TERCERA PARTE. EL ASESINO AMABA A CHOPIN
EL ASESINO AMABA A
CHOPIN
POR: SIR RICHARD EL
ATEMBADO ©
EPISODIO TRES
López estaba dándole la última calada a su cigarrillo
mientras veía las noticias escandalosas y rimbombantes sobre el asesinato de
Manuela. Le chocaba profundamente todo ese montón de estupideces reunidas en
una misma pantalla y con todos los resultados de los partidos de futbol a pie
de página, pero tenía que aguantarse porque el propio comandante les había
avisado a los periodistas para que se acercaran y jugaran a ser grandes en la
escena dek crimen, y ahora ellos especulaban con la sangre de Manuela a razón
de mil dólares por segundo.
Al principio había sido solo el impacto musical del último
minuto el que había alertado de la muerte de Manuela, pero como nadie presto
mayor atención por no relacionar su nombre con nadie importante, todos la
vieron como una muerta más, pero cuando dijeron que era la nieta del
expresidente De la Cruz Perdomo y que la habían encontrado amarrada, torturada
y violada en su cama, las cifras cambiaron. Iniciaron el desfile de colores
cegadores y especulaciones profesionales que los tenían a esa hora, a la una y
veinte de la tarde, con las pantallas que ya estallaban de la emoción del cubrimiento,
de lo rojo de la sangre y de lo especial de ser ellos tan importantes y su
victima tan exitosa.
Para esa hora ya había declarado el presidente y el
vicepresidente, el ministro y su delegado encargado, la oposición, los aliados
y los que aun estaban en la mitad sin decidirse o cobrándole a ambas partes por
una fidelidad que nunca llegaba. Ya había salido el comandante, el general, el
mayor general, el menor general, el diminuto general y, en general, cualquiera
que tuviera un uniforme oficial y un papel en la mano que destilara sangre con
las últimas noticias de la víctima de la que, para ese momento, todos se sabían
su cara pero nadie se sabía su nombre.
Todos los declarantes habían jurado llegar hasta las últimas consecuencias,
hasta los últimos comerciales y hasta los últimos seguidores en las redes y no
cobrar si era preciso con tal de resolver el asunto y hacer justicia a nombre
de la injusticia que reinaba sobre el cielo. Se pretendía inculpar al diablo,
pero él ya tenía una acusación a las dos y un juicio empapelado a las seis,
entonces tenían el compromiso de encontrar al verdadero culpable o al que se
dejara inculpar, cualquiera de los dos servía, el que primero apareciera antes
d que se acabara la emoción y la sed de venganza y justicia.
Obviamente, y como lo había predicho López, el asesinato de Manuela,
la nieta del expresidente De la Cruz Perdomo, no había podido mantenerse en
silencio más que unos cuantos minutos después de haber levantado el cadáver de
su lecho. La prudencia que López había pedido apenas habían durado suspiros,
tal vez el último suspiro de Manuela antes de morir había sido más lento y más
extenso que el chisme que se regó como pólvora cuando se conoció su muerte. Fue
una bomba, un mechero con pólvora que había detonado en las manos de la
especulación y el comercio. Y no solo eso, sino que los informes y los chismes
ya habían llegado al punto de ultrajar más a la víctima que al victimario. Ya
todos sabían que Manuela había muerto de forma violenta y que había sido
encontrada amarrada a su cama con graves signos de tortura y señales de
violación, aunque nadie se atrevía a decir la fuente de los medios ni su veracidad,
porque para los medios todo fue, es y será solo presunción. Una presunta verdad
de una presunta existencia.
Presuntamente estaba muerta aunque no respiraba ni se movía
de su último refugio. Presuntamente había sido violada y maltratada, aunque la víctima
no se podía levantar de su lecho para confirmarlo. Presuntamente había sido un
bandido aunque nadie sabía nada de nada sobre su presunta existencia o la veracidad
de los presuntos hechos y de las presuntas palabras que ellos presuntamente
decían cada vez que hablaban con presunto morbo de Manuela, de su presunto
sufrimiento y de su presunto dolor al morir. Las suposiciones caían como las
hojas de los arboles sobre ellos, eso sí, sin tener en cuenta jamás las
lágrimas que había derramado la víctima para congratular al negocio antes de
echar la siesta.
Y así pasó, minuto a minuto, poniéndole la crema a un pastel
que se repartía en rodajas de rating y que se comían todos los del pueblo como
el postre de un almuerzo cada vez más corriente. Lo que había comenzado como un
llamado simple de atención para que alguien distraído mirara, se había
convertido en toda una orquesta del comercio y en la banda sonora del delirio
publicitario y la improvisación de la comedia con voces de tragedia.
Por supuesto, el expresidente De la Cruz Perdomo también ya había
hecho su aparición en escena, aunque algo corto y pesaroso, pidiendo que se
hiciera justicia con prontitud y. de no ser así y no encontrar al culpable, por
lo menos que las personas se dieran cuenta de lo que un mal gobierno podía provocar,
mientras que si el pueblo lo apoyaba a él en las próximas elecciones (donde su sobrino – nieto,
aspiraba a un puesto en el congreso) ayudaría a calmar esas rede del crimen que
habían tomado tanta fuerza y esa estupidez en la que flotaba partidista y no
solo eso, sino que también –de ser elegido- ayudaría al pueblo desde su asiento
para que se hiciera justicia por todas las mujeres violentadas como su nieta y
se encargaría de capturar a los culpables, de señalarlos y de incluso sentenciarlos
y condenarlos, eso sí, con excepción de
los que hacían parte de su gabinete, sus asesores, sus amigos cercanos y
aquellos contratistas que habían ayudado de una u otra forma en la campaña. En
conclusión si el público lo ayudaba de cara a los comicios, su sobrino – nieto
era la única garantía de salvamento por ser el único ciudadano del país capaz
de renovar la ruleta loca de la política que estaba girando igual de
desquiciada que siempre.
También ya habían declarado los amigos más cercanos de la víctima,
su vecinos, el administrador del edificio y la señora pensionada que siempre lo
acompañaba y que pasaba por buena aunque todas sabían que era la moza de uno de
los vigilantes (del más gordo y fanfarrón). Todos lo habían hecho, incluyendo
su jefe casi socio en la galería de arte, pero faltaba alguien, solo faltaba
una persona por declarar ante los medios y llorar dos o tres lagrimas sin
compromiso como ya lo habían hecho todos. Faltaba su amiga, su mano derecha, su
mugre solidario, faltaba Antonia Schneider que tenía casi la obligación de declarar
sobre la divinidad perfecta del alma de la difunta y su corazón de pétalos de
flores dispuesto a abrirse en mil colores para todo el que pidiera auxilio o
consuelo; todo eso mientras los flashes de las cámaras disparaban sin cesar
hacia su cara y se agotaban sus cargas eléctricas con su cabello dorado, alborotado
por el viento y la tristeza, de unas palabras dolidas en lo más profundo por la
falta de acondicionador y por no haberle dado un tiempo suficiente como para maquillarse
mejor.
Eso era lo que estaba esperando López: que apareciera la
modelo mas popular del país y que dejara escurrir lagrima y vanidad en una
misma frase, como solía hacerlo cada vez que aparecía en los medios. Él estaba
sentado frente al televisor viejo de un café anónimo que siempre visitaba
porque nadie más lo conocía. Él era el mejor cliente y el único que mantenía el
negocio abierto siempre al borde de la quiebra, junto con un niño de seis años
que todos los días iba a comprar chocolatinas a las cuatro de la tarde.
Pero por más que pasaban lo minutos, los informes, las
suposiciones, las declaraciones y los comerciales, Antonia no aparecía y eso
que era adicta a las cámaras y había salido de la sede del interrogatorio a eso
de las doce y media, con la promesa directa al comandante de hablar bien de la víctima y ayudar con su presencia a
controlar tanto desorden y a elevar los índices de aceptación de la institución
con sus palabras.
Suspiró desesperado. Otra vez estaban en comerciales y López
cada vez con más ganas de sacar su pistola y pegarle un tiro a esa pantalla
engreída que se burlaba de él y que le demostraba que no significaba nada para
el comercio. Esa pantalla estaba consumiendo todo gramo de paciencia y respeto
en su cuerpo. Hasta que de pronto, su fiel sancho –Clemente- apareció en la
ventana del local, justo a su espalda. Venía agitado y más animado que de
costumbre.
—Casi que no lo encuentro, detective —le
dijo a López que parecía esperarlo porque no se sorprendió al verlo aparecer de
repente por el lugar.
—Usted sabe que este es mi sitio —le
contestó
—Pues sí, pero pensé que hoy iba a
estar en la sede, atando cabos
—Este es mi sitio, Clemente. Además, allá
esta eso lleno de gente que solo quiere verme la cara, pero que no dejan
trabajar en paz, y los cabos sueltos se atan con la cabeza no con un computador
ni con una cámara al frente. Es que eso es lo que ustedes no han entendido, el computador
es solo un aparato que funciona bien cuando uno funciona bien, pero si uno no
sabe para dónde va, el computador tampoco. La clave no está en el aparato que
se use sino en la cabeza que lo use. Aprenda Clemente: Entré mas solo, mejor.
Ahora, vamos al grano, dígame ¿Me tiene algo?
—¿Algo? Le tengo todo lo que me pidió,
bueno, por lo menos lo básico
—¿Ya tiene el nombre del asesino?
—No —dijo Clemente sonriendo— por eso
le dije, lo básico que me pidió.
Y se quedó en silencio mirando a López y esperando su
aprobación para contarlo todo.
—Vamos a ver, sorpréndame —le dijo
por fin López, dándole el permiso absoluto para hablar sobre todo lo que había
averiguado.
—¿Aquí? ¿No es mejor en la sede?
—Esta es mi sede. Además acuérdese
que allá está lleno de chismosos, si queremos encontrar al culpable no podemos
resolver nada allá, tenemos que hacerlo en la calle, en donde está el culpable
de todo esto. Aquí no hay aparatos, solo hay cabezas y no se preocupe por el
dueño que es sordo cuando le conviene y ahora él sabe que tiene que estar sordo
y mudo. Estamos en confianza. Aquí todos son sordos por conveniencia y mudos
por voluntad. Dígame todo lo que sepa Clemente, quiero oírlo todo, quiero saber
si voy por buen camino.
—¿Por dónde comienzo?
—Informe forense —le señaló López
—El informe dice que Manuela murió a
eso de las dos y media de la mañana, como usted había dicho. La causa de la
muerte fue por la asfixia provocada por el trapo ese que tenía en la boca y
porque la nariz se le tapo con la sangre seca
—Se lo dije, manos atadas arriba de
la cabeza y sangre seca en la nariz, eso lo he visto ya muchas veces ¿Fue
violada?
—Tuvo relaciones anoche, se encontró semen
en su vagina, aunque no hay un maltrato vaginal severo
—¿Quiere decir que lo disfrutó?
—No, no estoy diciendo eso —dijo
Clemente incómodo— lo que quiero decir es que el violador pudo haberla violado
sin que ella pudiera defenderse
—Tenía una pierna suelta
—Sí, pero eso no significa que ella
haya decidido no moverse, hay mujeres que reaccionan así y, tal vez por eso, el
tipo la molió a golpes
—¿La molió a golpes? —dijo López
mirando a Clemente
Clemente levantó sus hombros aceptando la culpa por no haber encontrado
en el momento una expresión mejor para llegar a su conclusión. López lo miró en
silencio y luego miró hacia el horizonte, a un punto perdido, tratando de
imaginarse la escena, la fuerza del agresor y la impotencia de su víctima.
—¿Manuela estaba casada? —preguntó López
—Buen camino. Sí señor, era esposa de
Juan Pablo Villa Castro
—¿Villa Castro?
—Villa por parte de padre, uno de los
ingenieros del caso del túnel de Santa Helenita ¿se acuerda de ese desfalco?
—¿Cuántos millones se robaron en ese
contrato?
—Miles, inestimable
—¿Lo condenaron?
—No, seguramente pagó la multa, igual
los términos se vencieron y él quedó libre
—¿Y Juan Pablo Villa, estuvo involucrado
en ese asunto?
—No señor, un hermano si, el papá y
un tío por parte de su mamá.
—¿Quedaron pobres con lo que pagaron?
—No señor, ahora tienen una empresa
que está construyendo un edificio de oficinas en el centro y otro de apartamentos
en la costa.
—¿Y qué pasó con Juan Pablo y Manuela?
—Se divorciaron el año pasado —dijo Clemente
pasando paginas en su libreta para encontrar la información necesaria sobre ese
tema.
—¿Cuántos años de matrimonio?
—Dos años. Se casaron con bombos y platillos
en la iglesia de San Antonio de Padua, se fueron de luna de miel a Singapur,
llegaron a los dos meses y vivieron juntos en el apartamento de Manuela hasta
completar los dos años, pero a los dos años se separaron y registraron el
divorcio en la notaria quinta.
—¿Causas?
—Infidelidad
—¿Con quién le puso los cachos Juan Pablo
a Manuela?
—No, señor, fue al revés, según el
informe, ella fue la infiel.
Se quedaron mirando, era el primer dato importante que se le había
escapado a López.
—Y, si usted quiere —le dijo Clemente
tentándolo— le puedo decir con quien le fue infiel Manuela a Juan Pablo.
—¿Con quién? —preguntó López
sonriendo, siguiendo el juego infantil que Clemente le planteaba.
—Con Antonia Schneider.
López quedó de una sola pieza, con los ojos fijos puestos en Clemente.
Eso no se lo esperaba, jamás se le había podido ocurrir esa posibilidad
—Está seguro de que fue con ella?
—Sí, señor, completamente seguro. Está
en el expediente del divorcio, cuando él la acusó de ser lesbiana y de ser
infiel con la modelo. Además, en la declaración que hizo Antonia Schneider hace
un momento, también habla de eso.
—¿Declaró que eran novias?
—No señor, según Antonia Schneider no
eran novias, eran simplemente: amigas especiales que pasaban algunos buenos
ratos juntas. Encuentros ocasionales y nada más.
—¿Y según eso, cuando fue el último
encuentro entre ellas?
—Anoche, detective —le dijo Clemente
a López sonriendo, como si supiera del caos que se estaba formando en la mente
del detective.
—Anoche —dijo López entre
pensamientos— es decir que Manuela anoche estuvo con Antonia y con un hombre y que
entre los dos la mataron ¿no?
Clemente guardo silenció, esperando a que el detective
siguiera en suposiciones
—Ya entiendo por qué Antonia Schneider
no ha salido todavía en cámaras a dar declaraciones, la estaba esperando para
ver su cara, pero es obvio que está muy afectada porque encontró a su amante
muerta y no va a salir por ahora. Fue un gran choque. Pero… ¿y el hombre? ¿Sabemos
el nombre de ese hombre?
—Sí, señor, también sabemos. El señor
al que corresponde el semen encontrado en Manuela es Juan Pablo Villa Castro
—No lo puedo creer, Clemente —dijo López
sonriendo— ¿Me está diciendo que su esposo y su amante lesbiana se unieron para
matar a Manuela moliéndola a golpes? Increíble ¿Y cómo sabe que el semen es de
él, ya hicieron pruebas?
—No hubo necesidad, Antonia Schneider
dice que fue él
—¿Por qué, acaso hicieron un trio o
qué?
—No, según ella no, pero ella declaró
que anoche estuvieron juntas desde las ocho de la noche hasta las diez, después
de haber salido juntas de la galería de arte en donde trabajaba Manuela, como usted
ya sabe. Según ella, a eso de las diez llegó Juan Pablo Villa, algo borracho y
pasado de palabras y se enfrentó a ellas. Para evitar más problemas y que tal
vez alguno de los vecinos llamara a la policía,
Manuela le dijo a Antonia que se vistiera y se fuera, y así lo hizo ella y los
dejó a los dos solos. Al parecer esas peleas pasaban con frecuencia y ya los
tres estaban acostumbrados a todo eso.
—¿Y él en donde esta?
—Ese es el asunto, detective —dijo Clemente
acomodándose mejor en la silla— no lo encontramos
—¿Ya buscaron bien?
—Sí, señor, ya hemos ido a su casa, a
su oficina, a las casa de amigos, familiares y nada, no aparece.
López asintió, tenía una pista, un camino por delante y muchos
pasos por recorrer. Parecía un caso muy claro para ser de una persona con
nombre, López sabía que así de fácil no habían
pasado las cosas y que tenía que estar atento para no desviarse y quitarle los
ojos al culpable, porque por experiencia cruda ya sabía muy bien que la
claridad y el crimen, jamás se habían llevado bien.
FIN DEL EPISODIO TRES.
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