CAPÍTULO NUEVE. RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL



RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL

POR: PATRICIA KAMINSKI ©

CAPITULO 9


Gracias  a todos los que han leído mi relato, son increíbles. Les dejo algunos links para que lean todo lo que ha pasado. Ya casi es una novela corta, pienso publicarla el próximo año con más detalles. Me gustaría saber sus opiniones ¿Qué piensan de todo esto? Ahora, vamos al grano.

CAPITULO 9

No solo Benji había quedado de piedra y súper caliente con mi video, sino que yo estaba que hervía, podía haber fritado un churrasco solo con mi vientre y habría quedado perfecto. De las cosas que más me gustan de esos momentos en los que me pongo así es ese calor, ese sofoco que tengo que liberar a como dé lugar. Antes no era así, de vez en cuando (muy de vez en cuando) me excitaba y me daban ganas de hacer el amor con mi esposo, pero algo tan pequeño, tan tímido, que realmente no llegaba a sentir esa desesperación tan rica que ahora siento. Sentir el corazón latiendo como bomba a punto de estallar, sentir los nervios de ser descubierta ¡Sentir! Eso es lo que más me gusta de todo esto ¡Sentir que sigo viva y que alguien más necesita con urgencia de mí! No solo para cocinar, para lavar la ropa o para repartir el sueldo en deudas, no, eso no sirve, lo que sirve es sentir ese hervor, esa gota de sudor saliendo después de tanta faena, de tanto sube y baja, sentir ese placer liberador de ese orgasmo único e irrepetible, eso es lo que más me gusta y, en ese momento, eso era lo que estaba sintiendo.

Llegamos casi al tiempo a la suite maya. La camarera del motel ya nos conocía, se llamaba Yeimi y cada vez que me veía me recibía con una sonrisa cómplice de discreción total.

—El señor acabó de llegar. Ya la está esperando en la suite —me dijo mientras me acompañaba en el ascensor.

Yo iba tan apurada, tan necesitada que no pensaba en nada más sino en tirar con Benji y ya en el ascensor me estaba quitando el reloj y los aretes para no hacerle daño. Incluso me quité la chaqueta que me hacía ver elegante y mientras caminábamos ya por el pasillo comencé a desabotonarme la blusa. Ella golpeó por mí y Benji abrió aun vestido como el jefe que todavía era. Yo me lancé sobre él y le di un enorme beso, un beso apasionado, con la lengua a la garganta para que sintiera mis bichos y mi lujuria en su sangre. Lo sentía, sentía su corazón palpitando tan rápido como el mío con el único deseo de estar así para siempre.

Me separé y lancé el bolso y la chaqueta lejos, me terminé de desapuntar los botones que me quedaban de la blusa y así, con la blusa abierta y mostrando el brasier y mi piel blanca, miré a Yeimi sonriendo

—¿Puedes traernos dos cervezas bien frías? Estoy que me muero de la sed —le dije.

Ella hizo un gesto y salió de inmediato a traer el pedido. Me volví a lanzar sobre Benji y, sin más, comencé a quitarle la camisa y el resto de la ropa. Él hizo lo mimo conmigo, aunque no había mucho que quitar solo tenía los pantalones, la tanga y el brasier y todo eso podía desaparecer con solo mirarlo. En menos de un minuto yo ya estaba empelota y lista para una jornada sin cesar. Benji se separó y me dijo que tenía que ir al baño, que quería una ducha rápida antes de empezar. Yo no, quería que él probara el mugre de la calle que me daba sazón y que devorara los rastros de mis fluidos que había derramado por él. Me eché en la cama y esperé a que saliera.

Una de las cosas que más me gustaba del motel al que íbamos era el servicio, era increíble, no sé cómo hacían pero solo era pedir algo y en solo un instante lo llevaban. Parecía que le leyeran a una la mente y todo lo tuvieran listo de antemano. Esa tarde no fue la excepción. En ese instante, volvió Yeimi ya con las cervezas, golpeó y yo hice algo que jamás en mi vida había hecho y que, hasta esa mañana, antes de hacer un video sin ropa en medio de un colegio, no había sido capaz de hacer, por vergüenza, por miedo al que dirían o porque era demasiado ciega para no aceptarme como era y lo buena que estaba. Al escuchar la puerta me levanté de la cama, busqué en mi bolso un billete para pagar y, así desnuda como estaba, abrí la puerta para recibir mi pedido. Yeimi me vio y se sonrojo, quiso mirar para otra parte, pero esas tetas mías eran imposibles de evitar. Casi temblando me pasó las cervezas y yo le pasé el billete. Luego se alejó rápido mientras yo la despedía con una sonrisa y cerraba la puerta.

Era la primera vez que hacia eso y me mostraba sin nada que me ocultara frente a alguien más que no fuera Benji. Pero cuando digo sin nada que me ocultara no me refiero solo a la ropa sino también al alma, a la mirada, a ese espíritu de zorra que me estaba consumiendo y que me hacía sentir tan libre y tan llena de vida. Obvio que nunca me había mostrado frente a otra mujer desnuda, pero en ese instante, eso no me importó, le pudo importar a ella tal vez, pero no a mí; para mí era como el traje oficial de esa Angie que ahora era y, por primea vez en mi vida, me sentía bien al lucirlo, me sentía con la confianza suficiente como para mostrarle mi cuerpo a cualquiera. De repente, esa vergüenza que siempre me daba al decir teta, cuca o culo, había desaparecido y verme ahí, rodeada de espejos y ver en cada espejo a esa Angie desnuda, ya no me daba nada, mi miedo, ni amor, ni vergüenza. Era yo, ahí, desnuda, a punto de hacer el amor con el hombre que me satisfacía más en el mundo, y nada más. El resto de límites, de reproches y de esas cosas sin sentido que no te dejan ver nunca la claridad, habían desaparecido, se habían esfumado entre los hilos de las telas que habían caído mucho rato atrás de mi cuerpo.

Cuando Benji salió de la ducha yo ya iba en la mitad de la botella y estaba sentada en la cama con las piernas medio abiertas mientras miraba ese canal porno que no había vuelto a ver porque él siempre estaba presente. Sin embargo, ahora que él aparecía no cambie de canal ni me tapé la cabeza con la almohada, solo lo miré y con mi mano extendida lo invité para que acompañara. Solo diré que fueron dos horas de sexo puro, duro y sin pensamientos –como ya me gustaba-. Era corazón contra corazón. Sangre contra sangre y una batalla lubrica donde ganaba el que soportara mas el dolor, ese dolor delicioso que antes de acabarse ya se suplica por más.

El problema era que Benji estaba tan entusiasmado con el video y todo eso que en su primer polvo –el mejor siempre- duró apenas como veinte minutos y de ahí fueron otro veinte de lengua hasta que su pajarito se levantó de nuevo, pero de nuevo resistió otros veinte minutos y después me tocó como media hora de boca hasta que lo volví a parar y luego fueron como quince minutos en los que se quejó más de lo que gozó y después, por más esfuerzo que hice, ya no lo volví a levantar, había quedado muerto, sin una gota y tan chiquito que parecía esconderse entre sus güevas para que yo no lo volviera a encontrar jamás.

Que tristeza ser hombre, saber que todo el día se la pasan pensando solo en tirar y cuando llega el momento apenas pueden resistir lo que esa palanquita logra y si solo llegan a ser unos minutos, todo ese día de pensamientos lascivos se perdió. En cambio nosotras, nosotras somos increíbles y nos cuesta prendernos, pero cuando ya estamos encendidas el único limite es el cielo y el dolor de espalda de cargar tanto tiempo a esa bestia encima. Que rico es ser mujer y poder disfrutar de todas esas sensaciones durante tanto tiempo. Si más hombres supieran eso, pensarían menos y sentirían más y seria toda una noche de solo placer y no en cambio toda una noche de halagos y dos minutos de insignificantes jadeos en la oreja arrepentida por tan mal servicio. Una debería tener el derecho de demandar a esos tipos por ser tan malos polvos, es que eso es engaño publicitario y falsedad en contrato. Son puro halagos y flores y chocolates y serenatas, para después una encontrarse con un pito bien chiquito o un tipo bien precoz. La precocidad debería ser un delito de cárcel ¿De qué sirve un tipo en la calle que no sepa tirar bien?

Después de esas dos horas, Benji descanso un rato tirado boca abajo mientras yo me le eché encima y comencé a masajearle la espalda y a limpiarme lo que me había dejado en la cuca con su piel. Era un buen masaje, exfoliante y todo. Un rato después me levanté y me acosté a su lado. De pronto, hizo un gesto de haberse acordado de algo, se levantó, buscó su chaqueta y de un bolsillo sacó una cajetilla de cigarrillos.

—¿Tú fumas? —le pregunté— No sabía que fumabas

—No son para mí, son para ti

—¿Para mí? Pero si yo no fumo, además ese olor me parece asqueroso

—Será mejor que te vayas acostumbrando porque la sola imagen de verte con un cigarrillo en la boca me pone a mil

—¿Por qué?

—No sé, pero ¿acaso tiene un por qué todo lo que estamos haciendo?

Se acercó y me paso los cigarrillos mirándome a los ojos, yo los recibí y luego nos dimos un beso tierno, suave y sin fuerza. Lo pensé un instante, esa era otra cosa que nunca había hecho en mi vida y tenía que enfrentarme a eso de repente, además, no sabía cómo justificar todo eso con mi marido ni con el resto de familia, pero la promesa de que teniendo un cigarrillo en la boca ponía a mil a Benji y podía levantárselo de nuevo, me pudo más. Destapé la cajetilla, saqué un cigarrillo y con unos fósforos cortesía del motel, lo encendí. La primer bocanada me supo a basura, casi me ahogo, pero él sonrió y eso fue suficiente para seguir allí, empelota, mirándolo y soltando el humo pecador de mi torcida lengua.

Lo malo fue que no se le paró. No había remedio, era un hombre y nada más. Lo único provechoso que sacamos de eso aquel día fue una foto que me tomó y en la que quedé lindísima como si brillara de lo hermosa que estaba y que me sentía. Luego nos vestimos y con un largo abrazo solté la última bocanada de humo del tercer cigarrillo que me fumaba en esa tarde.

Para sorpresa mía, llegué a mi casa temprano. No había nadie, los niños no habían llegado del colegio ni mi marido del trabajo. Caminé hasta el cuarto y decidí ducharme, no quería impregnar todo el apartamento con el olor del cigarrillo. Esta vez me desnudé sin cerrar las puertas, ni la del cuarto ni la del baño. Cuando me estaba bañando llegaron todos y mi hijo más pequeño, al darse cuenta que mi bolso estaba por ahí, corrió al cuarto a saludarme, pero apenas se asomó y se dio cuenta que yo estaba desnuda bañándome, se devolvió de inmediato como si hubiera visto al demonio en la cara ¿Así había criado a mis hijos, que se espantaban descoloridos por ver a una mujer empelota?  ¿Así quería que fueran de grandes, que se asustaran cuando sus mujeres les dijeran teta o verga? No era justo quitarle la inocencia a un niño, pero tampoco era justo convertirlos en un par de ciegos que solo tuvieran ojos para el dinero y para las deudas como su querida madre lo había hecho durante treinta y ocho años y pedazo. Así que, decidí (o no sé si fue que decidí o mi instinto me lo dijo así) pero salí del baño como Dios me trajo al mundo, secándome por pedazos con la toalla con la que siempre me cubría desde los pies hasta los hombros. Me sentía bien mostrándole el culo a la humanidad y dentro de esa humanidad también estaba mi familia y es una costumbre que espero nunca se me pase.

Me puse por encima apenas una bata y salí descalza a saludarlos. Estuve con ellos dos o tres horas como hacía tiempo no estábamos, ayudándoles con las tareas o conversando sobre sus amigos o las noticias de la radio. Nada importante. Después de la cena nos sentamos a ver televisión, ni me acuerdo que programa, solo me acuerdo que metí la mano en el bolso, encontré los cigarrillos y los fósforos del motel y, de la manera más descarada y sin vergüenza, saqué uno, lo encendí y comencé a fumar frente a todos.

—¿Desde cuándo fumas? —me dijo sorprendido mi marido

—Desde ayer —le dije sin darle más vueltas

—¿Por qué?

—¿Acaso esta vida tiene un por qué? Simplemente ayer me dieron muchas ganas de fumar, compré estos cigarrillos y listo.

—No estoy de acuerdo, le das mal ejemplo a los niños.

—¿Qué quieres que haga? O fumo frente a ti o fumo a tus espaldas, pero no quiero dejarlo por ahora.

—Haz cambiado mucho Angie ¿Qué está pasando contigo?

—Nada, sigo siendo la misma ¿o quieres que te muestre mis lunares en el culo para que te des cuenta que soy la misma?

—No digas groserías frente a los niños

—No digas. No hagas. No pienses. No vivas. Peros y más peros. Así es tu vida. Tú eres el que ha cambiado, antes eras distinto, antes eras chévere.

Nos quedamos en silencio, apenas el televisor era el único que hacia ruido.

—Por lo menos fuma en el pasillo o en la calle, no sé, pero que el humo no se lo traguen los niños

—Está bien —dije.

Me levanté para salir del apartamento

—¿Vas a salir así? —me replicó mi marido al verme descalza y con solo la bata puesta

—¿Quieres que me la quite?

—¿Qué pasa contigo, Angie? —me dijo con una cara de decepción que nunca le había visto.

Yo no le hice mayor caso y salí al pasillo a fumarme mi cigarrillo. Lo único que lleve conmigo fue el teléfono, porque como buena moza de alguien no podía dejarlo por ahí dando vueltas. Le había puesto algún mensaje a Benji, pero no me había contestado. La luz en el pasillo era buena y yo estaba sola, decidí tomarme una foto y enviársela a una cuenta secreta que nos habíamos inventado para esos casos. Tuve la intención de quitarme la bata y quedar empelota, pero no, era demasiado y si era zorra pero no loca. Entonces, simplemente me tome una foto en donde aparecía con mi cigarrillo colgando de los labios “como un pene pequeño”, le escribí.

Me mandó un montón de caritas, pero luego me preguntó si llevaba algo debajo y como le confesé que no, quiso pruebas. Entre al apartamento, todos estaban en lo mismo que los había dejado, perdiendo el tiempo. Me fui directo al baño. Me quité la bata, me tomé una foto y se la envié. Me preguntó si quería una de él, pero le dije que no, que el cuerpo de una mujer es una obra de arte mientras que el del hombre solo se hizo para que no se escurrieran los intestinos por ahí… si fuera musculoso, tal vez, pero con la barriga chiquita que tenía y el pitico cansado por el uso, era mejor dejar las cosas así.

Ya casi daban las nueve cuando me escribió que le gustaría mucho pasar una noche entera conmigo sin pensar en nada más y poder dormir los dos juntos y desnudos sin huir de nadie. Me pareció fantástica la idea, pero la realidad era otra, yo tenía que dormir a mis hijos y alistarles la lonchera del otro día y él tenía que quedarse en su casa cuidando a su familia y velando por su bienestar macabro. Hice lo que tenía que hacer, alisté todo, para mí y para los míos, dormí a los niños y a eso de las diez y media entré al cuarto a acostarme. Mi marido estaba furioso y ya se había acostado y miraba el noticiero esperando que saliera la piernona que lo desvelaba. Yo me quedé mirándolo, lo conocía muy bien y sabía que él bravo no funcionaba, pero me dieron ganas de tentarlo, de ser su demonio del desierto. Entonces me paré a mi lado de la cama –como siempre- corrí las cobijas para acostarme, pero en lugar de buscar mi pijama, me desanudé la bata y la mandé lejos. Quedé de un solo tirón, empelota, mi marido me miró aterrado sin saber que hacer o que decir y yo, como si nada, me acosté y me arropé mientras me deleitaba con todas las cosas malas que mi zorra me hacía gozar.

—Buenas noches —le dije

—¿Vas a dormir así? —me preguntó con su voz temblorosa

—Sí, de aquí en adelante pienso dormir empelota, en una revista leí que es bueno para la circulación y para descansar como se debe. Lo voy a probar hoy y, si me queda gustando, pues prepárate porque pasaré mis noches sin un solo trapo puesto. ¿Te parece?

—Si —contestó él casi temblando, yo sentía su erección debajo de las cobijas, pero ya no tenía ganas de tirar, por fin, después de todo un día de aventuras, estaba cansada.

—Buenas noches, tengo que madrugar mañana —le dije cerrando los ojos y quedándome dormida casi al instante. Dormí como un perro estirado en la calle, delicioso, un placer entero dormir sintiendo en mi cuerpo solo el roce de esas sabanas de rayas. Al día siguiente boté la pijama a la basura.

FIN DEL CAPITULO 9


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