RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL. OCHO
RELATO DE UNA ESPOSA
INFIEL
POR: PATRICIA KAMINSKI
©
CAPITULO 8
Gracias a todos los
que han leído mi relato, gracias por su paciencia, pero las cosas marchan bien
y es mejor hacerlas bien o no hacerlas. Sigan conectados a La colcha, parche parlanchín, hay mucho que descubrir y disfrutar.
Los invito a leer el resto del relato (dejo los links abajo)
CAPITULO 8
Mi marido me dejo bien ese sábado, lo mejor de todo fue que
no tuve que hacer más para que él me perdonara y se olvidara de todo lo malo
que había hecho y de mi comportamiento extraño. Claro que quedé empeñada con mi
amiga Clarita leyendo la biblia, pero eso es algo que puedo soportar de vez en
cuando a cambio de su silencio.
Como dije antes, ese sábado, ese fin de semana yo me ilusione
con que podía llevar las cosas a mi ritmo y que podía salvar mi matrimonio y mi
familia al tiempo que seguía disfrutando de mi relación con Benji. Eso era lo
que pensaba, pero obviamente ya no pienso eso, si me pongo a meditar sobre
todas estas cosas que me han pasado, tengo a mi familia perdida y la verdad no
sé si sea malo porque ¿Esa mujer que ahora soy, si es buen ejemplo para mis
hijos? ¿Esa inquilina que vive en mi cuerpo, si será capaz de educar a mis
hijos para que sean personas de bien, para que se comporten bien con sus mujeres
o para que no se vuelvan maricas por la frustración que yo les cause? ¿Sera
capaz de vivir ella por mi? No lo sé. Ya
ni siquiera sé si la inquilina si es la inquilina o ya es la dueña de la casa y
de sus principios. Si los pierdo merecido lo tengo, no puedo quejarme o decirles
a todos que soy una víctima como todas las que salen llorando cuando hacen
cosas peores que yo. La verdad es que me lo merezco. La pregunta es: ¿Habrá
valido la pena? Ricardo III dijo: mi reino por un caballo, yo tendría que
decir: mi familia por un buen polvo… el problema es que creo que a él nunca le
dieron su caballo.
Era un miércoles, me acuerdo como si fuera ayer. Las cosas
estaban muy normales en la oficina, yo seguía con dolor en la cadera del lunes
que nos la habíamos pasado tirando toda la tarde, pero ya se me hacía un dolor
normal, no me afectaba realmente, me molestaba al sentarme, pero nada más,
incluso de recordarlo me sonreía y parecía feliz ante los demás. El ambiente en
el trabajo para todos había mejorado desde que usaba ropa más ajustada y
tacones altos, no sé porque pero antes (cuando usaba ropa de señora) estaba
siempre estresada y peleando con todos, pero desde que Benji me había agarrado
y me había pegado mis buenas comidas, ya me sentía más calmada, más fresca, y
como que encontraba la solución de los problemas sin tener que complicarme
tanto. El sexo me había dado la claridad que años de estudio no me habían
brindado (¿Por eso debe ser que las muchachas en la universidad prefieren
volverse putas que estudiar, no?) El sexo frenético con Benji me dio la
tranquilidad y la eficiencia para resolverlo todo sin darle tantas vueltas a la
rueda. Mi relación con mi personal era fantástica, todos me hacían caso y no tenía
pelear como antes para que hicieran las cosas que el colegio necesitaba. Tenía más
confianza que nunca en mi vida y por eso me sentía dueña de mi propio mundo y
dispuesta a ofrecerle todo a Benji, el hombre que me había despertado y que había
llenado mi cuerpo y mi mente de cosas tan maravillosas hasta ahí. Aunque ese día
él me hizo cruzar más de dos rayas que creía imposibles de cruzar en mi vida.
Eran como las once de la mañana cuando me llegó el primer
mensaje: “¿Quieres tirar conmigo hoy?” Yo, aun adolorida ni lo pensé, prefería
aguantarme el dolor y no quedarme con las ganas de otra buena revolcada.
“Claro” –le escribí y seguí con los mensajes. “Si tú quieres, nos quedamos todo
el día tirando”. “Tengo muchas ganas de estar contigo” –me contestó. “Yo
también, tu sabes que me gusta que me dejes seca, y eso es lo que quiero hoy,
quiero quedar seca, sin una sola gota, como la última vez” –le escribí sentada frente
a la foto de mi familia. Se demoró en contestarme, pero como diez minutos
después me escribió: “Está bien, tú lo pediste”. Yo sonreí, no me imaginaba lo
que estaba pensando pero la sola idea de jugar a ser malos me encantaba, me
ponía el corazón a mil y los pezones tiesos de la dicha. Era cierto, ahora me
portaba así, hasta mi cuerpo ya actuaba en modo zorra cada vez que él me
comenzaba a tratar así.
A eso de las once y media me llamó
—¿Estas depilada? —me preguntó
—Sí, claro que si —le contesté
—No te creo, apuesto que tienes los
mismos pelos que te vi el lunes
—No, ya no, todo eso ya pasó por la cuchilla.
Estoy calva.
—Que bien, eso me gusta, pero algo me
dice que me estás diciendo mentiras.
—Para nada —le contesté— espérate a
esta noche y te lo demuestro
—No. No puedo esperar hasta la noche.
Quiero que me lo muestres ahora. Quiero que vayas al baño, te empelotes y me
mandes unas fotos así como a mí me gustan y, de paso, me compruebes que no
tienes ni un solo pelito en ese coño delicioso tuyo.
Yo no contesté, la última parte ni siquiera la escuché con
atención. Me quedé con la imagen de estar empelota en el baño del colegio. No podía
hacerlo, era el baño que usaban todas las profesoras y estaba casi en el centro
del colegio, cualquier niño podía entrar y verme ahí, como Dios me había traído
al mundo. No podía hacerlo, iba contra todo lo que mi moral marcaba.
—No puedo —le contesté
—¿Por qué no?
—Por los niños
—Decide ¿Qué es lo que prefieres?
No podía creer que me pusiera entre las cuerdas, pero no
podía ir al baño, quitarme la ropa y comenzarme a tomarme fotos como una loca.
Además, estaba el resto ¿Y si me pillaban? ¿Si me descubrían? Eso daba para la
despedida inmediata, aparte de un montón de investigaciones, podía terminar en
la cárcel por ese tipo de comportamiento frente a los niños. Además, la salida
de los más pequeños era a las doce del día, lo que quería decir que las mamás
de ellos ya estaban en la puerta esperándolos ¿Y si alguna de todas ellas me
veía?
—No puedo —le dije de nuevo
—Tú decides, pero yo ya me estoy arrepintiendo
de vernos esta tarde.
—¡No, espérate! —le contesté asustada—
¿No puede ser en mi oficina? Ahí no entra nadie y yo puedo echarle seguro a la
puerta.
—No —me contestó— y en castigo por tu
duda, ahora tienes que hacer un video, tienes que masturbarte empelota en el
baño
—No —le dije yo.
—Tú decides
No podía hacerlo, ni loca, las cosas ya estaban fuera de
control con las fotos, menos me iba a meter al baño a echarme dedo mientras los
demás pasaban a centímetros de mi cuca. No podía, esa no era yo, aunque esa imagen
mía desnuda en el baño y las putas cosquillitas que me aparecian cada vez que
Benji me hablaba, comenzaban a incrustarse en mi carácter.
—No puedo —le contesté
—Si puedes, lo que pasa es que no
quieres, todavía dudas de ti misma, todavía tienes esa doble moral, pero mírate
en el espejo, recuerda todo lo que ya has hecho. No eres más que una puta
insaciable, no te cansas de tirar y estas hecha solo para estar encima de una
verga. Date cuenta de una vez por todas de quien eres. No te sigas engañando
soñando con ser la ama de casa o el fruto de las monjitas. Dejas a tus hijos y
a tu marido por estar conmigo cada vez que puedes ¿Por qué no puedes cruzar ese
patio, meterte al baño y hacer lo que yo te digo? Enfrenta tu realidad. Angie,
no eres más que una puta y tienes las entrañas hirviendo. Acéptalo, tú quieres
hacerlo pero tu moral no te deja. Acepta que ya no tienes moral y que lo único
que quieres en este momento es complacerme, complacerte a ti y hacer cochinadas con tu cuerpo. Dime Angie
¿Tienes medias?
—No
—¿Llevas interiores?
—Sí, un hilo negro, ya tu sabes cuál.
—¿Vas a volver a comprarte esos
calzones de abuelita que usabas cuando nos conocimos?
—No
—¿Te gusta usar los de ahora?
—Si
—¿Te gusta lo que hacemos en el
motel?
—Si
—¿Piensas en todos esos niños cuando
lo haces?
—No
—¿Te gusta complacerme?
—Si
—¿Te gusta masturbarte frente a mí?
—Si
—Pues no esperes mas. Cruza el
pasillo y mándame el video. Tu miedo me asusta, tu moral me aburre, tu desnudez
me va a encender de nuevo.
Y colgó. Yo me quedé por un momento pensando en todo lo que
me había dicho. No era la primera vez que me llamaba puta, ya lo había hecho
varias veces y cada vez menos me afectaba esa palabra. Lo que me afectaba era
el escándalo y la posibilidad de que me descubrieran y me señalaran, de que
todos se dieran cuenta de lo que realmente era. Como todos quería tapar el sol
con un dedo demostrando lo que no era, viviendo de apariencias, de la apariencia
de ser pulcra y correcta, pero Benji tenía razón, ya era demasiado tarde para
seguir ocultando lo que de verdad era.
Salí de mi oficina más cegada por ese cosquilleo que por la
sensatez de lo que estaba haciendo. Cruce el patio, los niños ya estaban saliendo
y el ruido de sus voces inundaba el lugar. No los quise mirar a los ojos, no
quería sentirme culpable antes de tiempo. Me metí en el baño y cerré la puerta,
le eché seguro pero yo sabía que eso de seguro no tenía nada porque varias
profesoras se habían quejado de que la puerta estaba dañada y se abría de
repente. Entonces, usé la mejor arma que tenía en ese momento: le eché la
bendición a la cerradura para que no se abriera. Puse el teléfono sobre el
lavamanos de tal forma que me mostrara completa y comencé a pensar en cómo
debía hacer todo eso. Es muy difícil pensar en excitar a alguien con ese miedo
que uno siente, con la aventura de ser descubierta. Me acordé que ya le había
bailado varias veces a Benji en la suite maya y que podía hacerle un striptease
para entrar en calor. Por mi mente pasó un pensamiento de parar todo eso, de detenerme
y de respetar a los niños y a la institución que pisaba y que me daba trabajo.
Pero ya no podía más, mi zorra ya me estaba dominando y las manos ya comenzaban
a irse solas hacia los botones para comenzar a desabrocharlos. Un último
suspiro. Mis manos a la frente para quitarme todo lo que no me dejaba pensar. Y
a grabar.
—Para ti, Benji. Solo para ti. Te amo
mi polvo alegre —le dije y comencé a bailar con una música que, al igual que
Benji, tenía que imaginarme.
Comencé con los zapatos, luego con los pantalones y la blusa,
quedé en brasier y con el hilo negro que me marcaba la cola y la hacía de
sueño. Me llevé las manos a la espalda y solté el brasier, dos segundos después
cayó al suelo y ya, sin pensar en nada más que en mí y en mi arrechera, me
quité el hilo negro y quedé empelota en el baño del colegio, rodeada de los
gritos chillones de alegría de esos niños y de los regaños de sus profesoras
para que se portaran bien. Comencé a tocarme todo el cuerpo, desde los pies
hasta el cabello, toda me toqué y luego, subí una pierna en el sanitario y
mientras con una mano me agarraba con fuerza una teta con la otra ya bajaba y
comenzaba a frotarme hasta sentir placer. Para mayor comodidad me recosté en la
pared, estaba fría, pero a medida que me daba dedo, se calentaba hasta que terminó
hirviendo y con mi silueta marcada por la calentura que llevaba. Cerré los
ojos, quería entregarme solo a él, aunque ahora sé que no fue por él, Benji fue
la excusa para la causa, pero la causante y receptora de ese placer era yo,
solamente yo.
Ahí estaba, a las doce del día de un miércoles, en plena jornada
estudiantil, encerrada en el baño en la mitad del patio, echándome dedo sin
piedad, masturbándome y dándome palmaditas en la cuca para excitarme más. No sé
cuánto tiempo pasó. Lo cierto fue que me entregué sin sentido a mi placer y terminé
lanzando un chorrito que me llenó la mano de mi propio semen ¡Que delicia!
Sentir en mi mano mi flujo caliente, recién salido de mis entrañas, cubriéndome
los dedos con su complicidad. Estaba en el cielo y se sentía fantástico ser la más
pecadora de entre todos esos ángeles.
Cuando volví a abrir los ojos me vi en el espejo. Estaba
roja. Hirviendo. Con una sonrisa de oreja a oreja me felicité por cumplir el
reto. Bajé la pierna del sanitario, me acerqué al teléfono. Le mandé un beso enorme
a Benji, me chupé los dedos para que se diera cuenta que me estaba tragando
todo lo que acababa de salir de mí y corté la grabación. Solo satisfacción, eso
era lo que sentía. Con un enorme suspiro volví a la realidad. Así, desnuda como
estaba, me paré frente al espejo, me lavé las manos y tomé agua de la llave
tratando de calmar mi corazón y de darle espacio a mi cuerpo para que volviera
a su tono natural. Mientras me pasaba el sonrojo, me acomodé el pelo mejor, que
no se viera que estaba despeinada. Cinco o seis
minutos después, comencé a recoger la ropa y a vestirme de nuevo. Estaba
poniéndome los tacones cuando una profesora intentó entrar y luego golpeó.
—¿Hay alguien? —preguntó
—Sí, ya salgo –terminé de alistarme y
abrí la puerta.
—Pensé que no había nadie, como hace
tanto rato está cerrado
—¡Qué raro! —dije— yo acabé de entrar
y la puerta estaba abierta.
—¡Estoy ciega! Yo aquí aguantándome
hace como media hora.
Le dejé el paso y ella entró sin problemas. Ya había dado dos
o tres pasos cuando ella volvió a llamarme.
—Angie, tu teléfono, se quedó encima
del lavamanos
¡Mierda! Pensé, ya me habían descubierto y mi crimen tampoco
había sido el perfecto. Pero nada, tenía que devolverme y actuar como si nada
pasara.
—Gracias. Ya se me había olvidado. Ni
sé para que lo traje
—Yo lo cargo a todas partes, una no
sabe cuándo le entra una llamada importante. —me dijo sonriendo picara
Siempre me quedó la duda de si ella se había dado cuenta o no
del video, lo cierto fue que, desde esa tarde no se me acercó mucho a hablarme
y pidió el traslado de colegio muy pronto, según ella porque le quedaba muy
lejos de su casa, aunque lo que yo creo es que mi corrida le dolió más que su distancia.
Ojala y, si sabe algo, nunca se lo diga a nadie… o que se lo díga a todos, ya
casi da igual, todos lo saben.
Me fui a almorzar con mis secretarias y dos profesores, pero
yo no probé bocado, apenas tomé agua, todavía sentía el calor dentro de mí,
para esa época una sola corrida era la primera de muchas para mí y estaba
deseando que Benji me llamara para botármele encima y seguir mi maratón. En
todo el tiempo lo único que hice fue mirar el teléfono esperando su respuesta.
A eso de las dos Benji me llamó.
—Me dejaste de piedra, Angie. Quiero
verte ya, ahora mismo
Yo me puse feliz y acepté sin dudarlo un instante. Fui a la
oficina, recogí mi bolso y salí a buscar un taxi. En el camino me encontré con
uno de los niños que estaban jugando mientras yo me echaba dedo, fue a saludarme
y yo, aun con mi mano oliendo a pecado, le acaricié la cabeza y le dije que se
portara bien.
FIN DEL CAPITULO 8
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