RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL. CAPÍTULO 1
RELATO DE UNA ESPOSA
INFIEL
POR: PATRICIA KAMINSKI
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CAPITULO 1
No lo podía creer, la verdad ni siquiera había reaccionado de
la noticia, ni siquiera sabía que hacia ahí, pero ahí estaba, ahí seguía y, por
una extraña razón, estaba segura de que nada del mundo me iba a hacer cambiar
de parecer y estaría allí, en la mitad de ese problema un largo tiempo en mi
vida.
Era increíble, pero ahí estábamos los tres comiéndonos una
pizza en silencio. Ninguno de los tres decía nada, Benji apenas nos miraba a
las dos de reojo, pero tampoco era capaz de abrir la boca para decirnos algo. Ni
Mari ni yo éramos capaces de levantar nuestras miradas y enfrentar a Benji o a nosotras
mismas ¿Qué estaba pasando en mi vida? ¿A qué hora me había convertido en una
morbosa pervertida, sin decencia ni piedad? ¿Por qué no podía detenerme? ¿Tanto
me gustaba Benji… o, más que eso, tanto me gustaba lo que me hacía sentir que
estaba en camino de perderlo todo, de echar toda mi vida por la borda?
¿Qué nos había hecho Benji para tenernos así? Yo tenía
familia, marido y dos hijos, era una sábado en la tarde ¿Por qué no estaba con
ellos en lugar de estar con mi amante y con la, ahora, amante de los dos? ¿O
acaso seria yo la intrusa en esa relación degenerada? Las cosas eran tan
confusas que ya no sabía nada de eso. No sabía ya quién era el mozo de quien y cuál
de todos debía sentir la culpa que yo no sentía. ¿Por qué con Benji? No era el más
galán, ni el más guapo, ni el más atento, nada de eso, era apenas un hombre
normal que por mucho tenía su cargo, su plata y listo, aunque quedaba claro que
ni Mari ni yo estábamos ahí por plata, él jamás nos había dado plata y no
íbamos a esperar nada de él. Era puro sexo, nada más.
Miré a Mari tratando de buscar su mirada y su respuesta ¿Por
qué estábamos ahí, las dos teníamos maridos, hijos, éramos casadas por la
iglesia, íbamos a misa todos los domingos, por qué preferíamos seguir con él,
que también tenía a su esposa y una hija, sentadas ahí, esperando terminar ese
pedazo de pizza para después meternos a un motel asqueroso y armar nuestra
primera orgia? Eso era cierto, lo sabíamos, Benji no nos lo había dicho, pero
no teníamos que ser adivinas para saber que si estábamos ahí los tres era para
eso ¿Y qué pasaría después? ¿Agrandaríamos la comunidad hasta el infinito, me volvería
lesbiana y me iría a vivir con Mari? No lo sabía, pero cualquier cosa podía
esperar de esa relación. Ya habíamos llegado muy lejos, demasiado y lo peor era
que ninguno de los tres parecía tener ganas de terminar con eso.
¿Qué me pasaba, estaba segura de lo que estaba pensando? ¿Habían
pasado apenas horas desde que supe que Mari era la moza de Benji y había aceptado
a acostarme con ella también? Por qué en lugar de agarrar mi bolso y largarme
preferí aceptar ese estúpido pacto entre los tres, hasta le di mi declaración
en video a Mari ¿Por qué hice eso? Yo tenía la de ella, pero eso no significaba
nasa, ella o yo nos pudiéramos traicionar en cualquier momento… y si eso pasaba
¿Qué?
En un momento Benji nos miró y sonrió, el muy perro estaba
feliz con nosotras, con nuestra sumisión, con nuestra perversión, con nuestra
idiota obediencia, preparadas para hacer cualquier cochinada que a él se le ocurriera
¿Y si lo demandaba? ¿Si me paraba de esa silla y en lugar de irme a tirar con
ellos, me iba a una estación de policía y lo demandaba por acoso sexual? Era mi
jefe y podía decir que me había obligado a cambio de no quitarme el trabajo…
pero no, estaba la declaración, el pacto que nos había hecho firmar, aparte de
que, en mi caso, ya estaba demasiado enviciada en el sexo como para decirle que
no, y de cualquier forma, como mujer, siempre iba a perder, porque un juez me
podría creer, pero ¿Y mi marido, y mis hijos, y mi mamá, y el resto de los
mortales también me iban a creer? No. Ya me había puesto la palabra puta en la
frente y ya no me la podía borrar con nada.
Hubo un momento en el que Mari lo miró, con el mismo desprecio
y deseo con el que yo lo miraba, lo sé, entre putas nos conocemos ¿Por qué pasaba
todo eso si yo había conocido a Mari y era una mujer trabajadora, seria y
decente igual que yo? ¿Por qué estábamos ahí? Pero ahí nos tenía, a su merced.
Claro que la culpa no era solo de él, sobre todo era mi culpa. Siempre lo había
escuchado: el hombre propone y la mujer dispone, si yo le hubiera dicho que no
desde el principio, nada de eso habría pasado, pero no, yo dispuse, yo fui la
que acepté y cuando tuve la oportunidad no lo deje sino al contrario, lo perseguí,
lo acosé, lo amenacé con contarle todo a todos ¡Yo soy la culpable! Estoy
segura que nada de eso hubiera ocurrido si yo no lo hubiera llamado ¿Por qué
tuve que llamarlo ese día hasta el cansancio a las seis de la mañana?
A las seis de la mañana comencé a enviarle mensajes: ¿Cómo estás? ¿Si me estas pensando? Quiero
verte. Quiero pasar el día contigo. Quiero que me hagas el amor como siempre
y todas esas cosas hasta que claro, él se cansó y reaccionó. Lógico, hasta yo hubiera
reaccionado igual. Por fin, a eso de las ocho de la mañana me envió un mensaje:
Te espero esta tarde a la una en punto en
la oficina.
Eso sí me tomó por sorpresa porque jamás creí que me fuera a
retar así de feo ¿Cómo me iba a escapar para tirar con él, preciso un sábado al
mediodía y a la hora del tradicional almuerzo con mi familia? Le escribí que
no, que lo dejáramos para por la noche o para entre semana como
acostumbrábamos, pero me contestó: Ni
mierda. Hoy en mi oficina a la una.
¿Qué iba a hacer? Pensé y pensé en mil cosas hasta que se me
ocurrió decir que se me habían quedado unos papeles y que tenía que recogerlos
para tramitarlos el lunes a primera hora y no recibir ninguna sanción de la auditoria.
Obvio mi marido saltó:
— ¿Qué, cómo te hacen trabajar los sábados
y con ese sueldo tan pobre que te dan? ¡Tienen huevo, no vayas, tú no eres su
esclava! Deberías retirarte de esa empresa, si trabajar con el gobierno es de
lo peor. Malditos perros ¡Y a la una de la tarde, justo cuando almorzamos
juntos y, preciso hoy que viene mi mamá!
Yo solo aceptaba con la cabeza como esos perritos de los
taxis, no sabía que más decir a excepción de que me tocaba ir.
—Diles que no vas —me dijo.
—¿Cómo se te ocurre? —le dije
asustada— si me advirtieron que si no llevaba esos formularios el lunes me iban
a hacer una investigación… por… tu sabes cómo son ellos.
—¿Y qué pasa si no aceptas?
—¿Pues qué va a pasar? Que me echan
y, aparte de eso, pueden cerrar el colegio y todos los niños se pueden quedar
sin estudio y sin comida, pobrecitos, yo prefiero sacrificarme ¡Te imaginas
donde pasara eso!
Se quedó pensando ¡listo! Por ahí siempre lo tramaba: por los
niños. Curiosamente no por los hijos de él si no por los de los demás. Luego de
pensarlo me miró y me dijo:
—bueno, pero yo te acompaño
—¿Qué? No, no hay necesidad, además
viene tu mamá ¿Quién le va a abrir la puerta? No la vas a dejar plantada o ¿sí?
—No te preocupes la llamo para que
llegue más tarde. Además quiero acompañarte ¿no puedo o qué?
—Claro, pero no me hables así que no
tengo la culpa —le contesté algo asustada
Parecía que se olía la gravedad del problema. La verdad no
era para menos. Yo había cambiado demasiado en los últimos tres meses. Antes
era una mujer entregada, trabajadora, seria, centrada y una esposa ejemplar con
dos polvos máximo al mes. En cambio ahora, me veían cada vez menos en la casa,
me la pasa tomando, bailando, fumando y eso que ni se imaginaba la cantidad de
posiciones que ya me sabia y que me hacían sentir como una reina en un
manicomio. Aunque si soy sincera y busco a quién echarle la culpa de toda esa
situación debía culparlo a él. Él fue el que me llevo hasta ese punto. Yo
trabajaba tranquila coordinando un colegio de primaria en el distrito, ganaba
bien, pagaba las cuentas que él no podía, le ayudaba a pagar el carro que él
solo manejaba, cuidaba a los niños (tenemos dos, uno de 9 y otro de 6)
vestíamos bien y todo eso. Pero como a la semana de cumplir once años de
casados, me desperté en mitad de la noche, no lo vi en la cama y lo fui a
buscar. Casi me muero cuando lo encontré frente al computador masturbándose
mientras veía pornografía ¿Cómo podía preferir a una vieja asquerosa de esas
que a mí? Me puse a llorar como loca, le armé un escándalo porque me sentí
herida en lo más profundo. Yo luchando y sacrificándome por todo y apenas cerraba
los ojos él se ponía a ver viejas con silicona dándose dedo y posando como las
perras que eran. Lo mandé a dormir al sofá y no le volví a hablar como en una
semana y, justamente ahí en esa semana, fue que comenzó todo con Benji.
Benjamín, alias Benji, había llegó como el nuevo jefe de
todas las coordinadoras de la localidad (éramos como cincuenta). Era un jefe
normal que llegaba a poner orden en una institución que estaba hecha un
desastre, por eso desde el primer momento se comportó con seriedad, con
rigidez, se notaba que no era así siempre, pero que tenía que llegar de esa
forma para que todas le prestáramos atención y ganarse la jerarquía a punta de
mala cara y de reglas que teníamos que cumplir a cabalidad so pena de alguna
sanción. Al principio Benji no hablaba sino lo indispensable, nada más y todas
teníamos que entenderle lo que quería decir así él no lo dijera completo. Se estaba ganando una fama
de ogro increíble, pero en el fondo entendíamos que las cosas debían ser así.
Me acuerdo que mi primer encuentro con él fue una dolorosa
experiencia: nos había citado a su primera reunión a las ocho de la mañana en
punto, pero estábamos acostumbradas al desorden y la chabacanería, algunas
llegaron a las ocho y cinco, otras a las ocho y quince y yo llegué sola a las
ocho y veinte. Traté de entrar disimulada como si la cosa no fuera conmigo,
pero de pronto él me miró y me dijo:
—¿Para dónde va?
—A sentarme —le contesté como idiota
Todos me miraron asombrados, sabiendo que había contestado
mal y que estaba en problemas. Él me miró con odio y con rencor y me dijo:
—La reunión comenzó hace veinte
minutos, por favor salga del salón y la próxima vez llega veinte minutos antes
para que no se pierda nada de lo que ya hemos dicho. Además, me trae una plana
de cien líneas escrita a mano, en donde se lea claramente: “No debo llegar
tarde a las reuniones de trabajo”
¡Qué humillada! Me puse roja aunque no sabía si de la piedra
o de la vergüenza. Desde que estaba en tercero de primaria nadie me había
puesto una plana y, ahí, como una niña tenía que escribir una en donde aceptara
mi error. Salí sin decir nada mientras en mi cabeza me imaginaba apuñalándolo
en una calle oscura o pegándole un tiro entre los ojos por haberme tratado mal
y humillarme frete a mis amigas.
Todos los lunes durante el primer mes hizo reuniones
parecidas. A la siguiente reunión llegué con media hora de anticipación y antes
de entrar al salón le entregué la plana que, luego de mirar y contar las
líneas, me dio el permiso para volver a entrar. Yo lo miré como un culo porque
no se merecía menos. Con esa rabia seguí cada vez que lo veía, no le hablaba,
apenas si lo saludaba, pero de lejos para hacerle sentir que yo no era su
amiga; el desgraciado casi se comportaba igual conmigo. En las reuniones les
preguntaba a todas menos a mí, casi ni me determinaba, apenas me hablaba lo
necesario y jamás iba a mi colegio a verificar nada, tenía que hacerlo todo yo
y llevarle las pruebas a él en papel. El papeleo para mi era el triple que para
las demás y mis quejas no eran escuchadas nunca.
Las cosas siguieron así todo el tiempo hasta el día en que
encontré a mi marido viendo porno y masturbándose con esas zorras. Esa noche yo
había llorado como hacia mucho tiempo no lo hacía y, claro, por la mañana tenía
los ojos súper hinchados y la mirada más triste que la de un payaso. Ese día la
reunión fue un miércoles, fui la primera en llegar, mucho antes que las demás y
me senté por ahí sola mientras recordaba la espantosa escena de ver a mi marido
excitado por una ilusión mercantil. Me sentía defraudada, me sentía fea,
despreciada como un montón de mierda que no se quiere ni mirar. Me sentía lo peor
del mundo y quería hundirme en todo eso y perderme para siempre.
—Angie —me dijo Benji que había
recién entrado al salón— ¿Qué estás haciendo aquí?
—Pues bien a la reunión ¿llegue muy temprano?
—Yo diría que sí, porque la reunión
es mañana, no hoy. Recuerda que este mes son los miércoles, hoy es martes
—¡Mierda! —grité con rabia—Todo me
sale mal. Ya ni sé dónde estoy parada.
Esa fue la excusa perfecta para ponerme a llorar de nuevo, no
tuve que hacer nada para que los ojos se me llenaran de lágrimas y toda mi
tristeza volviera a aflorar.
—Cálmate, no es para tanto, solo fue
un error normal. Mañana vienes y listo, nada se ha perdido.
—No, no es eso —le dije limpiándome
las lágrimas que querían salir pero que yo no quería que él viera.
—Yo sé que pasa, estas estresada.
Vamos, te invito a tomarte un café.
Yo acepté sin pensar más y salimos a una cafetería que queda
en la esquina de las oficinas. Hablamos de trabajo y de que por fin todo
marchaba bien, que los errores ya se habían corregido y que los cambios se
comenzaban a ver para el bien de todos. Eso si debía admitirlo, con mano dura,
pero Benji había logrado encarrilar ese tren desbocado, desde su llegada los
problemas se habían comenzado a arreglar
y el mal ambiente había comenzado a desaparecer. Hasta parecía otro trabajo,
todo era más fácil, más claro, más sencillo y todo eso era gracias a él.
A medida que hablábamos yo me iba relajando, me iba distrayendo
con sus palabras y se me iba olvidando que era la más horrible del mundo.
Duramos como una hora sentados allí, incluso sonreí y, por primera vez, lo vi
sonriendo también. De pronto y sin querer, lancé un profundo suspiro.
—ah ¿y ese suspiro? ¿No me digas que
estas triste por alguien más que no sea yo?
—Tu no me pones triste, tú me pones
furiosa que es otra cosa —le dije yo sin pretender decirle nada más aparte de
eso.
—¿Furiosa? Que bien, esa palabra me
gusta. Me gustan las fieras para poder domarlas.
Yo me quedé mirándolo y sonriendo como si supiera lo que había
acabado de decir.
—Hagamos una cosa. Te invito a almorzar
para que se te quite esa tristeza.
Yo me sorprendí un poco porque jamás esperaba una invitación así
de un tipo que, hasta ese día, parecía más odiarme que otra cosa.
—Déjame hacer unas llamadas –dijo-
cuadro todo lo que tenga que hacer y paso a eso de las doce y media por tu
colegio y vamos a almorzar. Conozco un sitio en donde la comida es tan buena
que se le olvida a uno cualquier tristeza y cualquier problema.
Yo sonreí y acepté. De hecho él no me preguntó si quería ir o
no, simplemente me dijo que pasaba por mí al mediodía y la verdad yo tampoco me
hice de rogar mucho, supongo que mis gestos fueron suficientes para cerrar el
acuerdo e irme a almorzar con mi jefe.
En ese momento, ni siquiera me imaginaba hasta donde podía
llevarme todo eso. Ni en mis sueños, ni es mis fantasías mas cochinas había
pasado por todo lo que después pasé. Nunca me imaginé que podía cambiar tanto y
solo por el placer de tener un buen polvo dentro de mí. Cuantas cosas han
pasado desde ese día… cuantas camas, cuantas sabanas, cuantos besos y cuantas
locuras prohibidas… solo con acordarme me dan ganas de volver a empezar, de
borrar todo de mi vida y de quedarme desnuda esperando que alguien llegue para
complacer mi entrepierna y el deseo que grita desesperado desde adentro…
Fin del primer capítulo, la próxima semana capítulo dos: El primer almuerzo y la primer comida
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RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL PARTE DOS
RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL PARTE TRES
RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL PARTE CUATRO
LUNA DE MIEL SIN MI MARIDO. PARTE 04 Y FINAL
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