EL ASESINO AMABA A CHOPIN. EPISODIO CUATRO
EL ASESINO AMABA A
CHOPIN
POR: SIR RICHARD EL
ATEMBADO ©
EPISODIO CUATRO
López estaba de pie y pensativo detrás de sus ayudantes
mientras ellos revisaban los videos de las cámaras de vigilancia. Horas y horas
de absoluta nada. Ninguna de las cámaras daba indicio de algo extraño o sospechoso.
La información que les había dado Antonia Schneider era cierta, se había visto
llegar a Juan Pablo Villa Castro faltando doce minutos para las diez de la
noche, se había saludado con el vigilante, habían intercambiado palabras
menores y, después de un apretón de manos, el vigilante lo había dejado pasar
sin problemas. En el ascensor había estado tranquilo, aunque se veía
confundido, pero esa confusión parecía ser más llevada por la tristeza que por
la rabia, tal vez aun no comprendía como su esposa y la fortuna que le antecedía
se le había escapado por entre los dedos… y menos con una mujer como Antonia,
que debía ser por derecho su amante y no la de su, mujer.
Faltando siete minutos para las diez Juan Pablo había
descendido del ascensor y ya tocaba el timbre de su antigua morada. Hasta ahí
se podía ver el video porque la imagen estaba dirigida de tal manera que se
podía ver el pasillo y las puertas, pero el ángulo no permitía ver a las personas
que abrían y, menos, podía dejar entrever el comportamiento que lo esperaba
allí adentro.
Tal como lo había declarado Antonia, Juan Pablo ingreso al
apartamento y unos quince minutos después, salió ella vestida y ofuscada, con
el cabello aun revuelto y con una mirada odiosa frente a la situación en la que
la había puesto su amante. Unos cinco minutos después, a eso de las diez y
dieciocho, Antonia salió del edificio en su carro Volvo, automático, último
modelo color naranja con rumbo al norte de la ciudad, seguramente, a su casa.
Aunque esa información ya la había solicitado López, pero aun no le llegaba la
confirmación.
El verdadero problema del asunto, radicaba en que Juan Pablo Villa
Castro, el principal sospechoso de la muerte de Manuela, había estado con ella
dentro del apartamento durante el espacio y tiempo de hora y cuarenta minutos,
pero según las cámaras de vigilancia, había salido del apartamento con la
cabeza más baja de como había llegado y con los ojos llenos de lágrimas, a eso
de las once y treinta y cinco de la noche. Se había subido en el ascensor de
inmediato. Y un minuto después, sin despedirse del vigilante y sin mirar hacia ninguna
otra distinta al suelo bajo sus pies, había salido del edificio por la puerta
principal. Luego, en la calle, había caminado con sentido al sur, tal vez
porque la inclinación de la calle descendía hacia ese lado y podía caminar con
menos esfuerzo. López también ya había solicitado el informe del resto de
cámaras de vigilancia de la zona para saber hacia dónde había caminado Juan Pablo
y en qué lugar había terminado su camino, pero al igual que con Antonia, esa
información todavía no llegaba.
Sus ayudantes ya estaban viendo los videos que iban en eso de
las cuatro de la mañana, pero aun no veían nada. Nadie había entrado al apartamento
después de Juan Pablo, era el claro asesino, todos lo sabían, todos ya estaban convencidos
y todos esperaban que los llamara algún sapo con plata que les pagara por filtrar
esa información y ganarse una platica extra que les sirviera para pagar esa
cuota alimentaria del hijo no reconocido que tenían por ahí. Todo menos López,
que para ese momento (las dos y cincuenta de la tarde) ya estaba completamente
seguro de la inocencia de Juan Pablo. Y mientras los demás se saboreaban con el
tesoro de la recompensa, López miraba las pantallas con el temor de no poder
hallar al verdadero asesino jamás.
¡No podía ser! ¡No podía permitírselo! Ya se lo había jurado así
mismo y se había comprometido con los hombres de traje a resolver ese crimen
pasara lo que pasara y por encima de su propia vida. Ya sabía que Manuela no
era la inocente muchacha que él había visto torturada y amarrada a la cama,
pero eso no significaba que su piedad hubiera desaparecido. El comportamiento
de la víctima podía ser uno, pero su compromiso por hallar al asesino no había
cambiado. Ni la más cruel de las mujeres merecía un maltrato así y una muerte
tan macabra como la ocurrida con Manuela.
Según el informe forense, Manuela había muerto a las dos y
media de la mañana, producto de la asfixia por tener un trapo incrustado en su
boca con fuerza y la nariz tapada con la sangre seca que había derramado. Pero Juan
Pablo había salido a las once y treinta del apartamento y no había regresado (según
las cámaras de vigilancia del edificio), aunque estaba casi seguro de eso. Había
visto a Juan Pablo salir derrotado, melancólico y sin esperanzas, con el
caminar propio de un nostálgico, no de un asesino que quiere huir del todo persecutor
por haber cometido un crimen atroz. Además, si él hubiera sido el culpable, Manuela
no habría tardado en morir casi tres horas desde su ausencia, era otro el
asesino, eso era seguro. Sin embargo, tenía que encontrar a Juan Pablo y
cuestionarlo hasta que dijera la verdad de sus intenciones y la forma en como
dejó a Manuela. Por el informe sabía que ellos habían tenido relaciones sexuales
antes y López se preguntaba ¿Por qué después de haber tenido sexo con ella,
salía tan triste y caminando como un fracasado más?
Quería saber eso y más, pero Juan Pablo no aparecía por
ninguna parte y comenzaba a temer que Clemente no llegara a tiempo para
encontrarlo. Lo estaba buscando por todas partes, pero con la tristeza con la
que lo había visto salir y con la trágica noticia que ya estaba en boca de
todos, temía que el infeliz implicado ya se hubiera suicidado y no pudiera revelar
nunca el motivo de su tristeza y la causa de su salida de un sitio al que también
pertenecía.
Cada vez más, con cada minuto, López le daba a esa
posibilidad mas probabilidades que a ninguna, y se podía decir que casi rezaba
para que Clemente se diera prisa y no encontrara muerto al poseedor del
secreto. De pronto, su teléfono sonó en su bolsillo y, aun sin mirarlo, ya sabía
que era Clemente y que las noticias no iban a ser buenas.
—¿Qué pasó, Clemente? —dijo López
apenas contestó.
—Lo encontramos detective, pero las noticias
no son buenas —contestó un Clemente que se sentía fatigado y preocupado con el
resultado de su búsqueda.
—¿Está muerto? —dijo López sintiendo
que el corazón le latía con demasiados nervios para su edad curtida.
—No, pero casi, lo encontré en una casa
de campo, propiedad de Manuela, en las redes aparecía con frecuencia y por eso después
de buscarlo bien en otras partes vine, pero cuando llegamos lo encontramos
colgando de una de las vigas del techo, había agarrado un lazo para amarrar
vacas, se había parado en una silla y se había ahorcado, por fortuna llegamos
pronto, como unos diez minutos después de eso y todavía tenía pulso el
desgraciado ese, casi que no lo encontramos vivo, detective.
—¿Dónde está?
—Lo bajamos y lo trajimos de
inmediato en la patrulla hasta el centro de salud del pueblo. Allá lo
reanimaron, pero todavía está inconsciente, lo tienen en observación, casi se
nos va ese hijueputa sin hacer justicia. Perro, pero lo salvamos y ahora tendrá
que pagar por todo lo que hizo.
López no contestó a eso, Clemente no tenía la culpa, solo era
un hijo más de los noticieros y de su especulación mercantil y de esa vida por
la que circulaba no la sangre sino el refresco de cola. Como millones por ahí.
—¿Dejo alguna nota?
—Claro, detective, ese tipo de
pendejos no se pueden matar sin buscar lastima en los demás
—¿Qué dice la nota?
—Dice —se tomó tiempo para buscar la
nota entre los papeles revueltos con toda la información que recopilaba—. Le
leo una copia que tengo, porque el original ya va en camino, dice: “Perdóname
Manuela, pero no te preocupes, ahora estaremos juntos para siempre. Ya nada
podrá separarnos.” Una confesión, detective, ese tipo es el asesino.
—¿En cuánto tiempo dice el medico que
se puede despertar?
—Según él, tenemos que esperar.
Además se queja de no tener los elementos necesarios para darle una mejor
atención.
—¿La familia ya sabe?
—No, aun no.
—Busque la forma de trasladarlo a la
ciudad y que lo reanimen pronto. ¿Encontraron algo más en la casa?
—Estamos en eso, aunque hay mucho
desorden, hay papeles y botellas por todas partes, pero ya encontraremos algo
que nos pueda servir. No se preocupe detective, encontraremos las pruebas para
culpar a ese asesino. Que bien detective, yo creo que ya le puede avisar al
jefe.
—Eso lo decido yo, Clemente.
—Claro, claro, perdone, era solo una
sugerencia.
—Investigue y haga lo posible para
que el traslado se dé pronto.
Después de colgar, López soltó un enorme suspiro de
tranquilidad. No estaba muerto, pero de no haber sido por tanto rezó, tal vez
lo estaría. Ahora tenía una posibilidad de que Juan Pablo se despertara y les contara
su indispensable verdad. Solo había algo en esa nota que no le gustaba: “no te preocupes”
¿Acaso Manuela se preocupaba por algo? ¿La nieta de expresidente, nacida en cuna
de oro, con un gran trabajo, noble y digno, con amantes regulares y, tal vez,
esporádicos, tenía algo de qué preocuparse? ¿Tenía enemigos? ¿Tenía secretos? ¿Tenía
otra vida acaso?
Tenía que esperar a que el infeliz de Juan Pablo despertara
de su sueño y a que Clemente pudiera encontrar algo que le sirviera para la
investigación. Mientras tanto, su equipo llegó a las cinco de la mañana en los videos
y nadie apareció en la puerta y parecía imposible que el asesino hubiera
esperado hasta el amanecer para salir del apartamento de Manuela sin llamar la
atención.
—López, tiempo sin verlo —se escuchó
la voz gruesa del comandante de la policía que se acercaba raudo hasta el lugar
con la pretensión de comenzar a ser de estrella en donde hasta ahora habían
trabajado con calma y concentración.
—Comandante —le contestó López al
oficial haciendo el saludo respectivo que el comandante respondió al instante.
—López que bueno que usted está a
cargo de este caso, no creo que tenga que decirle que es demasiado importante y
que tenemos que resolverlo pronto y con pronto quiero decir antes de mañana.
—Lo siento, comandante, pero creo que
eso no va a ser posible
—¿Y por qué no? —le preguntó el
comandante siguiéndolo con los ojos de buitre, la misma mirada acusadora que lo
había hecho celebre en la institución y de la que se burlaban todos apenas él daba la espalda.
—Todavía no sabemos del asesino.
—Pero ¿Cómo no? Pensé que se trataba del esposo ¿Cómo se
llama?
—Juan Pablo Villa Castro
—Ese, ese era el asesino ¿no?
—No lo creo, señor
—¿Encontraron a otro saliendo del apartamento?
—No, señor, todavía no, al parecer él
fue el ultimo
—Pues ahí está, ese es. El crimen
caza perfectamente, López: un marido celoso, una esposa infiel con una modelo
famosa, él se deja llevar por la ira y la mata ¿Qué más hay que descubrir?
—Hay que descubrir quién fue el
asesino
—Fue Villa Castro ¿para que buscar más?
—No lo creo —le contestó López al comandante
mirándolo a los ojos.
—Pues debería creerlo López, porque
ya hay rumores de que fue así
—¿Rumores? ¿Y desde cuando los
crímenes se resuelven con rumores? —contestó sonriendo López.
—Desde siempre, usted ya debería
saberlo. La verdad no se escribe en esta oficina. La verdad es lo que se lee en
el periódico. Y, López, usted no les ha dado nada para escribir.
—¿Y por eso tenemos que inculpar a
Villa Castro?
—¿Tiene a alguien mejor?
López se quedó en silencio, no estaba para nada de acuerdo
con acusar a Juan Pablo sin antes investigar a fondo su presunta culpa.
—¿Ya encontraron al muchacho?
—Sí y no. Lo encontró Clemente en una
casa de campo por aquí cerca, pero se había ahorcado
—¿Se mató el maricón ese? —interrumpió
el comandante asustado
—No, Clemente y su gente llegaron a
tiempo y lo lograron salvar, tenía poco de vida, pero tenía.
—Que bien. Que susto me pegó López, creí
que se había matado y ¿Qué íbamos a decir después? ¿Con que cara íbamos a salir
diciendo que el asesino se había ahorcado y el resto de la historia se había
muerto con él?
—Con todo respeto, mi comandante. Él
no es el asesino y después de que usted lo encierre y él pueda comprobar su inocencia
¿Qué? Recuerde quien es y de que familia viene, una falsa acusación le puede a
usted salir muy caro y en lugar de ganar puede salir perdiendo.
El comandante se quedó mirándolo, como pensando en las
consecuencias de su premura. Un largo instante después, volvió a mirar a López.
—¿Y usted porque esta tan seguro de
que él no fue?
—Manuela fue torturada, golpeada
hasta el límite de la razón, y cuando Juan Pablo salió del apartamento, no tenía
ningún rastro de sangre en su ropa.
—Pudo haberse limpiado
—No, tanta sangre no puede limpiarse
en tan poco tiempo
—Pudo haber tenido ropa en ese
apartamento. Recuerde que ahí vivía él apenas hace unos meses, tal vez todavía tenía
ropa allí.
—No, cuando entró vestía igual que
cuando salió
—¿Y qué? Yo tengo veinte uniformes de
estos y nadie me dice nada.
—De cualquier forma él salió mucho más
antes que ella muriera.
—¿Cuánto tiempo antes?
—Tres horas más o menos.
—¿Confirmado?
—Confirmado por medicina legal.
—¿Quién fue entonces, López?
—Necesito tiempo
—No tenemos tiempo. Los medios se
están moviendo
—Los medios se mueven por que usted
los mueve
—Parece usted un niño, López. Recuerde
siempre esto, una de las lecciones más valiosas que me dio el difunto comandante
Espitia: Los medios son medios
—¿Nunca están completos? —preguntó López
sin entender bien
—No, López, no esa clase de medios,
yo hablo de influencias, de escaleras, de trampolines, no de la mitad de algo.
Recuérdelo: los medios son medios. Y si queremos salvar el prestigio de esta institución
y ganarnos el respaldo del presidente, debemos permitirles que investiguen
—¿Investiguen?
—Bueno, que digan sus güevonadas,
pero que las digan, si dejan de hablar de esto antes de que se termine esta semana,
perdemos el medio de convencer a todos.
—¿Y por eso hay que acusar a Villa Castro?
—Le vuelvo a preguntar: ¿Tiene a
alguien más?
López guardó silencio, aunque no se sentía impresionado por
esas palabras, había perdió la fe en la humanidad desde que había encontrado a
su madre echándole agua a la leche y vendiéndola al doble de precio para que
otros niños se la tomaran y les salieran lombrices en la barriga.
—Dígame, López ¿Dónde está el
asesino?
—Está en un centro de salud,
inconsciente. Ya lo traen a un hospital mejor para que lo reanimen.
—¿Y en cuanto tiempo lo pueden
reanimar?
—No se
—Pues es su día de suerte, no podemos
acusarlo hasta que no se despierte.
—Eso es comandante, deme ese tiempo
para comenzar una investigación seria.
—¿Y cuánto se puede demorar su
investigación, un año, dos o mil como les pasa a sus compañeros?
—Algún rastro tuvo que dejar el
asesino y estoy seguro de que lo vamos a encontrar pronto… si usted me lo
permite, claro.
El comandante se quedó mirando a López, le caía bien, lo había
sacado más de una vez de un apuro y de lejos era el mejor de sus detectives,
pero la presión de tener a un expresidente, a un presidente y a toda una corte
de periodistas de alto rating mirándolo, pesaba más que su propia integridad.
—Voy a decirle algo, López. Le voy a
hacer caso, le voy a dar tiempo hasta que ese tipo se despierte, haga lo que tenga
que hacer y más le vale que encuentre a ese que busca y que nadie más sabe que
existe. Pero si ese tal Juan Pablo se despierta y usted todavía no ha
encontrado a nadie, lo voy a acusar y que se defienda como pueda. Aproveché el
tiempo porque algo me dice que ese tipo se va a despertar antes de lo que usted
piensa.
López aceptó, el comandante se despidió de él con su saludo
oficial y se fue. López, al igual que muchos que se cruzaban en el camino del
comandante, se quedó con la mano en la frente mientras veía como su amo absoluto
desaparecía y se fundía con la oscura sombra que lo rodeaba y que cada vez
parecía ser monstruosa, ilimitada e impertinente.
¿Qué camino debía seguir? El ultimo habitante vivo de ese
apartamento había sido Villa Castro ¿Cómo encontrar a alguien que nunca había
aparecido? ¿A un visitante que, tal vez, nunca había tocado la puerta o llevado
el presente? Tenía que esperar el resto de las investigaciones, los informes de
los pelos encontrados, de las pisadas, de las huellas, de los labiales, de los
tacones, de la música de fondo. Se sentó después de casi una hora de pie frente
a las pantallas. El tiempo corría y él dependía de su ritmo irónico. De pronto,
volvió a sonar su teléfono. Era Clemente
—Detective, ya conseguimos una
ambulancia y una clínica en la ciudad para que atendían a ese tipo, pero le
tengo buenas noticias, según el médico, ya lo pueden despertar.
—¡No! —gritó López— No deje que se
despierte.
FIN DEL
EPISODIO CUATRO.
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