RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL. ONCE



RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL

POR: PATRICIA KAMINSKI ©

CAPITULO 11

Los amo a todos. Gracias pro seguir con nosotros. 

CAPITULO 11

Como habíamos quedado Benji y yo nos encontramos ya dentro del avión, ni siquiera en inmigración nos cruzamos para evitar cualquier tipo de sospechas. La despedida con mis hijos fue lo más normal, un besito en la frente a cada uno y listo. Con mi esposo fue un poco distinto. De repente estaba bravo, como que no podía soportar que yo me fuera de viaje sin él. Me hizo mala cara desde que se levantó y, cuando me acerque para despedirme, me dijo en voz baja:

—Que la pases bien con los que vayas

—Gracias, amor, me los voy a comer a todos los que me encuentre pensando en ti y no te preocupes si cuando vuelva no me puedo sentar, eso será porque usaron mi culo como tú nunca lo has hecho —le di un beso en los labios y salí del edificio en taxi.

Él no supo reaccionar a tanto, no sé si quedó bravo o sorprendido, la verdad ya no me importaba, lo que yo quería era que se diera cuenta que no le tenía miedo y que sus palabras ya no podían evitar que me gozara esta miserable existencia.

Como decía, en el avión me encontré con Benji y lo primero que hice al verlo fue darle un beso gigante que incomodo a más de uno. Se me olvidó contar como iba vestida. Cuando salí de mi casa iba en jean, tenis y una chaqueta gruesa para el frio, pero apenas cruce la puerta de inmigración y, antes de que le pusieran el sello a mi pasaporte, me metí al baño me quité la chaqueta, debajo tenía una blusa de tirantas y el bikini negro que me tapaba menos de la mitad de las tetas. Me quité el jean y me puse un short negro que había encontrado por ahí antes de salir y que era perfecto para lo que buscaba. Me quité los tenis y me puse las sandalias de tacón que había comprado para las salidas nocturnas y no más. Me maquillé lo mejor que pude y dejé la bolsa con la ropa de frio en unos casilleros privados que casi nadie usa que sirven para guardar desde ropa hasta almas, como en mi caso.


El viaje fue placentero, entre sonrisas cómplices y besos silenciosos. Llegamos a Panamá a eso de las nueve de la mañana. Allí nos estaba esperando un amigo de Benji que nos llevaría hasta la ciudad mientras Benji le decía lo que tenía que hacer y como firmar los registros para que apareciéramos como si de verdad hubiéramos asistido al congreso ese del que tanto hablaban ellos. En cortesía, Benji lo invitó a almorzar y después de un par de tragos y de una charla amena, nos despedimos, eso sí, las miradas que me pegaba el amigo eran feroces, de morbo puro, incluso a Benji le llamaban la atención, pero a mí no, yo me sentía feliz siendo codiciada por otro hombre que no era mi amante. Cuando nos despedimos casi me da un beso en la boca, fue muy cerca, tan cerca que alcancé a asustarme, aunque la cosa paró ahí y no he vuelto a ver a ese tipo, aunque si me lo encontrara no puedo saber lo que pasaría entre nosotros. No garantizo nada. Ya no puedo garantizarle nada a nadie.


Dimos una vuelta por la ciudad, nos tomamos fotos por separado para enviarlas a las familias, incluso yo me pegué a un grupo de viejas de otro país y escribí que eran mis compañeras de congreso “Que gran teatro”, todo por un pinche polvo ¿Hasta donde somos capaces de llegar por eso? Políticos que roban, narcos que despilfarran su fortuna, gerentes que empeñan sus empresas, todo por un par de tetas o, en mi caso, por una deliciosa satisfacción lubrica.

A eso de las tres de la tarde por fin nos fuimos a nuestro destino: Isla Contador, nos llevó una avioneta chiquita que parecía de los Picapiedra, me dio miedo, nunca había montado en una cosa tan chiquita y mal pintada, pero en menos de veinte minutos ya habíamos aterrizado en la Isla. Nos fuimos al hotel, un hotel sencillo, sin mucho que ofrecer aparte de la tranquilidad y de un paisaje de ensueño. La isla era pequeña, aunque eso no me importaba, para recorrerla alcanzaba solo un rato y uno podía ir a pie o en un carrito de golf que se alquilaba en la recepción. Ese día, sin embargo no queríamos nada. La habitación que nos dieron era precisa para lo que necesitábamos: una cama grande, un baño con tina, un par de hamacas en el balcón que daba a la playa y una silla curva que podíamos usar como nuestra máquina del amor.

Entre unas y otras ya eran las cinco de la tarde. Me metí en la ducha: fría y refrescante y al rato salí empelota mientras Benji recostado en la cama jugaba con el control del televisor. No dije nada, pero íbamos a lo que íbamos, entonces le caminé sensualmente y me le acosté encima besándolo con gratitud, pasión y una extraña y agradable sumisión. Él se levantó para ducharse y yo me quedé en la cama desnuda y buscando en el televisor algún canal porno con el que me pudiera contentar mientras Benji salía oliendo a limpio. Nada, solo novelas y películas de hacia treinta años que ya estaban rayadas de tanto pasarlas. Por fin Benji salió y se metió en la cama conmigo. Despacio, muy despacio hicimos el amor, como midiendo hasta donde podíamos llegar y como iba a ser el ritmo de nuestra luna de miel irresponsable. A eso de las siete terminamos y más con hambre que con ganas, bajamos al restaurante a probar uno de esos platos extraños que sirven en todas partes. El mío tenía más harina que carne: un sándwich de camarones, pero los camarones se habían volado antes porque apenas encontré dos o tres, el plato de Benji tenía más patas que harinas, parecía como si le hubieran servido un cien pies de cabeza, se veía horroroso y, por más que me insistió, no me atreví a probarlo. Después de eso nos fuimos a caminar al borde de la playa más popular, aunque decir popular es mucho porque apenas habíamos como veinte turistas en la isla esa noche.

Fue hermoso, como en un cuento: caminando descalzos por la arena mientras la espuma tibia de las olas se colaba en nuestros pies. Hablamos de todo, con paciencia, prestándonos atención el uno al otro. Tal vez era la primera vez en nuestra aventura que nos tomábamos tiempo para conocernos mejor, para saber que pensábamos de todo y que clase de persona teníamos al frente cada vez que nos encontrábamos en la cama.

Lo curioso eran los berridos de los micos, cada que gritaban nosotros volteábamos a mirar pensando que alguien nos estaba llamando, incluso Benji saludó a un mico de esos haciéndole una seña, pensando que era uno de los camareros del hotel, casi me orino de la risa, nunca lo había visto tan torpe.

Eso sí, las ganas nos pudieron, a eso de las diez miramos a los lados y no vimos a nadie cerca por ninguna parte, ya todos se habían ido y nos habían dejado solos o, tal vez, nosotros nos habíamos alejado de todos sin darnos cuenta; el caso es que cuando nos dimos cuenta estábamos solos, rodeados de árboles, bosque y mar y con la luna iluminándonos los cuerpos. Nos miramos un buen rato, nos dimos mil besos y, de repente yo dije:

—El ultimo que llegué pierde

Y salí corriendo directo al mar, en el camino me quité el vestido y quedé empelota porque no llevaba nada debajo. Con una sonrisa de oreja a oreja y con más coraje que otra cosa, me metí en el agua que ya estaba fría y me puse a nadar como una loca. Cuando me acordé de Benji ya estaba como a cincuenta metros de la orilla y no lo vi, entonces decidí que lo mejor era regresar y no perderme de mi amante. El infeliz ni siquiera se había metido, estaba en calzoncillos en la orilla, esperándome con el celular en la mano, tratándome de hacer un video que nunca le salió porque no había luz para tanto. Yo salí como una sirena del mar y camine desnuda —como nunca lo había hecho— hasta él. Me le boté encima y ahí mismo nos acostamos y nos echamos nuestro primer polvo playero, algo tímidos, eso sí, porque los gritos de los micos y de las otras bestias no me dejaron concentrar para poder tirar en paz. Como a la media noche nos devolvimos para el hotel, Benji iba en pantalones, pero yo seguía desnuda y me encantaba estar así, sentir la brisa en todo el cuerpo y ese frio rico que el mar nos traía. Estaba feliz, segura que nadie me veía y por eso aprovechaba mi descaro.

—Vístete, vístete —me dijo Benji cuando comenzamos a ver las luces del hotel y del alumbrado que lo cercaba.

No fue difícil, era solo el vestido y ya. Subimos al cuarto y me metí en la ducha para quitarme toda la arena que llevaba, parecía un albañil de toda la arena que me salió de todas partes, tenía ya un muro entre la cuca y el culo de toda la arena que se me había metido en la playa, cuando salí, Benji ya estaba dormido. Yo quise recostarme en una hamaca a mirar el mar y las estrellas, pero el cansancio no me dejó y quedé quieta al lado de Benji.

Al otro día me desperté como a las diez de la mañana. No me acordaba del último lunes que no fuera festivo en el que hubiera dormido tanto. Escuché el ruido de una vajilla y pensé que Benji estaba por ahí tomando café o algo así, pero cuando levanté la cabeza me asuste porque no era Benji sino la camarera que estaba dejando el desayuno en el cuarto. Me aterré. Yo estaba empelota mostrándole el culo sin nada que me tapara, lo único que encontré rápido ára cubrirme fue una almohada chiquita que no me tapaba nada.

—No se preocupe —me dijo ella sonriendo— aquí casi todos los turistas duermen así, además tiene un bonito cuerpo, vale la pena mostrarlo.

Luego de eso, se despidió con muchísima cortesía y salió del cuarto sin decir nada, en ese momento vi Benji que estaba sentado en una hamaca mirando hacia el mar.

—Hola —me dijo mientras se levantaba para ir hasta la mesa y desayunar conmigo

—¿Por qué no me avisaste que alguien iba a entrar? —le hice el reclamo aun sonrojada por lo que había pasado.

—Estabas dormida

—Pudiste cubrirme con algo

—No sé, no lo pensé, como venias así anoche, pensé que ibas a estar así todo el paseo. Además en la suite maya haces lo mismo

—Pues sí, pero allá hay confianza

—Y aquí también, nadie te va a decir nada por eso. Mejor desayunemos que tenemos mucho que hacer.

Después del desayuno me bañé y me puse el bikini negro. Me conseguí un pareo corto en la tienda del hotel y salimos a caminar por la playa. Nos montamos en una lancha que nos dio la vuelta por toda la isla mientras el lanchero nos decía que se podía hacer en cada playa y cuáles eran las claves para pasarla bien, según él. Me sorprendió que le dimos la vuelta a toda la isla como en media hora y siempre vimos lo mismo: playas vacías, piedras gigantescas, micos gritando como bebés, venados flacos y pájaros de mil especies por todas partes y, eso sí, un hermosísimo mar cristalino, se podía ver la arena debajo de todo y a los peces que se atrevían a desafiar el motor de nuestra lancha.

Después de la traumática clase de buceo y de ver el culo peludo del instructor tratando de rescatarnos, decidimos que la “aventura” no era lo nuestro y que ya era tiempo de dejar de darle tantas vueltas a nuestro propósito; al fin y al cabo, no habíamos viajado tres mil kilómetros para ver pescaditos. Decidimos parar. Fuimos a almorzar y luego al hotel, Benji estaba tan fundido con lo del buceo que se quedó dormido en una hamaca. Yo no tenía ganas de dormir, quería salir a la playa y —por lo menos— que me diera el sol entre las piernas ya que mi amante no era capaz de llenármelas como merecía.

Agarré el bolso con el bloqueador, el bronceador y una toalla del hotel cuando me di cuenta que era la oportunidad perfecta para lucir uno de mis bikinis. Por la ventana se alcanzaba a ver que en la playa no había mucha gente, de hecho en todo el día habíamos visto a pocos turistas y, por eso pensé que el escandalo podría ser menor. Caminé hasta la maleta, sin pensarlo mucho (porque el que piensa pierde) agarré el bikini azul celeste. Me quité el negro y me puse el chiquito… me miré en el espejo ¡Me daba oso ponérmelo, esa era la verdad! Primero era más chiquito de lo que yo recordaba, apenas si me cubría la rayita de adelante porque la de atrás, nada, quedaba todo el culo al aire, arriba era chiquito, pero lo podía soportar. Segundo tenía el culo blanco como un queso, se notaba que nunca el sol me había tocado esa zona y mientras las piernas las tenía canelas el culo lo tenía más blanco que el brillo de mis ojos. Tercero se notaba que ya no estaba tan joven como para usar esas cosas tan atrevidas, sin darme cuenta ya tenía cara de señora, de mamá, de ama de casa y no de la puta que pretendía ser. Lo pensé, me dieron ganas de quitármelo y guardarlo en la maleta para siempre, pero no, ya me lo había puesto, ya estaba allí y no valía la pena arrepentirme. Tomé fuerza. Me puse el pareo para disimular el primer impacto y salí mientras Benji aun roncaba como morsa.

No miré a nadie, solo caminé sin pensar en nada más que en llegar a la playa y acostarme en la arena. Lo logré, a los cinco minutos de haber salido del cuarto ya estaba frente al mar, descalza y buscando un buen sitio para acostarme. Había por ahí veinte o treinta turistas, más que en la mañana, pero no suficientes para detenerme. Me llevé la mano al pareo y, por primera vez en mi vida, le mostré mi cuerpo casi desnudo a todo el que quisiera verlo. Me excité con la sola idea de tener ese bikini tan chiquito y sentí como mis pezones saltaron de sus tetas y se pusieron duros como una piedra. Sin más, me acosté sobre la toalla que llevaba y saqué el bronceador. La meta: quedar completamente bronceada sin tener de que apenarme para la próxima vez.
  
Pasé como media hora sola tomando el sol, sintiendo los rayos golpeando mi cuerpo y violando las células vírgenes que nunca habían visto la luz del día. Estaba distraída pensando no sé en qué cuando de pronto sentí una sombra sobre mi espalda, pensé que era Benji… pero no

—¿Refresco? —me dijo una voz extraña

Cuando me giré casi me desmayo. Era uno de los meseros del hotel, de los que ayudaban en todo y metían la cabeza en todas partes, ya me conocía y me dio vergüenza que me viera con el culo al aire. En la mano llevaba una lata de refresco, de esa que toman todos por allá. Me extendió la mano para que yo la agarrara.

—Gracias, pero no tengo con que pagarla, no traje plata —le dije aun aturdida.

—No se preocupe, es cortesía del hotel, es que nosotros nos preocupamos mucho de nuestros clientes —me dijo sonriendo y dándome la lata con cierta malicia.

Yo me giré para que no seguir dándole la espalda —más por pena que por cortesía— y recibí el refresco.

—Hace tiempo no me bronceó —le dije incomoda, tratando de romper el hielo y de quedar bien con el sujeto.

—Pero ese bloqueador no te sirve —me dijo— si quieres uno que te deje bronceada pareja te lo puedo traer del hotel.

Yo acepté, ya no tenía mucho que perder y si podía ganar mucho con el consejo del mesero. Como a los diez minutos volvió con una botella de vino

—¿Y que, me voy  broncear con vino? —le pregunté sonriendo

—No, aquí está el mejor bronceador de todo el caribe, hecho por las abuelas de esta isla, es lo que siempre hemos usado y mira los resultados —dijo levantándose las mangas del pantalón— ¿Ya ves? Parejo total, además este te ayuda a cuidar la piel, la humecta y te la deja bien linda. Te juro que te va a sentar espectacular Date la vuelta y te lo aplico.

La propuesta me hizo tambalear, no era mi marido, no era Benji, pero ya estaba ahí, no podía echarme para atrás. Entonces me giré y deje que ese tipo me comenzara a tocar. Si no me corrí fue por pura educación, pero desde el primer chorro de ese aceite hasta el último me lo gocé, estaba a mil y mucho mas sintiendo esas manos grandes y extrañas recorriendo mi espalda. La paga para él también fue buena porque dejé que me tocara enterita, se gozó pasarme las manos por la espalda, pero casi no para cuando siguió por las piernas y luego, sin mucha vergüenza, por toda mi cola. Estaba arrechísima, no podía más, ese tipo me tenía a mil. Sentía que estaba cubierta toda de aceite y que brillaba como un faro, pero no me importaba, que siguiera así, que siguiera, que lo único que quería era soltar el chorro entre sus manos. Pero no hay dicha completa, de repente lo llamaron del hotel y él tuvo que irse. Con pesar nos despedimos, pero antes de irse me dijo:

—Lastima, me tengo que ir, pero si puedo darte un consejo, esta es una playa libre y se puede hacer topless sin ningún problema.

Nos cruzamos las miradas, ambos estábamos encendidos y se notaba la tensión de la ropa entre nosotros. El tipo no era el más bueno del mundo, no era el modelo del caribe, pero prometía ser un buen polvo y, si Benji me daba la oportunidad, le iba a poner los cachos con él y a desahogar mi soledad con una verga caribeña.

Se fue sin despedirse, sin cortar una conversación que prometía seguir más adelante. Eso sí, no dejamos de vernos mientras él se alejaba y yo, como llevada por calor que me ardía por dentro y excitada por esas caricias que me habían devorado, me llevé la mano a la espalda —al nudo del bikini— lo desaté y, aun mirándolo, me lo quité y dejé mi buen par de tetas al aire, al descubierto, para que él y el resto de mundo las viera.

Casi se devuelve a comerme en ese instante y frente a todos, pero su oficio y su trabajo no lo dejaron. Lástima por él.

Como a la hora llegó Benji y cuando me vio en topless frente a todos y con el culo al aire mientras todos pasaban saliva cada vez más cerca mío, cayó arrodillado en la arena, rendido frente a mi… era la primera vez que lo veía así, babeando como un perro y con los ojos salidos por el deseo, lo tenia a mi merced y eso que el viaje apenas comenzaba…

FIN DEL CAPÍTULO ONCE

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