LUNA DE MIEL SIN MI MARIDO. PARTE 3




      LUNA DE MIEL 
     SIN MI MARIDO

POR. PATRICIA KAMINSKI ©

              PARTE 03

Quiero darle las gracias a todos por su apoyo, de verdad no pensé que llegáramos a tanto en tan poco tiempo. Si seguimos así la vieja de las gallinas se va a animar a poner su publicidad en el blog. ¡Así me gusta! Bienvenidas todas las patiabiertas, La colcha, parche parlanchín no discrimina a nadie. Por cierto, si tienes una historia parecida a la mía, cuéntamela, no quiero ser la única en este mar de penes. A propósito, les recuerdo que no acepto niños, que mi lenguaje es fuerte y que puede herir susceptibilidades (no entiendo por qué si todo el mundo tira, pero así están las cosas hoy en día). De cualquier forma les mandó un beso tierno y los invito a que nos sigan por toda la eternidad. Amen.

Va la tercera parte.

Cuando me desperté de todo ese trajín de la noche anterior seguía empelota, perdida y sin rastros de volver a encontrar a la futura esposa de Felipe. Estaba sola en la cama, miré el reloj despertador de la mamá de Paula y ya casi daban las dos de la tarde. Me levanté, me estiré parra desperezarme y un dolor rico me recorrió todo el cuerpo, claro que no fue por el dolor sino por los recuerdos deliciosos que lo habían provocado. Sin ponerme nada comencé a buscar mis cosas. Tarea imposible porque no me acordaba que todo había ido a volar en medio de la sala y yo había entrado a ese cuarto tal como Dios me había traído al mundo.

Bostezando y aturdida por el guayabo, salí a la sala. Nada, estaba desierta, no había nada  ni nadie, lo único que encontré por ahí fue uno de mis zapatos, pero del otro ni rastro y las sillas no quisieron hablar para decirme en donde estaba. Subí al cuarto de Paula y estaba todo oscuro, con las persianas abajo, pero era inconfundible que estaba ahí por el oír a trago y a sexo que inundaba el ambiente. Cuando mis ojos se acostumbraron a esa oscuridad vi a Paula tirada en su cama, boca abajo y tan empelota como estaba yo, la única diferencia era que le escurrían las babas y ya tenía un charco en el piso mientras que yo había dejado mi charco de babas en el colchón de la cama de sus papás.

Traté de despertarla, pero fue inútil, lo único que pude hacer fue confirmar que seguía respirando y no se había muerto ahogada por sus vómitos. Busqué en su armario unos calzones, un brasier, un pantalón, una blusa y unos zapatos y salí de ahí más perdida de lo que había llegado.

Era sábado, aún era sábado. Me fui a mi casa sin pensar en nada. Me bañé, me vestí con mi ropa y terminé de arreglarme lo más normal que pude para visitar a Felipe. No podía estar normal con ese dolor en el culo y en la cadera, me dolían las piernas y a medida que el tiempo pasaba me dolían aún más, parecía que hubiera corrido el Tour de Francia en una sola noche. Tenía los labios partidos (ambos) de tanto beso y tanto uso que les había dado, pero aun así, sentía una satisfacción tan grande que deseaba devolver el tiempo para comenzar otra vez.

Llegué a la casa de Felipe sin darme cuenta que me había dejado como 50 mensajes en el celular, me había buscado por todas partes y estaba a punto de llamar a la morgue a preguntar por mí, cuando llegué. Ya se había mejorado y me recibió con un beso que me dolió un montón porque preciso me puso la lengua en una herida abierta que tenía quien sabe por hacer qué. Quise alejarme y mostrarle todas las marcas que tenía en mi cuerpo producto de mis excesos, pero no, lo único que sentí al verlo fueron unas ganas increíbles de lanzarme encima, besarlo, acariciarlo, quitarle la ropa y acostarme con él aunque todavía llevara por dentro los restos de otro.




—¿Cómo te fue? —me preguntó sonriendo

—muy bien

—¿Qué hicieron?

—¿Qué crees que hicimos? —le contesté sonriendo y dispuesta a decírselo todo.

—no sé… supongo que fueron a bailar

—si —le contesté animándolo a que siguiera indagando

—y como sería una despedida de soltera, supongo que también habían chicos… chicos malos

—si

—Y supongo que esos chicos malos se quitaron la ropa frente a ti

—si

—y… —se quedó mirándome y esperando algo de mi parte— no sé qué más pudo pasar ¿Por qué no me cuentas?

—tu eres el que esta averiguando. Tú eres el que tiene curiosidad por saber todas esas cosas. Yo no, pero estoy dispuesta a contestarlo todo. Tu solo pregunta que yo contesto —le dije con ganas de decirle de una vez que había pasado la mejor noche de mi vida desde que lo había conocido y era gracias a que él no había estado junto a mí.

—bueno, está bien, acepto el reto. Si o no

—listo. Pregunta, estoy lista

—¿eran varios tipos?

—si

—¿Y se quitaron la ropa frente a ti?

—si

—¿toda la ropa?

—si

—¿y bailaron desnudos frente a ti?

—si

—¿y pensaste en mí?

—si

—¿y te imaginaste mi cuerpo frente a ti?

—no

—veo ¿y lo tenían más grande que yo?

—si

—¿Y tocaste alguno de esos pitos? —me dijo nervioso

—si —le contesté desafiante

—¿y te lo metiste en la boca?

—si

Se quedó en silencio sin saber que más preguntar

—¿uno o los tres?

—no se vale, solo si o no

—¿te metiste los tres pitos en la boca?

—si

—¿Y te gusto?

—si

Se detuvo un momento sin saber que más preguntar, que hacer o para donde mirar. Estaba chocado, pero ni siquiera él sabía cómo debía reaccionar. Sabía que las cosas en lugar de mejorar iban a empeorar y decidió irse por otro lado.

—¿Te besaste con alguno de ellos?

—si

—¿con uno o con los tres?

—con uno —le mentí tratando de volverlo a encaminar hacia donde yo quería

—¿Y Paula y Angélica y todas tus amigas vieron eso?

—si

—¿Y ellas hicieron lo mismo?

—si

—¿y alguna se quitó la ropa?

—si

Se quedó en silencio un par de segundos

—¿Y tú, te quistaste la ropa?

—si

—¿Toda la ropa?

—si

Se detuvo, imaginándose toda la escena, sin más expresión en su rostro que su palidez y los vestigios de los escalofríos que regresaban a su cuerpo.

—¿No vas a preguntar más? —le dije

—no —me dijo separándose de mí y caminando a la cocina  buscar agua para tomar.

Le temblaba la mano al servirla en el vaso, estaba tan metido en sus propios pensamientos y perversiones que, por primera vez en dos años, se le olvidó ofrecerme algo de lo que él bebía. Parecía que sentía una puñalada en el cerebro y que ese cuchillo estuviera cortando neurona por neurona toda la decencia que quedaba entre los dos.

Yo seguía en mi sitio, cerca de la puerta, esperando a que él se viniera contra mí para golpearme o para agarrarme de la cabeza y lanzarme por la ventana.

Un buen rato después, terminó su vaso de agua y me dijo:

—¿Quieres ir a ver una película?

—si —le contesté más que sorprendida.

Se fue a su cuarto a ponerse una chaqueta, se demoró mucho y yo pensé que volvería con los ojos llenos de lágrimas y las muñecas llenas de sangre o con los ojos llenos de furia contra mí por haber sido tan zorra y tan descarada de habérselo dicho en la cara. Pero no, volvió solo con las llaves del carro.

En el camino no dijimos nada. El seguía dándole vueltas a las imágenes mientras yo estaba pendiente del momento en el que él se girara y me lanzara por la puerta. No sé por qué en ese momento todo lo relacionaba con violencia y maltrato, a pesar de que nunca había hecho mérito para que yo pensara así de él, pero casos se habían visto. Llegamos al cine, compramos las boletas y nos sentamos en la mitad de la sala, rodeada de novios y de besos cómplices, a mirar una película de nada mientras vivíamos la nuestra. Cuando se apagaron las luces, se acercó a mi oído y me dijo en voz baja:

—¿Lo que me contaste fue verdad?

—si —le contesté tomando una buena bocanada de aire contaminado de crispetas

—¿Pasó algo más allá de lo que me contaste?

—si —le contesté mirándolo y esperando el golpe, aunque él no se movió, ni para pegarme ni para salir huyendo. Un momento después volvió para preguntarme algo que cambiaría nuestras vidas para siempre.

—¿si volvieran a invitarte a un sitio como ese y te propusieran hacer lo mismo, lo volverías a hacer?

—si —le contesté sin dudar y mirándolo a los ojos

Él se quedó mirándome y sin poder musitar una palabra más. En ese momento comenzó la película, pero ni película ni nada, nuestras mentes estaban en otro tiempo y en otro espacio. Lo mismo pasó en la cena, ni me acuerdo que comimos, solo me acuerdo que no dijimos nada y que yo solo lo veía a él imaginándose la escena en la que su futura esposa había estado bailando desnuda junto a otros hombres más hermosos que él.

No me acuerdo de haber pasado un sábado en tanto silencio como ese. Quería irme a mi casa y empacar mis cosas para escapar de todo eso, pero Felipe le daba y daba vueltas al centro comercial sin detenerse, sin mirar nada, solo reflejando mi noche en cada vitrina que miraba. Por fin, a eso de las nueve, nos subimos al carro.

—¿Quieres ir a otra parte? —me preguntó

—no sé —le dije pensando más en su reacción que en algún sitio a donde quisiera ir

De pronto, él me dijo:

—¿Quiero ir a bailar?

—¿A bailar? —le contesté asombrada, no pensaba que era momento para salir a bailar

—Si, vamos —me dijo casi ordenándome

Yo no dije más, parecía que  —de repente— Felipe se había hecho hombre y en lugar de salir corriendo a llorar debajo de la falda de la mamá había aceptado su situación, su realidad y estaba dispuesto a enfrentarla como el hombre que, hasta ese momento, no había demostrado ser.

Fuimos a un sitio cualquiera, lleno de gente cualquiera y de ruido cualquiera. Pedimos una botella de brandi y comenzamos a beber y a bailar intercalando los puestos, una canción bebíamos y la otra bailábamos. No hablamos mucho, ni para bailar ni para beber, pero si tomamos bastante y bailamos siempre muy pegados, a veces tan pegados que sentía que me estaba estrangulando y tenía que hacer mucha fuerza para separarlo de mi cuerpo, pero tampoco le objeté nada, solo dejé que el tiempo pasara.

Pedimos la segunda botella, a esa altura de la noche y con esa tensión el trago bajaba como agua. Ya había pasado mucho rato y nada entre los dos pasaba, ninguno quería ceder y terminar de arrodillarse al otro. Hubo un momento en el que tuve que ir al baño. El sitio estaba súper lleno y en el baño tocaba esperar para poder orinar desde lejos. Antes de la entrada al baño había un espejo gigante en donde nadie dejaba de mirarse tratando de retocar lo que el alcohol no podía. Yo también lo hacía, pero me miraba más tratando de encontrar a la culpable que estaba detrás de todo ese maquillaje que otra cosa. Con el ritmo de la música y la orinada que tenía bailaba suave frente al espejo esperando mi turno. De pronto, vi a través del espejo a dos hombres en una mesa que me miraban y hablaban entre sí, supuse que de mí y de mi buen ritmo. Eran parte de un grupo más grande que seguramente estaban celebrando algo —se notaba por la cantidad de vasos sobre la mesa y la cantidad de chaquetas en las sillas, que ellos tenían el disgusto de custodiar— hablaban y me miraban y mientras más lo hacían yo más me movía, impulsada de lleno por el deseo latente que este par de tipos reflejaban en mi a través de ese espejo lujurioso.

Por fin me tocó el baño, entré con una tremenda ilusión y con una tremenda orinada. Cuando salí ya solo tenía la ilusión, pero se me desvaneció cuando miré hacia su mesa y vi que ambos habían desaparecido. Me sentí decepcionada y cayendo en picada de nuevo en el abismo de la realidad de los corazones de chocolate y los osos de peluche. Volví a la mesa apesadumbrada, Felipe me estaba esperando ansioso con el afán de tener su turno para ir al baño sin descuidar el trago que se lo podían beber otros. Se despidió de mí como si se fuera de viaje a la China y me dejó sola cuidando la botella y esperando a que me portara bien. Pero no pasaron dos minutos antes de que viera  a uno de mis pretendientes bailando con una rubia en la pista. Me sonríe sin darme cuenta porque todavía tenía la oportunidad de sentir esos ojos sobre mí.  Vi al otro saliendo de la barra con dos tragos y caminando hacia su mesa, pero justo antes de llegar se hizo una seña con el que bailaba y sin más se giró y comenzó a caminar hacia mi

—¿Quieres un ron que me sobra? —me dijo sonriendo

—Bueno, pero con la condición de que te tomes un brandi que a mi también me sobra —dije sonriendo, yo, la futura esposa de Felipe

Me bebí su ron mientras hablábamos del aire y luego le pasé el trago que no se había acabado Felipe. Ambos bebimos sin quitarnos las miradas y esas sonrisas traviesas de nuestros rostros.

—¿Bailas? —por fin me dijo él.

Se llama Carlos y desde esa noche me ha provocado más problemas que otra cosa, pero esta tan lindo, tiene ese culito duro, unos brazos fuertes y una verga tan gruesa, que vale la pena sufrir por él. Bailamos no tan pegados pero con la distancia necesaria; yo le demostré de lo que estaban hechas mis caderas, le baile de tal forma que a él le toco por pedazos detenerse a contemplar mi show, parecía una profesional, me movía como si el baile fuera solo para él y la pista solo para mí, más de uno se tuvo que quitar para que yo no le diera un culazo y lo mandara lejos. Él estaba feliz, dichoso de verme y de encontrarme en medio de tanto tacón barato. Seguimos así un buen rato hasta que el ritmo bajó y nos pegamos más, cerca, muy cerca. Pasaron tres canciones y me di cuenta que Felipe ya había vuelto a la mesa y estaba bebiendo en el mismo vaso en donde recién había bebido Carlos. Terminó la canción y Carlos y yo nos separamos con la promesa de volver a encontrarnos un par de minutos luego de reportarnos en nuestras respectivas mesas. Llegué sudando y mucho más animada de lo que había estado antes.

—¿Y ese? —me preguntó Felipe

—Se llama Carlos y me invito a bailar porque me vio sola.

—¿Y vas a hacer lo mismo cada vez que estés sola?

—si tú me lo permites —le dije mirándolo a los ojos y descubriendo su verdadera perversión. Le di un beso, un beso con toda mi fuerza y todo mi corazón— te amo —le dije.

—Yo también te amo —me contestó resignado y devolviéndome el beso con algo mucho más fuerte que su corazón.

—me alegra ser tu esposa —le dije sellando nuestro pacto con un par de besos y un par de tragos que encendieron mucho más el ambiente— ¿te importa si sigo bailando? —le dije por fin feliz con nuestra alianza. Él aceptó. Me levanté con una cara de pastel que ni yo misma lo creía y me fui caminando hasta la mesa de Carlos que ya me estaba esperando de pie, con su mano estirada y listo para bailar.

Así duré un buen rato, de aquí para allá, bailando con Carlos, luego tomando con Felipe. Tragos y besos con Felipe, baile y risas con Carlos. Hasta que llegó un momento en el que estaba bailando con Carlos, y nos quedamos mirando y simplemente nos dejamos llevar y nos dimos un buen beso, largo, suave y delicioso. Esperaba que Felipe llegara y nos agarrara a golpes, pero no lo hizo, cuando nos separamos miré hacia la mesa pensando que ya se había ido, pero no, seguía allí, mirándonos y bebiendo hasta la última gota de su trago.

Al no ver impedimentos, Carlos comenzó a atreverse mas, me tocaba, se acercaba con morbo y no pasaban dos minutos antes de besarme de nuevo. Yo ya estaba que hervía, cada caricia de Carlos me hacía vibrar hasta los zapatos y el morbo provocado por el silencio y la aceptación de Felipe me hacía sentir como una completa zorra. Ya, a eso de las tres de la mañana, no pude más. El alcohol había cumplido con su deber y me sentía tan valiente y libre que decidí dar el siguiente paso. Hablé con Carlos y nos separamos un momento. Luego caminé hacia nuestra mesa, Felipe ya parecía más cansado que nosotros y mucho más aburrido, obvio, yo estaba ardiendo y el pretendía seguir siendo de hielo. Le di un beso enorme que lo levantó de nuevo, luego agarre mi chaqueta y le dije:

—Te amo, no se te olvide eso ¡que nunca se te olvide eso! Nos vemos mañana. Me voy con Carlos a un motel que queda cerca. No te preocupes por nosotros, la vamos a pasar bien. Mañana te llamo para contarte como fue todo y no te angusties porque tu esposita va a estar muy bien cuidada.

Casi me corro en los pantalones diciéndole eso, tenía tanto morbo y sentía tanta perversión que, de no haber sido por el resto de la gente, me habría bajado la cremallera y masturbado ahí mismo. Era impresionante. Sentía el orgasmo en la punta de los calzones.

Llegamos al motel y casi en la puerta del cuarto nos quitamos la ropa y apenas Carlos me toco, solté el primer chorro ¡Qué delicia! Esa era la vida que me merecía. Duramos tirando el resto de la noche, de mil formas distintas y sin detenernos a pensar que en el mundo exterior ya estaba amaneciendo. Yo seguía en el cielo, entre las estrellas, viendo como cada una brincaba alegre cada vez que Carlos lanzaba un chorro de semen. Lo que había hecho no tenía nombre o, si lo tenía, se llamaba placer y estaba tan dispuesta a corromperme por tenerlo, que no medí ni una sola de las consecuencias.

Como a las siete de la mañana, Carlos soltó un grito y se corrió por sexta vez dentro de mí. Jadeaba y se lamentaba sin cesar, tenía las pelotas súper rojas y el pito negro de tanto esfuerzo. No pudo más. Se dio por muerto terminada la segunda caja de condones. Cayó sobre mí y dijo:

—No más, ya no puedo mas

—Yo tampoco —le contesté

Pero fue solo para quedar bien con él, porque aun sentía cosquillas y tenía batería para rato y si me hubieran dado duro el resto de mi vida con tanto morbo y pasión como ese par de días, habría aceptado el reto con satisfacción hasta fundirme en esa cama con el colchón mojado y lanzarme al fuego por el vencimiento de mi vida útil.

Volví a pensar en Felipe, Tenia que compartir todo lo que había sentido con él. Ya no debían haber secretos entre nosotros.

Fin de la tercera parte.

LUNA DE MIEL SIN MI MARIDO. PARTE 01


LUNA DE MIEL SIN MI MARIDO. PARTE 02


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