LUNA DE MIEL SIN MI MARIDO. PARTE 01

       LUNA DE MIEL SIN 
            MI MARIDO

 POR. PATRICIA KAMINSKI ©

                    PARTE 01



Lo voy a contar porque este es el único lugar donde puedo desahogarme y gracias a no sé quién existe este sitio para poder contar lo que quiero. Aquí me siento bien.

Advierto que el contenido de mi historia es fuerte porque así quiero contarlo, eso fue lo que sentí y eso fue lo que pasó. Sin embargo mi tono, mi actitud y mi experiencia puede ser ofensiva para muchos, así que si hay alguien  por ahí susceptible al semen, será mejor que se vaya y me deje pelear con mi conciencia tan libre y soberbia como estoy.

Les voy a contar la historia de lo que me pasó después de que mi marido me propuso matrimonio, bueno, mejor se trata de lo que le pasó a él después de que me propuso ser su esposa porque lo que me pasó creo que ya todos se lo imaginan. Y si, fue delicioso. No me arrepiento… aunque debería.

Me voy a poner Lola porque todavía tengo un trabajo honesto y bien pago que quiero mantener, eso es lo que supongo porque no sé cómo van a estar las cosas cuando regrese. Como se imaginaran aún estoy de luna  de miel con mi amante y la tormenta que se avecina solo es comparable con los ríos de fluidos que hemos derramado aquí. Por eso escribo esto, para desahogarme e ir tanteando el terreno minado que pienso encontrarme después ¿Cuál será mi destino? No lo sé, solo sé mi pasado.

La verdad yo era una vieja bien, chévere, de rumba, de trago, de amigas, de polvos pasajeros y sin remordimientos y pensaba que todo estaba bien en mi vida y que no había por qué cambiar nada. Cuando comenzó todo este rollo tenía 27 años, no tenía nada pero tampoco quería tener nada, solo quería pasarla bien y gozar hasta que me encontrara mi príncipe y lo amarrara con el anillo, ahora que tengo 30 creo que era mejor vivir como antes.

Mi esposo se llama Felipe, a él si no le quiero cambiar el nombre ¡Que el mundo sepa quién es y que lo trate como se merece! Me da lo mismo lo que hagan con él. Curiosamente, me lo presentó un ex en un matrimonio, me pareció lindo, elegante, bien peinado, bien hablado y con un carro que brillaba desde lejos. Esa noche bailamos un par de veces y listo, se acabó la noche sin ninguna pretensión, lo dejamos ahí, él se fue en su carro y nosotras –con mi amiga Paula- nos fuimos a dormir a su apartamento. En esa época no tuve novio, solo encuentros cercanos que muchas veces no llegaban a nada, otras veces llegaban a placeres pendejos de diez minutos y muy pocas veces a placeres de verdad que me dejaban con una pierna en el oriente y la otra apuntando hacia el sol.

Como a los dos meses de habernos conocido, me volví a encontrar con Felipe en un centro comercial. La verdad yo no me acordaba muy bien de él, pero él si se acordaba perfectamente de mí, haber ¿Quién se puede olvidar de todo esto? ¿Quién se va a olvidar de este cuerpo, de este pelo negro  y de estos gestos de niña loca? Nadie. Ese día también iba con Paula y Felipe nos invitó a almorzar y luego a un café, cuando yo vi que las cosas estaban bien y que el tipo prometía, mandé a Paula  la mierda y me quede con él toda la tarde hablando tonterías. De ahí nos fuimos a bailar y trago venia y trago iba. Pensé que esa noche ya tocaba, me daba cierta cosa ponérselo tan rápido, pero si él proponía yo no era quien para negarme. Felipe se había portado muy bien conmigo, era todo un caballero: pinta y galante, estaba hecha, pero –por extraño que parezca- esa noche no tocó. Como a eso de las dos de la mañana me dijo que ya estaba cansado. Salimos del bar, le pagamos a un driver para que nos llevara porque Felipe había estado tomando y ahí me preguntó dónde vivía. Llegamos hasta mi edificio, me dejó en la portería, me dio un beso en la mejilla y se fue rápido como si quisiera ser el mozo del driver y no el mío. Hasta me dijo que durmiera con los angelitos. ¡Era todo lo contrario al resto! Con otro había sido el mínimo descuido para que me comiera en algún rincón debajo de algo oscuro, pero Felipe no, parecía un hombre diferente y eso comenzaba a llamar mi atención.

Seguimos saliendo y con cada salida me sentía más halagada y más atraída por tanta educación. La verdad era que pocas veces me habían tratado tan bien durante tanto tiempo y eso me hacía sentir muy especial. Siempre me llevaba a la puerta, esperaba a que yo entrara, a que no me pasara nada, cuando podía me cargaba el bolso, me ayudaba a cruzar las calles, me daba la mano en cada escalón, mejor dicho, si por él hubiera sido me habría cambiado hasta los tampones para que yo no me ensuciara. Con todo eso pensé que era marica, pero ¿Qué sentido tenia cortejarme tanto si, a la larga, no quiera sacar nada con eso? Afortunadamente me pude dar cuenta de que eso no era cierto, Felipe de verdad era alguien especial, no quería un polvo y ya, quería tener toda una vida junto a mí, y yo ¡como una idiota! Me convencía cada día de que había encontrado a  mi príncipe azul.

Nos hicimos formalmente novios seis meses exactos después de conocernos, la cosa fue con serenata, flores, lágrimas y besos. Yo estaba feliz porque pensé que las cosa iban a cambiar y que nuestro ritmo sexual por fin iba a iniciar, pero no. Solo eran besos, besos, besos y para variar piquitos en la boca. De vez en cuando me cogía la cola, pero era más porque yo se la ponía entre las manos y no porque él se fuera contra mí.

Ya comenzaba a desesperarme, antes de Felipe mi ritmo era bueno, así no durara mucho pero ya estaba acostumbrada a tener un tipo dentro por lo menos una vez a la semana, pero con Felipe ya llevaba seis meses de nada, de puro dedo y me estaba comenzando  a preocupar. Ya pensaba que se me iba a volver a cerrar y que nunca más la volvería a abrir por más pepinos o zanahorias que me encontrara.

Juro que lo intente, lo buscaba y lo buscaba, me ponía romántica –a su ritmo- , me ponía salvaje –a mi ritmo-, pero nada. Me le vestía sexy, le mostraba la tanga, le bailaba al frente, le metía la mano debajo de la camisa, pero nada, nunca me dejaba llegar al pantalón, como si fuera una monja me daba una palmada en la mano y me decía que no mas porque se me iban a caer los dedos ¿Cómo no se me iban a caer con tanto uso que les daba porque el güevon ese no era capaz de nada?

Por fin, como a los dos meses encontré la excusa perfecta: mi cumpleaños. Estaba decidida a triunfar o morir debajo de un caballo. Lo invité a cenar a mi apartamento (como vivía con mi mamá, la mandé esa noche a quedarse con mi abuela para poder estar solos) me mandé peinar, me compré ropa nueva: un hilo súper chiquito y un liguero que me hacía ver ¡uuuyyy! Él llegó a eso de las nueve con un oso de mierda que medía como dos metros y no cabía en ninguna parte y un regalo que tenía la forma de un collar puesto en su estuche. Le di un par de besos en agradecimiento y lo abrí: un libro ¡Un puto libro! Solo le faltó sacarme una caricatura de Condorito y pasármela el desgraciado ese… pero bueno, lo había hecho con cariño y eso se tenía que considerar.

Después de la cena (que había comprado por ahí porque no sé cocinar) Lo llevé al sofá y lo más sexy que pude le pasé una botella de champaña para que la destapara. Comenzó a darle con toda la fuerza para tratar de destaparla, hasta que por fin el corcho salió volando y casi le da al televisor y después salió un montón de espuma que me cayó encima y volvió el sofá una mierda, pero bueno… yo sonreí de nuevo. Lo lancé sobre el sofá otra vez y lo comencé a besar, no dejé que hablara porque él tenía toda la intención de pararse, agarrar el trapero y ponerse a limpiar todo, pero no lo dejé. Le agarré las manos y se las puse en mi culo para que me cogiera con fuerza y cuando yo le comencé a acariciar el pecho y a buscar los botones de la camisa para quitársela, él me detuvo. Yo me prendí, ya no me aguantaba mas vueltas:

—¿Qué pasa, es que yo no te gusto o qué? —le dije furiosa

—¿Qué dices? Si eres la mujer más bella y especial del  mundo

—¿Y entonces?

—¿Entonces qué? —me contestó con cara de inocente

—¿Te puedo hacer una pregunta? No te vayas a ofender ¿Eres Testigo  de Jehová?

—No ¿Por qué? —me dijo asombrado

—Porque no entiendo porque no me agarras, me arrancas la ropa y me haces el amor con todas tus fuerzas, como si fuéramos dos animales.

—Pues, porque pensé que no te gustaba

¿Qué? ¿Que no me gustaba? ¿Qué no me gustaba? Si era lo único que me gustaba ¿Acaso también era miope? Bueno, pero el reclamo resultó porque cambió el chip de miope a matador, me beso con fuerza, me comenzó a tocar por encima del vestido y, apenas unos segundos después, me lo quitó sin romperlo. Me llevó alzada hasta la cama, lo malo es que no sabía cuál era mi cama y me llevó a la cama de mi mamá, pero yo no iba a decir nada para no romper el momento.

Y, por fin, comenzamos; le quite la ropa entre besos y caricias, él por fin me agarró como un hombre, me pasó las manos por las piernas y la espalda, lo sentía, por fin lo sentía. Me quitó el brasier y me comenzó a masajearme las tetas y a chuparlas suavemente y yo feliz ¡En el cielo! Le arranque los calzoncillos con la boca y, después de tanto tiempo, volví a ver un pito en mi vida. Le hice una mamada como nunca: arriba, abajo, las bolas, con la lengua, con los labios, bueno, el servicio completo. Yo lo miraba dichosa y él estaba rojo de la dicha. Me levanté, me quité la tanga y me le senté encima. Como había dicho me dolió de la falta de uso, pero pronto mi cuca y yo recordamos nuestro pasado. Uff, que rico después de tantos meses sentir un tronco bien duro adentro. Eso era el paraíso. Después nos acomodamos bien en la cama, él debajo y yo a cabalgar como si fuera una carrera a muerte, movía el culo como si no tuviera mañana, como si el mundo se fuera a acabar con el primer orgasmo. Lo sentía, ahí estaba, ese pito tibio y húmedo que entraba y se torcía sin piedad. Volvía a mis tiempos de alegría plena, estaba en lo mío. Iba a buen ritmo y ya me estaba poniendo colorada cuando de repente ¡pum! Felipe se retorció, lanzó un grito y se corrió dentro.

Casi me pongo a llorar de la piedra, había esperado tanto que no estaba dispuesta a dejar que el barco se hundiera después de solo quince minutos. Yo seguía cabalgando y cabalgando, dándole látigo a esa bestia para que se levantara, pero nada, el caballo ya había muerto, se lo había tragado la reina. Pensé que había sido el vino, la comida o ese oso estorboso lo que lo había desconcentrado, pero no encontré respuesta, ya nada tenía remedio. El caso fue que resignada me baje y me acosté a su lado, él aun jadeaba. Me quedé un buen rato ahí, en silencio, dándole tiempo para que se calmara, reaccionara y volviéramos a atacar. Pero nada, cuando lo mire ya se había quedado dormido. Casi le doy un puño, pero pensé que era peor, entonces ni modo, era mi destino volverme virgen a la fuerza.

Cuando me desperté él ya se estaba bañando. Cuando salió del baño ya salió vestido y fue a darme el beso de los buenos días a la cama. No hizo nada más y eso que sabía que estaba empelota y de entrega inmediata. En el desayuno le pregunte

—¿Te gusto?

—Me encanto —dijo— claro que…

—Claro que ¿Qué? —le pregunté yo sorprendida
¿Qué, aparte de todo me iba a poner objeciones? Nos quedamos mirándonos un buen rato en silencio hasta que me tocó obligarlo a hablar.

—Dime, es mejor que hablemos estas cosas ahora y no después.

—Tienes razón, está bien, estoy de acuerdo con hablarlo. Todo estuvo muy rico, muy bueno, pero eso de las felaciones como que no va conmigo

—¿Felaciones? ¿Y qué es eso? —le pregunte yo

—Pues, tu sabes… que pongas tu linda boquita, con la que me besas y con la que comes, en mi miembro

Quede de piedra

—¿Qué, no te gustan las mamadas? Pero si es lo mejor que me sale, quiero decir, lo mejor que sentí anoche

—Tu eres muy especial para mi Lola, por eso no quiero que te enfermes o que te llegué a pasar algo por hacer lo que no es correcto. Tú sabes, la boca para comer y las partes pues, para eso.

¿Cómo así? ¿Ósea que tampoco me iba a dar por el culo? Fue lo que  pensé mientras él seguía exponiendo sus argumentos.

—Además, yo te quiero mucho y todo eso, pero meter la boca ahí, no me parece agradable, esa zona es como sucia ¿no?

—¿Pero tú te bañas? —le contesté

—Si claro, todos los días, a veces incluso dos o tres veces, pero igual por ahí salen cosas y no quiero que por culpa mía te saliera alguna infección en la garganta o algo así.

Me quede mirándolo fijamente. Demasiadas imágenes repugnantes llenaron mi mente como pasajeros en un bus, se aglomeraban cada vez más en mi memoria pervertida. Aparte el plato, ya no quería comer más huevos en mi vida de solo pensar que salían del culo de la gallina. Mi libido llegó a cero, a menos diez en solo segundos, y no se me volvió a prender en mucho tiempo. Cada vez que me imaginaba una verga me imaginaba una bacteria bailando reguetón en mi lengua. Qué asco.  Y yo que comía, después me iba a cagar y después me echaba dedo con la misma mano ¡Qué asco! No volví a pensar en semen, ni nada ya me excitaba y así duré mucho tiempo.

De ahí en adelante nuestra vida fue más o menos parecida. Tirábamos una o dos veces al mes, a veces alguna vez más si era una fecha especial o el cumpleaños de alguna de nuestras abuelas. Pero jamás tiramos cuatro veces el mismo mes porque seguramente verme el culo tan seguido también le daba asco.

Por demás todo era genial, él era atento, amable, generoso, no era celoso, no era payaso ni hacia el ridículo cada vez que hablaba; al contrario, era un tipo ejemplar, todo lo hacía bien y, dejando a un lado lo de follada, era el hombre que siempre había soñado tener. Con el paso de los días su vida profesional también fue mejorando, lo ascendieron, buen sueldo, mejor carro y un apartamento bien ubicado con boutique a un lado y consultorios de cardiólogos al otro. El futuro era grandioso para él y lo mejor era que yo estaba en su futuro. Lo del tronco lo resolvería después, con paciencia, con prudencia como una buena profesora enseñándole a un niño las vocales, le faltaba solo experiencia y ahí estaría yo para enseñarle.

Para nuestro segundo aniversario ¡Ya dos años! Me tenía la sorpresa. En medio de una cena súper especial, con todos los juguetes románticos pensados, se levantó de repente, se arrodilló junto a mí y, sin importar que todos lo miraron, sacó un anillo de su bolsillo y me propuso matrimonio. Yo (lo confieso) lloré de alegría ¡Ya había conseguido marrano! No, mentiras, pero si había conseguido un buen marido, un gran marido, el problema era que él no había conseguido a la mejor de las esposas. Esa noche terminamos celebrando nuestro compromiso con baile, champaña y una buena cabalgata sobre sus muslos, sin mamadas, claro.

El matrimonio había quedado para seis meses después, pero preciso una de sus abuelas se murió de un infarto como a los tres meses de la propuesta y nos tocó aplazar el matrimonio un tiempo prudente (tres meses) pero Felipe no logró recuperarse de la depresión en la que cayó y, por más y más que insistía consolándolo y apoyándolo, nos tocó aplazar la ceremonia otros tres meses. Y después de mucho consuelo, de muchos mimos y ositos, de muchas palmaditas en la espalda, lo pude sacar de la tristeza de nuevo y logré encaminarlo otra vez en nuestro proyecto de ser marido y mujer.

Todo estaba listo. Todo estaba decidido. Teníamos toda nuestra vida por delante para disfrutar y para corregir los errores. Teníamos todo nuestro amor. Todo hasta que las cosquillitas en la entrepierna y las ganas de tirar como loca me comenzaron a invadir de nuevo… estaba perdida…


Fin de la primera parte.

Me encantaría que comentaran y me dijeran cómo les parece todo esto. A mí me encanta y eso que estamos comenzando. Pronto saldrá la siguiente parte, tienes que estar pendiente de La colcha, parche parlanchín. Aquí te estamos esperando para que goces con nosotros.

P.D. Aprovecho para felicitar a Arguinaldo, estuvo fantástico su inicio, me encantó su historia y la forma como le dio inicio a todo este gran sueño. Nos vemos pronto. Cuidado con los dedos.
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