SEGUNDO EPISODIO. EL ASESINO AMABA A CHOPIN
EL ASESINO AMABA A CHOPIN
POR: SIR RICHARD EL ATEMBADO ©
EPISODIO DOS
—¿Hace cuánto llegaron ustedes? —le preguntó López a Clemente dándole otro vistazo más al
cuerpo de la mujer abusada que aun permanecía amarrada a la cama.
—Hace como una hora, detective —le contestó Clemente mirando su reloj en un reflejo
involuntario
—¿Quién les avisó?
—Una compañera de ella, tal vez amiga.
—¿Y cómo se dio cuenta ella? —preguntó López obligado ante la escueta respuesta de clemente que no lo
ayudaba en mucho, aunque ya estaba acostumbrado a la respuestas ahogadas de su
principal ayudante.
—Según los primeros reportes, ella dijo que había venido
porque tenía una cita con la señora Fuentes, vino a buscarla como siempre que
tenían ese tipo de reuniones. Timbró, no le abrieron, pero se dio cuenta que la
puerta estaba sin ajustar, entró y la encontró aquí.
—¿Dónde está ella?
—La están interrogando en la sede
—¿Cómo se llama?
—Antonia Schneider
—¿La modelo?
—Sí, señor —contestó Clemente
a sabiendas de que ambos sabían que era una mujer hermosa, famosa y muy popular
y que no solo sería una oportunidad de estar cerca de ella en persona sino
también que iba a traerles problemas por su fama y por la cantidad de lentes
que la rodeaban.
López suspiró. La cosa se complicaba, ahora no podían hacer
todo el trabajo como él acostumbraba, tenía que ser “delicado” y “delicado”
siempre se refería a lento, suplicante y parco, sin la violencia ni la sed de
justicia que saboreaba siempre con su mano limpia.
—¿Me pareció escuchar que dijo que Manuela Elvira estaba
casada?
—Lo tengo que confirmar, aun no lo sé exactamente, me pareció
recordar su foto en algún periódico o alguna revista, pero luego salí a la sala
y no vi ninguna foto de ella con su esposo. Estamos averiguando eso también.
—¿Y las cámaras de vigilancia, que han dicho?
—Ya tenemos las grabaciones y estamos comenzando a revisarlas
—¿Algo raro?
—No, señor, todavía no se ve nada extraño
—¿Qué dicen los vigilantes?
—Están sorprendidos, todo fue normal anoche
—¿A qué hora fue el cambio de guardia?
—A las seis de la mañana
—¿Y el vigilante de anoche?
—Los vigilantes, señor, son dos, ya están en la sede también.
—¿Algo extraño, algo raro que nos dé algo, algún carro, moto,
algo?
—No, señor, nada, todo normal.
—Siempre es igual ¿no?
—Siempre —contestó Clemente
viendo a López comenzando a atar cabos sueltos en su mente experta.
—Pues mi querido Clemente, creo que me sobra decirle que este
caso es de primera importancia y que seguramente todos los ojos van a estar
encima nuestro, y cuando digo todos los ojos me refiero a todos los ojos,
buenos y malos. Tenemos que trabajar más rápido que de costumbre, mejor dicho, tenemos
que trabajar. Ya me imaginó que esto si lo tenemos que resolver y pronto.
Quiero saber quién entró y quien salió del edificio en todo el día y toda la
noche, quiero los nombres de todos los que aparezcan en los videos de ayer y de
hoy. Quiero el informe forense y explíqueles lo delicado de la situación, que
el propio director se encargue y me entregue el reporte a mi primero que a nadie.
Ponga guardias en el edificio, que vigilen todo. No quiero que nadie entre al apartamento,
absolutamente nadie. Quiero saber todo acerca de Manuela, todo, también me
parece haber escuchado que ella estaba casada, sin embargo no tenía ningún
anillo de matrimonio. Investiguen eso. Quiero saberlo todo sobre ella, esa
amistad con Antonia Schneider me parece sospechosa, usted sabe que ella es de
ambiente pesado, acuérdese que a ella la
contrataba el Indio Perico para sus fiestas y que tenemos más de una foto de
ella empelota y con esos tipos en los archivos ¿Qué hacía entonces con Manuela
que era la nieta del expresidente? Me parece que son de tendencia muy distinta
para estar tan juntas, investigue. Ponga dos encubiertos en el barrio, que recojan
basura y se den cuenta de todo lo que pase por aquí. Clemente, ponga a toda
esta gente a moverse, no sé si usted ya se haya dado cuenta pero nos tocó la
bomba que el jefe estaba esperando y tenemos que sacar la cara por la
institución. Clemente, hasta el presidente nos va a estar vigilando, acuérdese
de eso.
—¿Y testimonios? ¿Los hacemos de una vez?
—No, estoy seguro que nadie nos va a decir algo nuevo por su
cuenta. De los testimonios que se encarguen los periodistas, nosotros vamos a
la raíz del problema, nada de ramas. Tomé los nombres de todos, pero no siga el
rastro sin antes consultarme a mí.
Se dio vuelta y detuvo a uno de los forenses que seguían
tomando fotos alrededor de la víctima. Le hizo una seña para que le pasara la
cámara y con una práctica propia del que sabe, comenzó a revisar las fotos ya
tomadas. Clemente y el forense notaron como López se encolerizó, se enrojeció
de rabia con las imágenes que chocaban en sus pupilas. Aguantando darle un
golpe injusto a alguien, López metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y
sacó una memoria diminuta que le pasó al forense
—Hágame una copia de todas esas fotos. Las quiero ya mismo.
Ah, y no le prenda un virus a esa memoria como pasa siempre, cada vez que trabajo con ustedes me toca comprar
una memoria nueva porque siempre me llenan de virus lo que les paso. La vez
pasada casi daño el computador de mi casa por culpa de ustedes.
El forense hizo caso y se fue a sacarle una copia de las
fotos a López. Después de una última mirada al cuerpo de Manuela, López salió
del cuarto y sacó el teléfono de su bolsillo. Iba a llamar a su jefe cuando escuchó
una pequeña algarabía en la puerta del apartamento. Miró y se dio cuenta que
los tipos de traje estaban discutiendo con los agentes oficiales.
—¿Qué pasa? —les preguntó
serio y acercándose mientras analizaba con su mirada a los hombres de traje
—Detective, estos señores que dicen ser familiares de la víctima
y quieren pasar por encima —dijo uno de los
agentes.
—Mucho gusto —se adelantó uno
de los hombres que estiró la mano para saludar a López, saludo que no fue
devuelto— mi nombre es Abelardo Santoyo, yo
soy el representante del expresidente De la Cruz Perdomo, él no se encuentra en
el país y, como usted, comprenderá, necesita información de lo que pasó con Manuela,
necesito datos para comunicarle al presidente De la Cruz y…
—Manuela está muerta —les
dijo López dejándolos en silencio y aplastados con la noticia.
—Pero ¿Cómo? ¿Por qué? —dijo
otro de los de traje completamente sorprendido
—Estamos investigando todo eso y por eso necesitamos nuestro
espacio y, como ustedes comprenderán, no pueden entrar al apartamento hasta que
no tengamos todas las pruebas necesarias
—Pero, tenemos que verla —fue
lo único que atinó a decir Santoyo
—¿Para qué? —le preguntó López
—Pues… para decirle al expresidente De la Cruz lo que pasó con
su nieta.
—Imposible —le contestó López
—Pero ¡esto es una arbitrariedad! —dijo el más joven de los de traje—. Nosotros debemos saber la verdad de lo que pasó con Manuela,
es nuestro derecho. Tenemos que verla y saber lo que le pasó.
—Nadie puede pasar, esa es mi orden.
—¡Debe dejarnos pasar! —gritó
el más joven
—Si se atreve a dar un paso más —dijo López— los acuso de encubrimiento de pruebas
y de alteración de las mismas.
—Pero ¿está usted loco? —dijo
Santoyo— ¿Cómo nos va a acusar de algo así,
si lo único que queremos es saber lo que le pasó a Manuela?
—Déjenos pasar por favor —dijo
el más viejo— necesitamos decirle algo de inmediato
al presidente De la Cruz.
—Dígale que yo, López, estoy a cargo de este caso y que voy a
capturar al asesino de su nieta sea quien sea y este donde este, y que ya sea
por la justicia o por mi propia mano voy a hacerle pagar por todo lo que le
hizo a esa muchacha. Dígale al expresidente y a toda su familia, que le juro
que haré justicia y que no voy a descansar hasta que esto tenga una solución.
Ahora, me imagino que ustedes saben de la gravedad de este caso y de las
personas que están involucradas en todo esto, así que no quiero escándalos.
Quiero prudencia total, silencio absoluto, por lo menos hasta que salga el
informe forense y se concluyan los hechos de la muerte de Manuela. Después de
eso, cada uno de ustedes podrá escribir su propio libro y firmar autógrafos
sobre la muerte de Manuela, pero mientras yo esté a cargo tienen que confiar en
mí.
Todos quedaron en silencio.
—¿Están de acuerdo? —les
dijo López mirándolos a todos
—Si, por supuesto —dijo
Santoyo en nombre de todos— pero necesito
que me mantenga informado de todo para poder comunicarle de primera mano al expresidente
De la Cruz lo que está pasando. Él debe saberlo todo antes que nadie.
López no dijo nada, pero se metió la mano al bolsillo derecho
de su camisa y sacó una tarjeta con su nombre y su teléfono que le pasó a
Santoyo. En ese momento sonó su teléfono. Era su jefe.
—Dígame López que es cierto —habló su jefe ansioso
—Dígame lo que quiere escuchar —preguntó López.
—Dígame que es la nieta del expresidente De la Cruz Perdomo.
—Era ella
—¡Bendito sea Dios! Le tengo que pagar la promesa que le hice,
yo sabía que tantas oraciones no me iban a fallar. Dígame López, dígame que es
una bomba y no que se mató sola
—Es una bomba
—¡Bendito sea Dios! Ya me estaba asustando con tanto silencio.
Ahora dígame López que usted va a poder resolver este caso pronto.
—No puedo prometerle eso
—Pero López ¿Qué pasa? ¿Por qué va a dañar este momento con
eso? Usted puede resolver esto, estoy seguro. Además el comandante ya sabe del
caso y tiene los ojos puestos en usted.
—¿Usted ya sabia de esto?
—Claro que no, apenas me enteré por el comandante, el forense
ya le dijo. Él esta afanado quiere decirle a todos, usted sabe lo chismoso que
es.
—Todavía no, necesitamos mas tiempo para acumular pruebas.
Necesitamos primero tener el informe forense, revisar los videos y cotejar las
huellas.
—Pues ya es muy tarde López, el comandante ya le está avisando
a sus periodistas, usted sabe cómo es él.
—¡No, todavía no! —gritó
López llamando la atención de todos— por
lo menos déjenos sacar el cuerpo.
—¿Cómo así López? ¿No han hecho el levantamiento?
—No
—Pero ¿Qué está pasando López? Saqué a esa vieja ya de ahí,
antes de que llegue todo ese mundo de cámaras y de micrófonos.
—Necesitamos tiempo, faltan pruebas, faltan huellas. Denos por
lo menos una hora.
—Le doy diez minutos. Haga lo que tenga que hacer en diez
minutos y saqué esa vieja de ahí, mándela para medicina legal, rápido López, le
guardo el secreto por diez minutos. Donde el comandante se dé cuenta de que
todavía no han hecho el levantamiento lo mata a usted y lo entierra con esa
vieja.
—Diez minutos, ya entendí —dijo López
y luego colgó y caminó hasta el cuarto en donde todos trabajaban.
—¡Muchachos! —dijo llamando la
atención de todos— órdenes del general, ya sabe lo que
pasó aquí y la importancia de la víctima. Tienen cinco minutos para recoger
todas las pruebas que puedan y sacar el cuerpo de aquí
—¿Cinco minutos? —dijo Clemente
sorprendido
—Sí, alguien desconocido ya le avisó a la prensa y esos perros
no deben demorarse.
Todos los hombres que trabajaban en el cuarto apuraron el
paso, entendían que no tenían tiempo y que no debían permitir que los medios
imprudentes y sus cámaras amarillistas vieran el cuerpo de Manuela envuelto en
una sábana blanca y sin justicia. Sacaron fotos, huellas, pelos, señas, señales
de donde podían y encontraban, lo empacaron todo en bolsas herméticas para que
no se contaminara con nada. En esos cinco minutos lograron hacer un tamizaje
record de la víctima y de la escena horrorosa que la rodeaba.
Al minuto entraron dos forenses con la camilla para el cuerpo
y la dejaron en el suelo, a la orilla de la cama. Con un cuidado y un respeto
absoluto, como si se tratara de la joya más preciada, soltaron el pie y las
manos del cuerpo y lo liberaron de la cama. Acomodaron el cabello de Manuela
hacia atrás, para que no interfiriera con las pruebas que se pudieran hallar en
su rostro. Acomodaron su cuerpo, dejando sus brazos paralelos al tronco y luego
bajaron su cuerpo y lo acomodaron en la camilla con mucho cuidado como si se
tratara de alguien sagrado.
El cuerpo ya estaba tomando rigidez y ya se notaban las bolsas
de aire acumulado y los moretones propios de la sangre que no fluye. Clemente
estaba al lado de López, mirando con el mismo respeto y sigilo de todos la
escena, pero no logró contenerse del todo y se acercó a López para hablar en
voz baja como si estuvieran en la iglesia o en el cementerio a segundos de
enterrarla.
—Ya está medio tiesa, debe llevar unas cinco horas de muerta.
—¿Qué horas son? —preguntó
López
—Las once y veintiocho —contestó
Clemente
—Lleva casi ocho horas de muerta. Estoy casi seguro que murió
sola, el tipo que le hizo esto se fue cuando ella estaba vivía todavía y, seguramente,
pidiéndole piedad.
Los forenses terminaron de cubrirla y sellaron la bolsa para
que nada más entrara. Sin más, levantaron la camilla y sacaron el cuerpo con la
celeridad que les había pedido López.
Al fondo, y mientras salía el cuerpo, se escucharon los
gritos de negación del hombre más joven entre los tres de traje.
—¡No! ¡No! ¡Manuela no, por Dios!
Se escuchaba como los otros trataban de consolarlo. La
camilla pasó junto a ellos y ellos debieron seguirla porque de repente dejaron
de escucharse. López y Clemente se estaban mirando a los ojos mientras
escuchaban todo el acto. Se quedaron en silencio un momento, hasta que López lo
rompió con sus órdenes.
—Averigüe también quienes son ellos y ¿Cuál era la relación
verdadera de ellos con Manuela? –le dijo López a Clemente.
Clemente caminó hasta la ventana y levantó la persiana
dejando entrar la luz por la que había suplicado tanto la víctima, su intención
no era otra que la de seguir el recorrido de la camilla con su mirada.
—¿Se da cuente detective? —le
dijo mientras seguía mirando con atención hacia la calle— ya la metieron al carro. Solo es que usted hable y todos le hacen
caso, a mí nadie me pone cuidado
—¿Y los tipos de traje?
—Se están subiendo a un mercedes negro, último modelo, claro —dijo Clemente, observándolo todo.
—Tome las placas
—Ya lo hice, detective. Algo se me ha quedado de todo lo que usted
me ha enseñado —se quedó en silencio un momento— Ya se van todos y apenas, porque acaba de llegar el carro
del noticiero
—¿Cuál? —preguntó López
—El de la vieja
—¿Cómo hace para enterarse de todo primero que los demás? —dijo López impresionado
—Detective, ella sabe muy bien a quien se lo pone —dijo Clemente sonriendo.
—¿Acaso de eso se trata todo en el mundo Clemente? ¿De culos?
¿En eso se basa el éxito de la gente?
—Pues yo creo que sí, detective, porque el nuestro es plano y tieso
y nos toca trabajar como burros para lograr algo, en cambio el de ella…
López sonrió y luego le dijo a todos sus hombres:
—No dejen que nadie entre aquí, acordonen el área y cúbranme
la espalda porque voy a salir por la salida de emergencia. No quiero oler
traseros exitosos en este momento.
FIN DEL EPISODIO DOS.
LA PRÓXIMA SEMANA LA TERCERA ENTREGA
EL ASESINO AMABA A CHOPIN. UNO
EL EXTRAÑO CASO DE UN ESTILISTA MUERTO. PARTE O1
EL EXTRAÑO CASO DE UN ESTILISTA MUERTO. PARTE O2
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