FINAL DEL RELATO LUNA DE MIEL SIN MI MARIDO
LUNA DE MIEL SIN MI
MARIDO
POR: PATRICIA KAMINSKI
©
PARTE 04 - FINAL
Bueno, llegamos al final, sé que nos costó, pero llegamos y
si leyeron el resto, pues tendrán que leer como termina mi extraña historia, no
podría decir que es triste, pero tampoco estoy feliz por lo que está pasando.
Les recuerdo que si sufren de vergüenza mejor no lo lean, aunque si ya leyeron
el resto ¿Qué más da un par de tetas más? Gracias a todos, casi lloró por todo
ese apoyo y esa alegría con la que recibieron mi relato y gracias a La colcha,
parche parlanchín por darme la oportunidad de desahogarme.
Si recuerdan había dejado a mi futuro esposo sentado en una
discoteca mientras yo me iba con mi nuevo amante a un motel cercano. Carlos
resultó ser el amante perfecto, un tipo que me atendía como me merecía y que se
convirtió —para mi sorpresa— en mi amante fijo. Desde esa noche no le guarde
nada a Felipe, se lo decía todo con lujo de detalles (parecía que los detalles
era lo que más le gustaba). Al principio, quise echarme para atrás con eso del
matrimonio porque no creía que fuera justo con ninguno, incluso pensaba que
Felipe no me amaba en realidad, pero luego me di cuenta que si me amaba y que su amor por mí era tan
grande que prefería sacrificar su honor por mantener la alegría de mis
sonrisas. Aunque supongo que todo tiene
un límite y ese también lo tenía… ya ni sé que pensar.
Faltaba una semana para la boda y ya teníamos todo listo: la
iglesia, la fiesta, la luna de miel, el vestido, mi liguero, el ramo con doce
lirios, algo prestado, algo robado, teníamos los padrinos que, en mi caso, no
podían ser otros que Paula y Carlos, las personas más cercanas a mi vida en ese
momento. Mejor dicho, estaba todo listo, y yo muy feliz.
Para celebrar mi última semana de soltera me fui con Carlos a
bailar, a veces llevábamos a Felipe para no hacerlo sentir mal, pero a veces
preferíamos desordenarnos y luego yo llegaba al apartamento en la madrugada y
le contaba como nos había ido durante toda la noche. Esa noche Carlos se notaba contrariado, ya
sentía que yo iba a pasar propiedad
legal de Felipe y él se iba a quedar a un lado que yo podía abandonar sin
ningún problema en cualquier momento. Yo no pensaba así, yo estaba feliz de
tener marido y mozo y poder pasar el resto de mis días sonriendo y tirando como
loca, pero él no, como buen hombre pensaba más con el pito que con el corazón.
Mientras bailábamos yo trataba de contagiarlo de alegría, de
mi energía, de mi fuego, pero él se hacia el difícil, hasta que por fin a eso
de la medianoche estalló y me contó sus temores:
—No te preocupes —le dije— deja las
cosas como están, deja que la vida decida lo que tiene que hacer con nosotros,
no le des tantas vueltas.
Pero él seguía difícil, entonces nos acabamos la botella de
trago y nos fuimos más temprano que de costumbre para el motel. Tuvimos buen
sexo, pero no igual al de siempre, se notaba pensativo e incómodo, se notaba la
inseguridad, la desconfianza y el miedo a perder todo lo que nuestra perversión
había construido.
—No quiero perderte —me dijo mientras
nos fumamos un cigarrillo aun empelotos, sin permitir que las sábanas y el frio
nos cubriera.
—No me vas a perder porque yo no
quiero perderte —le dije— si dudara de todo lo que hacemos ya estaría durmiendo
con Felipe y no estaría aquí empelota junto a ti.
—Pues sí, pero cuando te cases ya no
podré tenerte
—¿Conoces a Felipe?
—¿Y quién conoce a Felipe? Yo creo
que ni siquiera él conoce a Felipe. Míralo. Tremenda vieja con la que se va a
casar y la manda para que otro se la coma mientras él se conforma durmiendo y
pajeándose con tus relatos.
—Por eso mismo, yo creo que las cosas
no van a cambiar. Ya te lo dije, deja que la vida siga.
—Pero ¿Y si se arrepiente?
Nos quedamos en silencio un buen rato, yo ya estaba
cansándome de eso y quería volver a agacharme para volvérsela a comer y que se
callara de una vez por todas.
—¿Sabes qué? —le dije— para que estés
seguro de que yo voy a seguir junto a ti, pídeme lo que quieras, lo que tú
quieras y yo lo haré por ti.
Se quedó mirándome con una sonrisa de niño chantajista
—Te lo juro —le dije— dime lo que
deseas y yo te lo cumpliré
—pues… no sé…. Me tomas por sorpresa,
pero me gustaría pasar más tiempo contigo, no sé, un par de días solos, sin
darle explicaciones a nadie, bien lejos, donde pueda agarrarte de la mano y
caminar juntos como si fueras mía.
—está bien, después de la luna de
miel nos vamos de paseo, te lo prometo, a donde tu quieras
—No, no, después de la luna de miel
no, quiero gozarte antes de que te cases.
Eso era imposible. Esa noche era jueves, bueno, más bien
viernes, y era la única noche que tenía libre para los dos porque ese mismo
viernes por la noche teníamos una cena en la casa de los papás de Felipe. El
sábado lo tenía comprometido con Paula, Angélica y los estríper que ya habían apartado
de nuevo y era una fiesta que no me quería perder, además, el bailecito les había
costado un ojo de la cara y no quería hacerles ese desplante a mis amigas, ni a
ese par de tipos que me daban escalofríos con solo recordarlos. El domingo era
plan de recuperación, no me imaginaba levantándome temprano, es más, ni siquiera
me imaginaba levantándome, me imaginaba con las piernas como una brújula y la
cadera desbaratada, ni pensar en la idea de montarme en un avión o en un bus
barato para ir a ver vacas y comer queso. El lunes tenía que terminar de
revisar el menú, la decoración y todas esas cosas con la gente del banquete. El
martes teníamos curso en la iglesia con nuestros padrinos y, obvio, él también tenía
que ir con nosotros. El miércoles tenía que ir donde la vieja del vestido para medírmelo
de nuevo y revisar todos los arreglos que le había mandado a hacer. El jueves,
otra vez en la iglesia para confesarme (eso creía el padre porque yo no me confesaba
de verdad sino de piernas para abajo). El viernes si lo tenía destinado para él,
pero no viajando ni en la playa, sino aquí, en una suite que ya había separado
y con cena romántica para despedir nuestra era de amantes ideales y pasar a la
de amantes regulares; mi propósito era que tiráramos como animales, que me dejara
seca con eso yo podía casarme sin ninguna preocupación ni dolores de cabeza. El
sábado era el matrimonio y el domingo salíamos a las seis de la mañana para el
Caribe.
Se lo expliqué. No le gustó. Me hizo pataleta y amenazó con
irse de mi vida, me tocó perseguirlo por todo el cuarto empelota mientras lo convencía
para que no se fuera ni se pusiera los pantalones. Me tocó tratarlo como si
fuera un bebe: hacerle caritas, hacerle cosquillas, ponerle la teta en la boca y
acariciarle el pelo para que se calmara. Finalmente me tocó ceder. Me parecía
abusivo, loquísimo, desquiciado, pero súper excitante y lujurioso como para
dejarlo a un lado, lo pensé y lo pensé, pero finalmente, acepté.
A las siete de la mañana llegué al apartamento. Felipe ya estaba
listo para irse a trabajar y me estaba esperando como de costumbre para
saludarme y escuchar mis detalles
—¿Cómo te fue?
—Bien, muy bien, pero tenemos que hablar
seriamente —le dije apenas cerré la puerta
—¿Qué pasa?
—Me voy de luna de miel, pero no
contigo
—¿Qué? ¿Cómo así?
—Me voy con Carlos, apenas termine la
fiesta me voy a encontrar con él en el aeropuerto y nos vamos para el caribe
juntos.
—Pero ¿y yo? —dijo sin entender nada
—Tu puedes hacer lo que te dé la puta
gana. Si quieres acompañarnos o quedarte aquí mirando televisión es tu problema;
pero te lo advierto Felipe, si decides ir con nosotros vas a estar solo porque
yo voy a ir con Carlos para tirar con él y para hacer todo lo que él quiera, de
pronto, si te portas bien, pues hasta te dé permiso de comerme, pero eso lo
decide él, yo ya le di mi palabra… Entiende, contigo voy a tener el resto de la
vida para disfrutar, pero a Carlos no lo voy a tener para siempre.
—¿Qué pasó, pelearon o qué?
—No, pero a él no lo amo y a ti sí.
Algún día acabaré con él y no me quiero quejar por desperdiciar un momento como
ese.
Se quedó pensando, meditando todo muy bien. No quiso los
detalles de la noche, se fue sin decir nada. Pero lo sentí ofendido, herido,
tampoco me dio mi beso de despedida. Yo me quité esa ropa sucia, me bañé y me fui a trabajar. Por la noche cenamos con
su mamá y su papá de la forma más normal posible, sin darle ni una pequeña
pizca de lo que pasaba detrás de nuestra puerta y menos de lo que pasaba debajo
de nuestras sabanas. Cuando salimos de esa casa, Felipe me miró y me dijo:
—Quiero hacer el amor contigo
Fuimos al apartamento y apenas entramos se me botó encima y
me arrancó la ropa, rompiéndomela, me besó con fuerza y me llevó hasta el sofá agarrándome
como si estuviera vivo y no como el zombi que hasta ahora era. Me gustaba que
fuera así, que se apropiara de mí y de mi cuerpo, al fin y al cabo, yo había
aceptado ser suya y él tenía que adueñarse de sus bienes. Duramos dándole duro
como unos veinte minutos, nunca habíamos durado tanto, de pronto, sentí que se corría
dentro de mí y que me llenaba el vientre con su leche, ese chorro me llegó
hasta el cerebro y yo me lancé sobre él para besarlo, para acariciarlo, para
agradecerle por quererme tanto y para levantársela de nuevo porque tenía ganas
de más.
—¿Así que Carlos quiere llevarse a mi
esposa de luna de miel? ¡Pues que se la lleve, yo tendré el resto mis noches
para comérmela como quiera!
Llamé a Carlos y se puso feliz, incluso habló con Felipe, le
dio las gracias y hasta se pusieron de acuerdo sobre lo que tenían que hacer
para que nadie nos descubriera.
La semana pasó así, la peor de mi vida, nunca había tenido
tantos compromisos, y tantas cosas por cuadrar y tanto estrés. Todos los días
era de aquí para allá, un compromiso tras otro. Mil detalles que llenar, mil
llamadas que atender, mil puertas por cerrar. Finalmente, llegó el sábado a las
seis de la mañana ya me tenían levantada y todo el mundo me daba vueltas como
si fuera un trompo. A las nueve llegó el estilista y comenzó a peinarme. A las doce
yo ya estaba borracha de tantos tintes y tantos brillos que me había hecho en
la cabeza, pero eso sí, quedé espectacular.
Me casaba a las seis de la tarde, lo que quería decir que tenía
que salir de mi casa a eso de las cinco. A las dos de la tarde llamó Felipe, estaba
súper contento. Me dijo que se había decidió por acompañarnos, que quería ir al
caribe con nosotros y compartir esa gran experiencia. Aparte de eso, me dijo que
había hablado con Carlos y habían acordado que esa noche, en medio de la recepción
me iba a comer delante de todos antes de que me fuera de vacaciones con mi amante.
Y por último, dijo algo que hasta este momento duele:
—Eres una puta, pero ¿sabes qué? Por más
puta que seas desde hoy serás únicamente mía, me vas a pertenecer y eso será
para siempre. Adiós, mi puta.
Y colgó. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Nunca me había hablado
así, lo decía desde el corazón y, aunque fuera
cierto, dolía mucho que me lo dijera horas antes de nuestro matrimonio.
Estuve a punto de mandarlo todo a la mierda, pero ya era demasiado tarde, ya habíamos
invertido mucho, ya se estaban cocinando los pollos en la olla, ya le habíamos
logrado poner el corbatín a mi papá y un liguero a mi mamá.
Cuando llegamos a la iglesia ya todos nos estaban esperando.
Felipe se veía realmente bien y, a su lado, Carlos, se veía igual de entusiasmado.
Con la palabra puta aun marcada en mi pecho le dí el sí a Felipe y nos dimos un
beso de amor mientras todos a nuestro alrededor aplaudían.
La fiesta comenzó suave, fotos por allí y por allá, el baile,
los discursos y todo lo demás. A eso de las nueve la cosa se animó, se subió el
volumen, se bajaron un poco las luces y todos comenzamos a bailar, a beber y a reír
como pocas veces lo hacíamos en familia. Como a las doce subí al cuarto junto a
Paula y Angélica para cambiarme y ponerme mi vestido de señora, que era un
vestido largo con un escote más largo todavía, con la espalda descubierta y con
la claridad de que no llevaba nada más por debajo, quería que todo el mundo
perdiera el aliento conmigo y se diera cuenta que estaba a distancia de un nudo
para estar empelota frente a todos.
Acabábamos de entrar al cuarto, ya íbamos bien prendidas de
trago, aunque no tanto como Felipe y sus amigos. De pronto, sonó la puerta y Paula
abrió. Era Felipe
—bueno niñas —les dijo a Paula y a Angélica
mientras entraba casi sin permiso— que pena con ustedes, pero esta es mi noche
y la señora de Felipe tiene que tirar con Felipe, tiene que arrodillársele y
mamársela hasta que a Felipe no le quedé ni una sola gota de leche. Promesa es
promesa. Entonces niñas, si quieren ver cómo me como a mi esposa, adelante, las
invito, aunque yo les recomiendo que bajen al baile y se consigan a un tonto
como yo para que se casen con él mientras siguen tirando con el que ustedes quieran.
Paula y Angélica se miraron sorprendidas, Felipe jamás había
hablado así y menos a ellas con las que era todo un caballero; luego me miraron
a mí y yo no sabía si ponerme roja de la piedra o de la vergüenza. Sin decir más,
recogieron sus copas y se fueron sin decir nada, ni siquiera se atrevieron a mirarme
de nuevo. Felipe me miró, se quitó la chaqueta y se acercó para comenzar a
bajarme la cremallera y quitarme el vestido.
—Promesa es promesa, puta. Te dije
que te iba a comer delante de todos.
—Si pero no tenías que hacer eso y,
por favor, déjame de llamarme puta.
No dijo nada, le importó muy poco mi dignidad. Luego de haberme
quitado el vestido me hizo arrodillar y
se bajó los pantalones para que yo se la chupara. Me dio súper duro, tiramos un
buen rato en el piso, se me rompieron las medias, luego me puso en cuatro y me
dio sin compasión mientras yo me quejaba y gemía al mismo tiempo. Duramos como
media hora hasta que se corrió dentro. Yo veía estrellas, casi no podía respirar,
todo me daba vueltas. Después de recuperar el aire, me paré para ir al baño a
limpiarme, pero Felipe me detuvo:
—No quiero que te limpies nada, es más,
quédate así, sin vestirte, quiero que hagas el amor con Carlos y que ese
infeliz se chupe toda mi leche cuando te bese el coño. Lo voy a llamar para que
venga de una vez.
Lo llamó y a los pocos minutos llegó Carlos a nuestro cuarto.
Yo estaba abrazada a Felipe en la cama porque así me lo había pedido él y yo no
quería tener problemas. Solo tenía las cintas del liguero puesto porque el
resto, incluyendo el brasier y la tanga ya habían desaparecido. Felipe le hizo
una seña para que se acercara y antes de estar junto a nosotros me agarró una
mano y se la estiró a Carlos como ofreciéndome, Carlos sonrió. Carlos se acercó
a besarme y Felipe se levantó de la cama y salió. Sin pensarlo Carlos se acostó
junto a mí y de una metió su cara entre mis piernas. Yo no dije nada, también quería
ver como se comía la leche de mi marido.
Tiré con Carlos un buen rato, pero en ningún momento me sentí
cómoda, en el fondo ya me sentía como una puta señalada. Casi daban las dos de
la mañana cuando volví a bajar a la recepción. La fiesta, para mi sorpresa, ya casi
se había acabado. La mayoría de los invitados ya se habían ido y los que
quedaban era porque estaban dormidos o hablando de política. Todos al verme
comenzaron a comentar entre ellos, yo pensé en un principio que era por mi
vestido, pero a los rumores le seguían unos gestos de desaprobación que me
hacían sentir incomoda. Felipe estaba hablando con los amigos que le quedaban,
al verme se levantó y me aplaudió.
Yo sonreí y levanté los brazos como una campeona, tratando de
quedar bien con todo el mundo. Se me hizo extraño que nadie más aplaudió,
aunque si cuchichearon entre sí, pensé que era producto del cansancio o de
alguna otra cosa. Quise hablar con alguien, pero nadie me prestó la atención
suficiente como dialogar un buen rato. Además, mis amigos, familia y conocidos
no estaban por ninguna parte, se los había tragado la tierra, me parecía extraño
y comencé a sentirme bastante incomoda y señalada.
Pasadas las tres Felipe me dijo:
—¿Nos vamos?
En vista de la poca recepción que ya tenía y del fracaso
absoluto de mi vestido con escote al ombligo y espalda descubierta, acepté. Volví
a subir al cuarto para cambiarme y ponerme algo más cómodo. Llamé a Carlos que
ya había salido a recoger su maleta y después se iba al aeropuerto para esperarnos
y viajar juntos. A eso de las cuatro nos despedimos de los que aún quedaban vagando
por ahí, de los demás ni supimos, lo único de lo que me di cuenta fue que de
Felipe se despedían abrazándolo y con coraje mientras que de mí se despedían
con seriedad como si me desearan que el avión se estrellara y me cayera un
motor encima. No les presté atención, creí que ya estaban cansados. Lo que me
puso triste en ese momento fue no encontrar a Paula, a Angélica o a alguno de
los míos, me habían dejado sola y, por más que los llamaba ninguno me contestaba.
Ya en el aeropuerto nos encontramos con Carlos. Él estaba
feliz, cansado igual que nosotros, pero feliz. Nos anunciamos en la aerolínea,
hicimos el check-in y comenzamos a caminar hacia la puerta de inmigración.
Dejamos que Carlos pasara de primero y se fuera acomodando en el avión, y
cuando yo iba a cruzar, Felipe me detuvo:
—Yo no voy —me dijo— te voy a dejar
libre para que disfrutes de tu luna de miel como quieras. Dicen que la luna de
miel no se olvida y te aseguro que esta será inolvidable, para mí, para ti y
para los demás
—¿Cómo así que los demás? —le
pregunté extrañada-
—Pues si… tengo que confesarte algo.
Cuando subiste a cambiarte con Paula y Angélica, yo detuve la música para decir
unas palabras. Estaba más borracho que ahora claro, pero lo que dije fue
sincero, dije que iba a cumplir una promesa contigo, la promesa que te había
hecho por teléfono por la tarde de hacerte el amor delante de todos. Obvio que
no podía comerte ahí en plena fiesta, pero por lo menos todos si supieron que,
en ese momento, iba a subir al cuarto a metértela bien duro ¿Y sabes que
hicieron todos, incluyendo a tu papá? Aplaudieron. Me aplaudieron como si me
hubiera ganado una medalla de oro, gritaban y me animaban para que subiera y te
comiera vestida de novia, que te arrodillaras frente a mí y me lo mamaras con
tu boca recién confesada. Eso fue lo que hice ¿no? Subimos y tiramos como
perros, como animales, como les gusta a las zorras como tú. Cuando bajé, todos
me preguntaron por ti y yo les dije: “amigos, cumplí con mi promesa”. Todos
aplaudieron, me chiflaron, me abrazaron, hasta tu mamá me felicito entre risas.
Y les dije: “pero ustedes no conocen a mi esposa, mi querida esposa no se puede
saciar tan fácilmente, cuando yo termino ella hasta ahora empieza, es una zorra
con un culo ambicioso; entonces me conseguí a un amigo, ustedes lo conocen, el
padrino de la novia, él es el que me reemplaza cuando yo ya no puedo más y
justo en este momento mi querida esposa y mi padrino están tirando allá arriba”.
Tu papá se ofendió, algunos trataron de callarme, pero yo dije: “esperen, no me
den la razón, solo esperen a que ella no baje y no va bajar pronto porque está
tirando con otro encima de la leche que yo ya le tiré encima. Mi padrino Carlos
se lo mete más duro que yo. Pero no se preocupen por ella, ella está bien y
gozando como le gusta. Además ustedes saben que la luna de miel es en el
caribe, pero a mí no me invitó, ella misma me pidió que le dejara espacio al
mozo y se va a ir con él y no conmigo ¿Y yo que puedo hacer con esa mujer tan
especial? Entonces le voy a dar mi tiquete a mi amigo y mozo de mi esposa. Y
cuando él baje, ustedes serán testigos de cómo le doy el tiquete a él para que
se vaya de luna de miel con mi mujer y luego ustedes verán como mi mujer baja
feliz y dichosa porque se la comieron dos tipos en la misma cama y porque se va
a ir de luna de miel sin su marido. Eso es lo que va a pasar y ustedes son testigos”.
Cuando por fin Carlos bajó, después de esa faena larga que tuvieron, yo me
abrace con él en medio de la sala y le di mi tiquete y todos se dieron cuenta
que Carlos lo recibió con gusto y disimulando su verdadera intención que, ya
todos conocían. El río y yo también reí aunque nadie más lo hizo. Las personas
comenzaron a irse, incluyendo a tu familia y a tus mejores amigas, no soportaban
la idea de conocer a una puta señalada como tú. Y luego tú bajaste y me
sorprendió que bajaras con ese vestido, con esas ganas de seguir tirando y ese
brillo en los ojos que solo mostraba felicidad y placer, ese brillo de
satisfacción, de orgullo, de reina, de señora, aunque ya todos sabían que no
eras más que una zorra cualquiera.
En ese momento, llegó una azafata a decirnos que ya era el último
llamado para abordar el avión. Yo no podía decir nada, estaba en shock.
—Pero no te preocupes por nada —me
dijo— recuerda que ahora eres mía y yo puedo hacer contigo lo que se me dé la
gana, eres mía para siempre.
Y con su mano me indicó la puerta para que me fuera y
siguiera a la azafata que me estaba esperando.
-¡Vete y disfruta de nuestra luna de
miel con tu amante!
Todos me miraron, pero yo ni siquiera era capaz de
sonrojarme, yo no sabía que estaba pasando ni a qué horas había pasado todo
eso. Me fui caminando sin saber nada, casi empujada por la azafata hasta el
avión. Allí me estaba esperando Carlos con una sonrisa, me preguntó por Felipe
pero yo no le pude contestar. Y aquí estoy. Ya llegamos a la isla, ya nos
revolcamos, pero aún no he podido reaccionar. No he podido decirle nada a Carlos.
Ni siquiera he podido parpadear. Un par de lágrimas se me escaparon hace un
rato cuando pensé en mi familia y en la humillación que pudieron sentir por mi
culpa, pero nada más. No sé lo que puede pasar después de que llegué. No sé cómo
cambiara Felipe conmigo ni como me van a tratar los demás después de saber que
soy una zorra, una puta ansiosa que está pasando su luna de miel sin su marido.
LUNA DE MIEL SIN MI MARIDO. PARTE 01
LUNA DE MIEL SIN MI MARIDO. PARTE 02
LUNA DE MIEL SIN MI MARIDO. PARTE 03
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. Ahora, te queremos aun mas.