LUNA DE MIEL SIN MI MARIDO. PARTE 02
LUNA DE MIEL SIN
MI
MARIDO
POR. PATRICIA KAMINSKI
©
PARTE 02
Gracias a todos por ese ánimo con el que recibieron mi
historia, el día que se publicó se dispararon las cifras, fue un record en La
colcha y me alegró porque se trata de compartir experiencias y que bueno que la
mía les esté gustando tanto; será el único consuelo que me queda después de lo
ocurrido. Vuelvo a advertir del contenido sucio y de su lenguaje extremo, pero
esa es la verdad ¿yo que puedo hacer si tengo esas necesidades y en La colcha
me aceptan tal y como soy? Tampoco quiero bebes chillones o monjas sueltas,
esto es pa’ machos y como la hembra que soy, aquí va la segunda parte de mi
relato.
Como no podía ser ya de otra forma, la llegada del matrimonio
resultaba la propuesta perfecta para desordenarme, aunque creo que no fui la
única porque me contaron que muchas mujeres del siglo pasado se casaban solo
para cubrir en sociedad las cochinadas que hacían entre las sabanas, al parecer
eso del matrimonio era solo una excusa social, la verdad era una buena idea,
aunque en mi caso, bueno…
Como decía, esas cosquillitas me tenían desesperada. Ya había
pasado dos años sin un buen polvo y cada día me encolerizaba mas, aunque lo
juro ¡Lo juro! Traté de controlarme, hice todo lo posible por comportarme como
una futura esposa, sumisa y de cucos largos, pero no pude. Lo intenté con Felipe
¡Lo juro! Intenté que saciara esa sed, que controlara a esa pecadora, que me
amarrara un candado en el cerebro, pero tampoco fue posible, era un buen
hombre, como decía Dostoievski en el jugador: era un buen hombre, amable y
decente, pero un tonto en todo lo demás.
Aparte de eso, mis amigas son unos demonios sedientos de
culpables. Entre más se acercaba la fecha de la boda, más me sacaban de rumba,
me embriagaban y me hacían pasar el ridículo frente a todos. No hubo mesa que
no pisara y no hubo mano que no aplastara con mis tacones de aguja. No hubo
pista que no bailara y no hubo un solo sábado que me pudiera levantar temprano
y llegar tiempo a mi trabajo. La vaciada estuvo asegurada, pero la alegría del
viernes en la noche, también. Por lo general, Felipe nos acompañaba, obvio que
no quería dejarme a la deriva porque sabía que yo borracha no conocía paredes y
el límite era el colchón, por eso mejor no se separaba de mí. Aparte de eso,
como ya he dicho era un buen bailarín y me divertía bastante con sus apuntes,
ya me hacía falta no invitarlo y, con él al lado todo fue muy chévere y muy
sano, hasta que al imbécil ese le dio por enfermarse.
Aunque esa noche no, mi dignidad pudo más que esos demonios,
lo que si pasó fue que bailé, bebí, me emborraché, me vomité y no me dio pena
bajarme los pantalones en pleno andén para orinar debajo de un árbol porque ya
no aguantaba y no quería llegar orinada a mi casa. El problema real no fue lo
que pasó esa noche, sino lo que despertó esa noche, porque al no estar Felipe
tuve la oportunidad de bailar con otros tipos y de sentirme más que deseada de
nuevo. Me sentí viva de nuevo, con la llama prendida después de haberla apagado
con ositos de peluche y crema para los dientes. Sentí esas manos desconocidas
tocándome, sentí sus cuerpos, sentí sus deseos, sentí ese calor propio de la
lujuria, sentí sus ganas de raptarme, de arrinconarme contra algo, de
arrancarme la ropa y de comerme hasta que me quedara seca.
Hubo un momento en el que casi no pude, estaba bailando con
un tipo mucho mas alto que Felipe, Paula estaba a mi lado con otro y reíamos cómplices
de quien sabe qué, cuando, de pronto, me vi bailando con los dos tipos yo sola,
ni idea a donde se había ido Paula y si lo había hecho de aposta o no; el caso
fue que tenía uno delante y el otro detrás y ambos se movían cada vez más
cerca, cada vez mejor. El que estaba atrás no lo dudo y me agarró por la
cintura mientras acercaba su tronco a mis nalgas, el de adelante me acarició la
cara, me hizo levantar la mirada y nos quedamos viendo fijamente y a punto de
comenzar un beso. Yo sentí el sudor en todo el cuerpo, mi cuquita comenzó a gritar
ansiosa, desesperada por salir de su envoltorio. Parecía una regadera, quería comérmelos
a los dos ahí mismo, arrancarles las vergas y clavármelas sola donde nadie me
viera. El que estaba atrás, como vio que no puse resistencia, subió una mano y
me agarró una teta ¡Uff, que gusto! Ese si sabía cómo se agarraba con firmeza,
con ganas, que se sintiera el corazón por dentro. Que bien lo hacía, me recosté
contra él y me deje llevar, el de adelante dejó mi cara y puso sus manos en mi cintura
y comenzó a rodearme con esas manos gigantescas que parecían, en cualquier
momento, apretarme y partirme en dos ¡Qué delicia! Yo me daba por rendida, pegué
la cola contra el tronco del que estaba detrás y, él, entendiendo la señal,
bajó su mano por mi ombligo y comenzó a buscar la forma de abrirme el pantalón
y hundir sus dedos hasta encontrar mi sudor. Yo ya no sabía nada, ni que estaba
envuelta entre dos cuerpos desconocidos, ni que estaba en medio de la pista, ni
que las luces parpadeaban alrededor mío sin detenerse. Estaba súper caliente y
pérdida entre esas manos. El que estaba delante subió sus manos hasta mi blusa
y sin vergüenza me zafó el primer botón de la blusa, quedó expuesto mi brasier
y mis deseosos senos, lo miré y él se acercó y me dio un beso, uno corto, uno
suave, pero uno suficiente para terminar de calentarme. Me pegué al de atrás aún
más y sin pensarlo me llevé la mano al pantalón para ayudarlo a desabrochar el
botón y que entrara de una vez por todas a buscar su premio. Justo tenía el botón
entre mis dedos, cuando me detuve ¡Me acorde de Felipe! Felipe. Todo estaba muy
bueno pero no, tenía que controlarme, tenía que calmarme, estaba a punto de
casarme y tenía que serle fiel al
imbécil que seguía esperándome en un rincón de la sala con sus bichitos
colgantes.
Así que me quité esas manos entrometidas de mi cuerpo, le di
un pico a cada uno en agradecimiento, pero con mi índice les hice entender que
ya no se podía hacer más. Fui hasta la mesa, agarré mis cosas y me fui a orinar
debajo de un árbol.
La cosa no quedó así, Paula había encontrado un hueco en mi
sistema defensivo y ya sabía por donde entrarme, al otro día la muy zorra me
avisó por teléfono que eso no se podía quedar así, que me había visto súper cómoda
bailando y que tenía que darle rienda al cuerpo antes de que me pusieran el
anillo y fuera demasiado tarde. Me advirtió que se iban a aprovechar que Felipe
seguía enfermo y que esa noche me tenía que desahogar de mi opresión. La única
condición que me puso fue que me pusiera muy sexy. Nada difícil. Me puse
tacones de doce centímetros, minifalda y una blusa negra con un escote despiadado.
Lo difícil fue mirarme en el espejo y tratar de convencerme de que me portara
bien.
Para alegría de mi conciencia, la primera parte de la noche
fue bastante aburrida. Fuimos a un bar de strippers, pero nada de lo deseado,
primero éramos como 20 y no cupimos en una sola mesa, así que nos tocó
partirnos en varias mesas, Paula, Angélica y yo quedamos en mesas separadas y eso debilitó más la moral,
segundo habían como otros diez combos de viejas que gritaban y gritaban y no
dejaban escuchar ni los pensamientos malos, eran desesperantes. Tercero frente
a nosotras se parquearon el grupo de las gordas y las viejitas y su entusiasmo
al ver penes me sorprendió tanto como que alguna de ellas hubiera conseguido un
marido que las quisiera aguantar, aparte del ridículo que hacían cada nada y
que me llegó a dar vergüenza ajena y me hacía sentir incomoda y, cuarto –y aun
peor- los tipos que nos tocaron estaban sucios, sudorosos, borrachos, olían a
pedo mezclado con gel barato y tenía más nalgas Simón Bolívar que ellos. Total,
todo fue un gran fiasco.
Como a las once, mas aburridas y decepcionadas que otra cosa,
salimos del dichoso bar y nos dividimos en dos: las amigas y las simples
invitadas que se fueron a buscar catre
en otro lado. Las amigas éramos nueve y aprovechando la soledad y discreción de
la casa de Paula, decidimos seguirla allí hasta el amanecer.
Llegamos cargadas cada una con una botella en cada mano, de
lo que fuera, no discriminamos. Música de la buena, volumen arriba, gritos
arriba y tacones a la mierda.
Yo las veía cuchicheando entre ellas como brujas en
aquelarre, pero cada vez que me acercaba a escuchar lo que decían, se hacían
las mudas y se iban para otra parte y luego llegaba otra que me distraía y no
me dejaba meterme en sus chismorreos. Como a la una de la mañana yo ya estaba
prendida, veía de a cuatro bombillos por cada uno real y ya me reía de
cualquier bobada, como un marihuanero recién trabado. Pero todo eso paró cuando
sonó el timbre y por la puerta entraron tres tipos buenísimos, grandes,
musculosos, con la ropa pegada al cuerpo y con esos bultos bien marcados donde
se podía leer mi nombre.
Quedé de piedra. Y antes de reaccionar, la música que ellos
traían comenzó a sonar y entre los tres me llevaron a la mitad de la sala
mientras las otras viejas gritaban y se
paraban alrededor mío para no perderse de nada, eso sí, celulares apagados porque
no podían quedar pruebas de lo que pasaba. Me sentaron y los tres comenzaron a bailar
alrededor como si yo fuera la reina, aunque lo era.
Miré a Paula, a Angélica y a las otras y en lugar de ayudarme
a salir de ahí, me daban más ánimo para terminar de corromperme. Yo todavía no sabía
si quedarme ahí, salir corriendo a orinar o llamar a la policía para que me
rescatara o, por lo menos, no me dejara cometer ningún crimen.
Los tipos se empelotaron por turnos, el primero era el
más chiquito, media como uno ochenta y que tenía la carne apretada como recién
salido del gimnasio ¡Riquísimo! Se fue quitando la ropa despacito, pero cuando
llegó al bóxer me pidió que lo ayudara y ¡zas! Lo halamos con fuerza y su verga
quedó enfrente de mi cara. Yo no sabía si botármele encima o ponérmele a rezar
para que se pusiera los calzoncillos de nuevo. Era demasiado papito y ese pito
estaba demasiado grande y comible como para despreciarlo ¡Pero no! ¡Tenía que
ser fuerte! Con gallardía lo acaricie, lo apreté –aunque la mano no me alcanzó-
pero lo abandoné, no sin antes darle una palmadita a ese culo hermoso que se movía
frente a mí.
Se fue ese y llegó el segundo, este era el más grande,
de casi dos metros, más viejo, mas brusco, pero igual de bueno y fácil, bailaba
frente a mí mientras con descaro me agarraba las tetas por encima de la blusa,
esas manos gigantes amasaban mis carnes con una práctica envidiable, ni yo
misma me las masajeaba tan rico. Luego se agachó y llegó a mis pies, me pidió
que me levantara y comenzó a bajarme las medias por debajo de la falda, cuando
ya las tenía en las rodillas, me volvió a sentar y terminó de quitármelas con
los dientes, quedé descalza… y se pone este tipo a chuparme los pies, no me corrí
por pena hacia los demás, pero me puse rojísima y sentí los calzones empapados
y peor quede cuando el tercero comenzó a bañarme en trago. Una ducha de alcohol
me lanzó ese desgraciado, y yo que estaba hirviendo evaporaba ese trago como si
fuera el sol. Yo no sabía qué hacer, busque compasión, busqué comprensión, busqué
apoyo para una pecadora, pero lo que encontré fue a Paula y a Angélica
repartiéndose por turnos el pito del mas chiquito, se lo pasaban de boca a boca
y, yo ahí, sedienta.
El tercero, un rubio de ojos claros, se acercó botella
en mano y me dio un morreo que casi me saca la lengua, hacía tiempo un tipo no
me había besado de esa forma tan salvaje, tan devoradora, con hambre, con
rabia, delicioso. Y el de los pies llegó hasta los tobillos y me los masajeó
con su lengua por ellos… y hasta ahí llegue.
¡A la mierda la voluntad, la fuerza y el sentido
común! Agarre al rubio y le volví a dar un par de besos que se encendieron aún más,
sentí su lengua en mi garganta y quise meter la mía hasta que se ahogara, se lo
merecía por cabrón. El tipo, por fin, logró separarse de mí y comenzó a bailar
y a empelotarse al frente; el de los pies se levantó y caminó detrás mío y con
sus enormes manos comenzó a sobarme el cuerpo sobre la ropa mojada por el trago,
de pronto sentí como esas manos se metieron dentro de mi blusa y, sin respeto,
comenzaron a romper los botones y abrirse paso hasta mi piel. Yo no me puse a
meditarlo, ya estaba en otro planeta, levanté los brazos y el tipo terminó de
quitarme la blusa y de dejarme en brasier frente a mis amigas. Ellas aplaudían,
aullaban, reían y deseaban estar en mi lugar, pero de malas, ese puesto ya era mío.
El rubio ya se había quitado todo y apenas tenía un
tanga que medio cubría su gran paquete, se acercó a mí, me puso el culo en la cara
y yo besé esas nalgas como si fueran un manjar, luego me levantó y me llevó a
bailar junto a él. De nuevo me fui a su boca y no lo solté hasta cuando sentí
al mas grande ponerse a mis espaldas y comenzar a moverse a mi ritmo, sin pensarlo
me giré y también le clavé su buen beso. Se movían muy pegados a mí, casi no
podía respirar, pero ¿quién quería respirar sintiendo todas esas cosas
deliciosas que se despertaban en mi memoria? Que me mataran si quisieran, ya
era feliz.
El más alto de nuevo se arrodilló, esta vez la
intención era clara: bajarme la falda; así lo hizo y cuando me la sacó por completo
la lanzó por los aires para que el público hiciera con ella lo que quisiera.
Quedé en tanga, y con una de sus enormes manos comenzó a masajearme el culo mientras
con la otra se acercaba peligrosamente hacia mi raja. Y yo en el paraíso comiendo
rubio. De pronto, el grande comenzó a jugar con el caucho de la tanga, como a
querer quitármela, aun me daba pena y trataba de atajarlo, pero las brujas lo
animaron y lo motivaron aún más. Un instante después sentí que sus manos
quedaron quietas, pensé que ese era el fin del show y nada más, pero estaba equivocada,
porque sentí un jalón duro en mis caderas y luego sus manos deslizándose por
mis muslos: el muy cabrón me había roto los calzones y quedaba medio empelota
frente a mis amigas, de nuevo lo que quedó de mi tanga, fue a dar al aire.
Ya no sentía vergüenza, apenas sentía el deseo de que
todas vieran como me comía ese par de pollas. Me lancé sobre el rubio y comencé
a pasarle la lengua por todas partes. De repente, él me separó y, en su último
acto, se quitó la tanga dejándonos ver a todas ese pito hermoso del que era
dueño. Yo iba a agacharme para mamárselo, pero antes tenía que terminar la
tarea. Ya iba de camino, entonces que el infierno me esperara. Me llevé las manos
a la espalda y me afloje el brasier, me lo quite quedando completamente empelota
frente a las demás. Ya no me importaba. Lo senté en donde yo había estado y
bajé mi cabeza para comenzar a mamárselo, le paré el culo al más grande, que
entendió el mensaje y se arrodillo detrás mío para comerme el coño mientras las
demás festejaban a mi alrededor. Y por fin, después de mucho tiempo, llegó el
primero y el segundo y el tercero de mis orgasmos ¡Que rico, esa era la vida que
me merecía!
No sé cuánto tiempo duré así, supongo que poco, porque
luego sentí que el más chiquito se acercaba también a mí y los cuatro empelotos
bailábamos al ritmo de los aplausos de mis amigas. Sería tan rica la escena que
algunas se comenzaron a empelotar para pegársenos, pero era demasiado tarde: yo
ya era la reina y esa noche era mi coronación. De pronto, el rubio, se acercó y
me besó, beso que yo repliqué varias veces y con su pito tan parado como un cañón,
me levantó en sus brazos y me llevó como se llevan a las novias vírgenes antes
de desflorarlas.
No sé quién lo decidió o como fue la cosa, lo único
que sé es que terminé en la cama de los papás de Paula, una cama enorme, justo
para la revolcada que pensaba darme el resto de la noche. Y mientras escuchaba
la algarabía de las brujas y de los putos allá afuera, sentí como el rubio se metía
en mi coño y comenzaba a bailar su lengua dentro de mí.
Me desahogue. Lo confieso. Me comí a ese tipo como una
guarra, como una yegua sedienta que nunca había probado macho. Me lo devoré, me
lo comí enterito. No quedó un milímetro de ese rubio sin que yo lo probara.
Después de un rato, lo acosté y me lo monté sin pensarlo. Lo cabalgué a buen
ritmo casi media hora, hasta que me suplicó que me bajara porque ya tenía la
verga a punto de estallar. Pero se repuso y me respondió poniéndome en cuatro y
dándome duro hasta que me di cuenta que me estaba pegando en la cabeza contra
la pared. El dolor pasó con un buen rato tirando de pie, tenía fuerza para
sostenerme en el aire y yo para cabalgarle sin soltarlo. Y terminamos con una
tijera salvaje y brusca, sin piedad, hasta cuando él ya no pudo más y se corrió
dando un fuerte gritó.
Vi el cielo. Se los aseguro. Lo toqué. Le alcancé a
halar las barbas a un viejo que me miraba aterrado. Alcancé a ver el paraíso y
a la serpiente en el árbol. Era el paraíso, lo sé, eran como cien o doscientos
tipos, todos empelotos, con sus pollas al aire y apuntando hacia mí…
esperándome. Y yo que me moría de ganas por morirme para estar con ellos toda
la eternidad. Por los siglos de los siglos tirando. Que rico.
Cuando me desperté de ese orgasmo, me prometí hacer mi
sueño realidad.
A la mierda los formalismos, lo mío era tirar y nada más.
Gozar hasta que se me rompiera o hasta que no quedaran tripas entre mi boca y
mi cuca. Ese era mi deseo, pasarla de verga en verga como jugando rayuela hasta
que ya no pudiera más. Me propuse gozar, disfrutar de lo único que realmente
poseía: mi vientre furioso, mi propia sangre ardiente y mi mente desquiciada.
Si a Felipe no le gustaba, que se fuera a la mierda y que se olvidara de mi
existencia, pero si se quedaba, que me aceptara como era, y que estuviera dispuesto
a aguantármelo todo ¡Todo! Porque lo que quería, hasta ahora comenzaba.
Fin de la parte 02
LUNA DE MIEL SIN MI MARIDO. PARTE 01
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