de la máquina
del amor y después comerme el sándwich de cortesía. Miré el reloj, en tanta
vuelta ya daban las once y media de la mañana y no me quedaba mucho tiempo para
decidirme. Tenía que comprar cosas, ir al salón de belleza para el peinado, y
comprar zapatos de aguja y el liguero —y yo nunca me había puesto una mierda de
esas y ni sabía cómo se colocaba—. ¿Y la plata? ¿De dónde iba a sacar si
estábamos a mitad de mes? No sabía qué hacer, solo sentía que mi corazón palpitaba
fuerte, como que se quería salir de mi cuerpo, y que todo lo demás, todo lo que
me rodeaba, había dejado de existir y de tener importancia con la sola idea de
pasarla y de tirar a gusto.
No sentía nada más. Era una pelea interna en mi mente. Me
estaba matando sola, me estaba clavando un cuchillo en toda la frente, pero tenía
que aceptarlo, no podía controlarme, no podía dejar de pensar en todo lo que me
había tentado Benji, no podía hacer otra cosa más que caer en la tentación y
entregarme de lleno al pecado. Eso era lo que quería, pecar, que me devorara el
infierno y después tragarme la cabeza del diablo con mis labios.
Eran las doce cuando decidida
me levanté del asiento, guardé todos los papeles en los cajones de los
archivos, agarré mi bolso y salí casi sin despedirme de nadie mientras le decía
a mi secretaria que tenía algo urgente que resolver y que no volvería sino
hasta el otro día o hasta que me encontraran clavada con una sonrisa de oreja a
oreja en la silla colgante, muerta del delirio y del orgasmo.
Me fui de una, casi corriendo para el centro comercial. No almorcé,
no tenía hambre ni tiempo, lo que hice fue buscar un salón de belleza que había
visto y me metí sin dudarlo.
—Mire, quiero que me deje igual que
ella —le dije al estilista mostrándole la foto que me había mandado Benji.
El estilista se quedó mirando la foto, analizándola y
analizándome a mí, tratando de encontrar la forma de remediar todo eso.
—Se puede, si se puede —dijo
afirmando— su cabello es de un tono parecido, pero toca hacer muchas
iluminaciones y todo eso. Se demora cuatro horas y le vale tanto. Usted me
dirá.
El precio casi me hace desmayar, no tenía tanta plata en
efectivo, me tocaba usar la tarjeta, lo estaba pensando cuando miré el reloj de
la pared, daba casi la una y cuatro horas metida ahí, apenas a las cinco, si lo
seguía pensando se me iba a hacer tarde. Sin darle más vueltas me senté en el
trono y dejé que el estilista hiciera el resto.
Me dejó tal cual el corte que aparecía en la foto, eso sí me
hizo de todo, pero valió a pena, el trabajo fue excelente y desde ese día no
cambio a mi estilista por nada, eso hasta que aparezca muerto o algo así. Tuve
tiempo de contarle parte de mi historia y de la necesidad que tenia de que terminara
pronto y así lo hizo él y terminó apenas pasadas las cuatro de la tarde. Diferí
la cuenta a seis cuotas y salí corriendo a buscar el liguero y la tanga
chiquita, casi no lo encuentro hasta que por fin di con él en una tienda
carísima, el precio era doloroso, pero ni modo, otras seis cuotas. Salí
corriendo, pero me acordé que llevaba zapatos de señora y que me faltaba
comprar los de tacón de aguja, los encontré fácil, pero caros. Otras seis
cuotas. Salí de ahí y me acordé que no tenía maquillaje para resaltar todo eso
y quedar como la modelo. Lo compré. Otras seis cuotas. En menos de una hora me había
gastado todo lo que en un año invertía en la ropa de mis hijos. Salí y me di cuenta
que me faltaba algo para ponerme encima porque no pretendía irme en liguero por
toda la ciudad. Compré una blusa que me cubría media pierna. Por fin salí
corriendo al baño a cambiarme, pero con tanta cosa ya casi daban las cinco.
Me metí en el primer baño que encontré, bajé la tapa del
sanitario y me empeloté completa, jamás me había desnudado en un sitio público
y menos en un baño de un centro comercial en donde ni siquiera estaba permitido
mostrar una teta. Como pude me puse el liguero, la verdad fue que el afán
facilitó las cosas porque no sufrí para nada, ni me enredé con tanta tira y tanto
caucho. Me puse los zapatos y luego la blusa, empaqué mis cosas de señora en las
bolsas nuevas y salí a maquillarme al lavamanos.
Cuando salí era otra, casi ni me reconocí, de nuevo había
salido mi demonio por delante, pero esta vez era mucho más radiante que antes,
me saltaba el corazón de solo pensar que esa zorra que estaba frente al espejo
era yo. Estaba súper cambiadísima. Nunca me había visto así, no había quedado
igual a la de la foto, había quedado mejor, me daban ganas de comerme ahí
mismo. Era impresionante, tenía el cabello mucho más claro, era mucho más alta,
por encima de la blusa se me notaban unas tetas gigantescas que no parecían mías
y un culo como de negra, los zapatos me hacían ver más delgada y resaltar todo
eso. Las mamás que estaban junto a sus hijos apenas me miraban y sentía como me
envidiaban. Me sentí un poco incomoda, no estaba acostumbrada a tantas miradas
y me confundían si eran de envidia o de rechazo, como si de repente todos a mi
alrededor supieran de mi aventura y me señalaran por ser tan puta. No me atreví
a pasar más tiempo ahí, decidí maquillarme en el taxi, además ya era tarde y no
quería encontrarme con el castigo de Benji.
Salí casi corriendo a buscar un taxi y me subí en el primero
que estaba estacionado. Le indiqué la dirección del motel, el afán que tenía y
le prometí el doble de la carrera si llegaba rápido, el taxista arrancó como si
fuera un fórmula uno y pasaba calles y semáforos en rojo mientras yo luchaba
con la pestañina para no sacarme un ojo ni ahogarme sin satisfacción con el
labial. Llegué a las cinco y quince al motel. Agitada me bajé y le pagué el
doble al taxista usurero y aprovechado.
—Que la goce —me dijo el infeliz como
si yo fuera una de esas zorras a las que cargaba.
Entré al lobby del hotel y me recibió la recepcionista con
una sonrisa ridícula que solo demostraba que me estaba juzgando por mi pinta
sexy. Solo en ese momento me di cuenta que ni siquiera sabía para donde iba o a
quien debía preguntarle por Benji. Llamé a Benji para saber en qué cuarto
estaba, pero el desgraciado ese todavía no había llegado.
—Ya casi nos vemos, mientras tanto
separa la suite que te dije. Ya verás que la vamos a pasar bien rico esta
noche.
Ese fue el problema de mi vida porque también tenía que pagar
con la tarjeta y diferirlo a seis cuotas, pero el nombre del motel iba a
aparecer en los extractos del banco, extractos que revisaba mi marido cada mes
como si fuera un auditor fiscal. No sabía cómo hacer para pagar o para
responderle a mi marido cuando llegara el momento, pero ya había llegado
demasiado lejos y ya había gastado mucha plata como para arrepentirme. Saqué la
tarjeta y separé la suite. La recepcionista me llevó hasta la suite maya y me
dejó esperando sola como una güeva hasta que Benji llegara. Yo creo que no hay
una cosa más incómoda y deprimente que esperar en un motel sola hasta que el
mozo de una llegué, eso solo muestra el hambre de sexo y yo estaba demasiado
hambrienta y se notaba por todas partes.
Mientras lo esperaba, le di un vistazo al cuarto, a la máquina
del amor que era una silla con los brazos bien separados, a la máquina de los
deseos que era otra silla más chiquita y para estar solo en cuatro patas y a la
silla colgante que era un columpio de tela manchado con la leche de clientes
anteriores, no quise subirme ahí. No puse música porque no sabía cómo funcionaba
ese aparato, pero lo quería hacer porque lo único que escuchaba eran los
gemidos de los demás amantes y los alaridos de los que no alcanzaban a llegar a
tiempo.
Como a los veinte minutos de estar ahí, llegó Benji. Casi le
da un infarto de solo verme como estaba. No pudo parpadear y se me lanzó a besarme
y a decirme que estaba buena y que era la vieja más buena que había visto en el
mundo.
—Eres un hijueputa —le dije
—No hables —me contestó mientras me
besaba el cuello
—¿Por qué me mandaste esas fotos?
¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me humillas así?
Se alejó, me miró a los ojos y me dijo.
—Angie, estamos en un motel, estas
espectacular, solo quiero comerte y pasar la mejor noche de mi vida contigo. Si
quieres, hablamos después de todo eso y del vaticano si tú quieres, pero ahora,
deja todo eso en la puerta y dediquémonos a tirar. Deja tus problemas de señora
y saca a la zorra que tienes dentro. Eso es lo único que te pido, si no, mejor
nos vamos.
¿Cómo me iba a ir si ya estaba animada y había cruzado media
ciudad para estar con él y con su aparatico en la máquina del amor? Acepté, entendí
que lo pasado era pasado y que lo que había entre nosotros no era más que sexo
puro y delicioso. Nos besamos, me metió la lengua hasta la garganta y yo le
hice lo mismo, en minutos ya estábamos calientes y él me quitó la blusa y me
dejó en liguero, tanga y tacones. Ahí si se animó y se comportó como un animal,
como el animal que yo necesitaba.
No solo usamos la máquina del amor, la rompimos, le zafamos
un tornillo y me quedé con una pata en la mano mientras Benji reía con mi
miseria. Del calentón se me olvidó mi promesa de no montarme en la silla
colgante. Allá terminé sentada, encima de esas manchas ajenas mientras Benji se
paraba en puntas para clavármela hasta el fondo y atravesarme con su verga. Le
dimos parejo, nunca lo había visto sudando, pero esa noche le saqué agua por
todas partes, el pobre sudaba como un caballo en plena carrera y yo, feliz como
un jinete sin barreras. Me sentía en las nubes, incluso en la máquina de los
deseos que no servía para nada, me sentí ridícula, pero era feliz. Esa tarde se
la mamé a Benji como nunca había hecho con nadie, de hecho solo se lo había mamado
a mi marido y a un novio que había tenido antes de él, pero nunca lo había
hecho así, nunca me había metido las bolas de un hombre en la boca, ni siquiera
pensaba que eso fuera posible, pero esa noche lo hice y me sentí en el cielo acariciándole
las pelotas mientras él se metía en mis piernas y me chupaba hasta las tripas.
Estaba en el cielo y me sentía como un angelito dándole vida
a ese palo que crecía y estallaba gracias a mí, a mis cuidados, a mi
dedicación. Me sentía orgullosa, yo era la mujer que lo ponía así, que lo tenía
a mil sin mirar hacia otra parte, lo tenía esclavizado con mi cuerpo y mis
deseos, era yo, yo la que hacia sudar a un hombre de placer. El punto cumbre
llegó cuando me agarré las tetas y en un movimiento que no me conocía, me las
comencé a chupar. Vi las estrellas otra vez, nunca me había chupado los pezones
y no sé cómo hice, pero me los besé, me los chupé y me corrí solo con mi propia
excitación. Veía luces de lo arrecha que estaba y solo quería que Benji siguiera
y siguiera hasta que esas luces se opacaran.
Las seis horas enteras se nos fueron tirando, tenía la cuca
raspada y el pito de Benji estaba negro de tanta tensión, hasta que, yo sobre
él, cabalgaba como nunca en mi vida lo había hecho y él, de repente, soltó un
grito desesperado.
—Párate, párate —me dijo
Yo me frené aunque no entendía lo que pasaba y él de un empujón
me mandó al otro lado de la cama.
—¿Qué paso? —le dije jadeando y con
ganas de montarme otra vez.
—No puedo más Angie, estoy seco, me
duelen las güevas. No puedo más, consíguete otro mozo porque yo ya no aguanto
un polvo más esta noche.
Yo reía, nunca me habían pedido piedad, pero se sentía muy
bien. Me lancé encima y lo agarré a besos. Luego le vi su pito negro y casi
muerto y me decidí a agacharme para besarlo y consolarlo con mi lengua.
—¡No, no! —Me gritó Benji— no hagas
eso, no seas mala, déjame el chiquito tranquilo
Reí un buen rato, hacia tiempo no reía así por nada. Benji pidió
un par de cervezas por citófono y llegaron por una ventana pequeña al lado de
la puerta. Yo me paré empelota y las recogí, le pasé una a Benji y la mía me la
tomé como si fuera agua. Luego nos quedamos mirando, yo con una cara de ponqué
que no disimulaba y entre sonrisas le dije:
—¿Vamos a bailar?
Fin del capítulo 5.
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