ME COMIERON LOS MOSQUITOS Y AHORA TENGO CINCO MESES DE EMBARAZO

 MI MARIDO ME LLEVO A LA PLAYA, ME COMIERON LOS MOSQUITOS Y AHORA TENGO CINCO MESES DE EMBARAZO

POR: LAS LÁGRIMAS DE ROXANA ©


¡Estoy desesperada! De verdad que lo estoy. No sé qué pasa conmigo y con mi vida. Yo no sé si soy yo la que no entiendo o es mi marido el que no habla claro, pero ya no entiendo nada de nada. Esto ya está llegando al límite y estas lágrimas no son de alegría sino de pura confusión ¡Ayuda por favor!

El otro día estaba en la cocina comiéndome un gazpacho delicioso (porque debéis saber que mi gazpacho es delicioso, la cosa mas rica de este mugroso mundo) entonces, me estaba saboreando con mi gazpacho, cuando de pronto, me tembló la mano y ¡zas! Me cayó en la camisa y se me manchó toda de rojo ¡Y con lo difícil que es sacar esas manchas! Y aparté la camisa era blanca, apenas me paré y me vi la enorme mancha roja, comencé a llorar desesperada y sin saber que hacer fui a la sala en donde estaba sentadote mi marido en su sillón viendo el telediario de la noche y comiéndose un pedazo de espuma del sofá, es que al pobrecito le gusta mucho la espuma —sufrió mucho de niño que de solo acordarme me dan ganas de llorar—. De pronto, él se giro, me vio y gritó:

—¡Por Dios Roxana ¿Qué pasó?! —me dijo dando un salto hacia atrás y apartándose de mí lo más que podía.

—Mi camisa, mi camisa —le dije llorando sin poder controlarme

—¡Por Dios Roxana! ¿Quién te pegó un tiro en el pecho? Yo no escuché el disparo, pero te juro que no fue por mi culpa, tú sabes que no me he vuelto a meter en más problemas desde que Pablo el bizco de Tenerife, me lo advirtió. Además yo no fui el que llevó esa bolsa con dinero falso la semana pasada. Te juro que no fui yo. Y no entiendo cómo te iban  a pegar un tiro a ti, si tienen algo contra mí que me den a mí, pero ¿Por qué a ti? No, no Roxana, por favor. Calmémonos. Lo primero que se debe hacer en estos casos es llamar a una ambulancia. Si, llamemos a una ambulancia. Pero mejor llámala tú, porque escuché que ahora ese tipo de emergencias las resuelven personalmente y, como yo no soy el herido, tu entenderás.

—¿De qué hablas? —le pregunté entre sollozos y sin entender nada


—No te preocupes. No te preocupes por nada, Roxana. Yo sé lo que duele un disparo en el pecho, no es que me hayan dado uno a mí, claro, pero tengo amigos que me han contado lo que duele, incluso algunos de ellos han sobrevivido.  Pero cálmate, Roxana. Cálmate, todo va a salir bien. Te lo aseguro. El truco es tener confianza en ti misma. Recuérdalo Roxana: tu puedes con todo, eres capaz de dominar el dolor —decía mientras se apartaba cada vez mas de mí, como huyendo mientras tartamudeaba.

—¿De qué disparo hablas? —le dije tratando de calmarme, aunque las lágrimas salían sin control por ambos ojos.

—¿Cómo que de qué disparo? Pues del que tienes en el pecho. Coño Roxana, que ya estas delirando. Coño Roxana que eres muy valiente, en otra ya te hubieras muerto, pero tú, coño, como aguantas, aguantas como un toro. Pero no te preocupes, yo he escuchado que esa fuerza puede provenir de la agonía si es que estudios científicos lo demuestran. No te preocupes Roxana, ya te queda poco de vida, no vas a sufrir más… es decir, no quiero que te mueras claro… ¿cómo se te ocurre?... no estoy diciendo que estés agonizando, aunque tampoco digo lo contrario ¿me entiendes? Es que es increíble Roxana, mira cuanta sangre te sale del pecho. ¡Te vas a morir, Roxana!

Yo me puse a llorar con más fuerza por esas palabras, no me quería morir y menos con esa mancha de gazpacho en la camisa, en todo el centro de mi pecho… fue ahí cuando caí en cuenta de las tonterías que decía el idiota de mi marido y que todo lo que decía era porque no sabía que eso era una mancha de gazpacho.

—¿Tú crees que esta mancha es sangre? —le dije sollozando

—Estas delirando, Roxana. Estas delirando. Pero no te preocupes, yo mismo te voy a acompañar desde este momento hasta que esparzamos tus cenizas en el viento, sé que es ilegal, pero tu vales un crimen, te lo aseguro… eso sí, debes estar segura que vamos a estar juntos hasta la muerte, bueno, quiero decir, más allá de la muerte porque no creas que me voy a conseguir otra tía apenas te mueras ¡No! Habrá que esperar un tiempo, claro… unas dos o tres emanas, por lo menos, ah, y tampoco creas que otra está esperándome y deseando que tú te mueras, claro que no, esas son habladurías que las vecinas te meten en la cabeza. Yo no tengo amante en el primer piso, claro que no ¿Lola? No significo nada para mí. Olvídalo, olvídalo. Nadie te quiere hacer daño, si el empujón del otro día en las escaleras fue una broma, ja, ja, ja… y una buena broma. Lo mismo que lo del auto la semana pasada… no quise echártelo encima, no, claro que no ¡Es que tú te imaginas muchas cosas! Lo que pasa es que estaba probando los frenos y, por cierto, estaban geniales, en perfecto estado, bueno, un problema menos ¿no?... pero, oye Roxana ¿A qué mancha te refieres?

—Pues —le dije llorando de nuevo— esta mancha que ves es de gazpacho.

—¿Que? —dijo él muy serio— ¿Me estás diciendo que esa mancha roja que tienes entre los tetes no es sangre? ¿Y que nadie te disparo sino que, en lugar de eso, te echaste el gazpacho encima porque no sabes usar bien la cuchara?

—Si —contesté llorando

—Pero, por Dios Roxana ¡Que casí me matas de un infarto! Que yo creí que te habían matado. Olvídate de todo lo que dije ¿bueno? ¡De todo! No hay problemas, no hay bizco, no hay vecina, no hay accidente, no hay nada ¿entiendes? Olvídate de todo, sigamos adelante ¿está bien?

—Está bien —dije yo ya más calmada, solo sollozando

—Bueno —dijo él sentándose en el sofá- pues ya está, todo arreglado

—¿Y qué hago con la mancha?

—¿Qué se yo Roxana? ¿Qué se yo? ¿Tengo cara de fregadero o de limpia ropa? Quítate la camisa y lávala ¿Qué se yo?

Le hice caso, porque él es un hombre muy sabio, mientras las lágrimas se detenían en la puerta de mis ojos me quité la camisa frente a él.

—¡Joder Roxana! —me gritó mientras daba un salto hacia atrás de nuevo.

—¿Qué pasa? —le dije asustada

—¿Qué que pasa? ¿Segura que ya no estas muerta? Mírate en el espejo ¡Estas hecha un queso! Estas como un papel tía, claro, si es que nunca te quitas esa ropa. Mira que en esa barriga tuya no ha entrado el sol en años. Dime Roxana ¿hace cuánto no vamos a la playa?

—Nunca —le contesté yo mirándome al espejo y dándome cuenta de que él tenía toda la razón. Estaba blanca como la leche, hasta pensé que le había echado mucho blanqueador a la ropa y se me había prendido al cuerpo mientras echaba la siesta.

—¿Cómo que nunca? ¿Hace cuantos años nos casamos?

—Hace diez años

—¿Y me quieres decir que en estos diez años nunca hemos salido de este edificio?

—Pues sí, nunca hemos salido juntos en estos diez años —dije yo sintiendo que volvían a aparecer las lágrimas que hacía rato se habían escondido.

—¿Cómo qué no? Déjame pensarlo —y ahí se quedó como quince minutos pensando y haciendo cuentas sobre nuestras salidas— Pues que coñazo, Roxana, que tienes razón ¡Nuca hemos salido juntos en estos diez años, eh! Pero no te preocupes, que todo tiene solución. Esto va a cambiar de inmediato. Alista la maleta porque mañana mismo nos vamos a la playa.

Yo no podía creer lo que mi marido me estaba diciendo, pero parecía tan seguro y confiado que me llene de alegría y lloré de la emoción. Era la primera vez en esos diez años que me invitaba a algo. Yo feliz, salí corriendo al cuarto y, en medio de las lágrimas, comencé a empacar la maleta. No pude dormir de la emoción, en cambio mi marido durmió como una roca, incluso pensé que se había muerto mientras dormías solo para evitar hacer el viaje que me había prometido.

Al otro día y para mi sorpresa, él madrugo a eso de las nueve de la mañana y a eso de las once nos subimos al coche para irnos a la playa. Yo estaba tan feliz que no pare de llorar de la alegría en todo el camino.

Llegamos a la playa pero ya estaba llena, no le cabía un alma, el mar si no estaba tan lleno, todavía quedaba mucha agua por cubrir, pero la arena estaba a tope. Casi todos eran familias con sus peques o chavales con sus novias medio desnudas que jugaban por ahí. Mi marido me guiaba y me guiaba entre las personas buscando un espacio libre para asolearnos, pero no lo encontrábamos. Solo nos deteníamos cada vez que mi marido veía a alguna tipeja de esas con las lolas al aire o con esos trajes miserables que apenas les cubrían las vergüenzas. Yo no sería capaz de tanto, si necesitaba que me entrara el solecito por los poros, pero no a nivel de quedarme en bolas frente a los demás.

Caminamos y caminamos y no hallábamos lugar, pero a mí no me importaba, el solo olor a playa, a mar y a bloqueador de estantería me cautivaba, me llenaba de emoción y se me escurrían las lágrimas de la nostalgia. Por fin, a eso de las cinco de la tarde una familia con tres peques se fueron y nos dejaron el espacio para que nosotros pudiéramos echarnos a tomar el sol. Mi marido se lanzó a por ese espacio como un arquero de futbol y abrazó la arena como si fuera una mujer hermosa. Después, con una sonrisa de oreja a oreja extendimos las toallas y nos quitamos la ropa de encima para quedarnos en bañador, él en su shorcito de playa y yo en el bañador enterizo que me había regalado una tía a los diez años y que me quedaba en esa época grande porque le pertenecía a la prima de su esposo que había muerto ahogada y devorada por pirañas (no sé cómo el bañador terminó intacto, tal vez a las pirañas no les gusta la tela) el caso es que el bañador ya me quedaba bien, bueno un poco chico de entrepierna, pero de resto estaba bien y, como casi nunca me lo había puesto, pues estaba como nuevo. Eso sí, no eran los bikinis de esas guarras que se pavoneaban por ahí luciendo su piel tostada, pero por lo menos tampoco iba en pijama como otras por ahí.

Debo decir que al quitarme el bañador me dio un poco de corte, porque era como mosca en leche en todo ese mar de cuerpos bronceados y senos al aire, yo en cambio iba con todo puestecito, pero me dio tanta pena que se me llevaron los ojos de lágrimas y me tuve que poner una toalla en la cara para no darme cuenta de los demás pasaban cerca mío burlándose de mi blancura. Por suerte mi marido se dio cuenta de mi actitud y me dio ánimo con todo el amor que lo caracteriza.

—Vamos, Roxana, quítate esa toalla que estás haciendo el ridículo, mejor muéstrale tu culo lechoso al mundo. Que no te de pena, Roxana. Que no te dé pena. Que engendros peores ya han visto todos estos infelices ¿Cómo no? No lo dudes, que en esta playa fue en donde encallaron las ballenas en el invierno. Que no te dé pena de nada, Roxana, que así como así tú tienes mejor cuerpo que esas niñatas ballenas de nada.

Acepté su respaldo, le sonreí y, un poco sonrojada, le hice caso y me quité la toalla dejando mi blanquísimo cuerpo expuesto a los demás. Nos quedamos allí un buen rato tomando el sol, bueno, tomando el sol es un decir, porque entre unas y otras ya casi daban las siete de la tarde y la verdad es que hacia bastante viento y de calor más bien poco. De repente me di cuenta que la gente se comenzaba a ir, las familias alzaban a los peques ya dormidos y se iban a buscar sus coches y los chavales y sus novias descaradas se vestían muy a prisa. A mí me daba igual que todos se fueran aunque me daba un poco de nostalgia que se perdieran de esa vista tan preciosa. De lo que si me di cuenta en ese momento era que casi todos se daban palmadas en las piernas o en los brazos, incluso en el pecho y la barriga, pero jamás creí que lo que estaban haciendo era matando mosquitos, yo creí que estaban aplaudiendo algo y que esa era la nueva forma de hacerlo (porque como todo en este mundo esta tan cambiado y yo casi no salgo de casa, pues fíjate, que caí en la trampa de los desgraciados mosquitos)

La cosa fue que al rato yo ya estaba que me congelaba del frio ahí acostada en la toalla y comencé a rascarme porque sentía las picaduras de los mosquitos por todo el cuerpo. En las piernas y en las mejillas, en los brazos y en los mejillones, en las axilas y en los pantalones, en todo el cuerpo vale. Y mientras más pasaba el tiempo más sentía la rasquiña y yo creo que como tenía la piel tan sensible pues los mosquitos la emprendieron conmigo, todo parecía bien o normal, hasta que mi marido me vio y soltó un grito:

—¿Qué te ha pasado Roxana? Que estas como una mazorca, joder. Que te comieron los mosquitos Roxana.

Yo me levanté rápido y me miré el cuerpo. De inmediato me puse a llorar de verme cubierta por ronchas que esos desgraciados me habían hecho. Tenía todo el cuerpo lleno de picaduras, parecía un tejido croché. Mi marido fue muy amable, me dijo que me esperaba en el coche, se levantó y agarró las toallas y las cosas y salió corriendo como si fuera una maratón mientras yo me quedaba atrás y caminaba entre la gente que se burlaba de mí y de mi estado monstruoso. Como correría de rápido mi marido que lo perdí de vista y no supe en donde estaba y, como yo soy muy mala para las direcciones, pues que me tarde como dos horas tratando de encontrar el coche. Por fin llegué y, para colmo, mi marido no estaba porque se había ido a comer burritos mientras yo me quedaba al lado del coche esperándolo, lo peor es que había aparcado junto a las bolsas de basura y allí sí que habían mosquitos. Yo sentía como me picaban y me comían y lo único que podía hacer era llorar para tratar de espantarlos con mis  berridos.

Al fin llegó él, al verme el pobre casi se desmaya, pero no lo hizo y me abrió la puerta del coche. Nos fuimos rápido de la playa huyendo de los mosquitos que parecían perseguirnos como en una película de vaqueros. Por fin llegamos al depar y yo subí ya casi roja, con decir que no se me veía ya el cuerpo de la cantidad de picaduras que tenía. Parecía un monstruo. Me metí en la ducha y trate de calmarme con el agua, pero no sirvió de mucho, las picaduras fueron atroces. Luego me dio fiebre, escalofríos y me quedé muy mal en la cama. Al otro día mi marido llegó con un ungüento que, según él le había recomendado un amigo y que —según su amigo— servía para calmar todos los dolores de una mujer y también servía para desbastar las arrugas, y yo creo que si porque el ungüento me comenzó a curar pronto de las picaduras. Claro que yo quedaba tiesa después de aplicármelo, pero así debía ser la receta.

Pues como vimos el resultado, mi marido le siguió recomendando del ungüento a su amigo y él llegaba todos los días con dos o tres frascos de ese líquido viscoso y blanco que yo me aplicaba en todo el cuerpo y que me refrescaba de tanta picazón. Fue milagroso porque a las pocas semanas de frotarme con ese ungüento mis picaduras desaparecieron y ya me sentí mejor. Pero mi experiencia me costó caro porque ahora resulta que estoy embarazada y lo único que me comió en ese tiempo fueron los mosquitos, de resto, ni mi marido, ¡Que caos fíjate tú!

Mi marido pues esta furioso conmigo, no me quiere hablar, no quiere ni verme y yo, claro, lloro y lloro porque yo no tuve la culpa y, sin embargo, le fui infiel a mi marido con esos mosquitos que me obligaron, que me violaron mientras estaba en el playa tomando el sol frio de una tarde que no quiero recordar jamás. Él dice que me devuelva a la playa y que busque dentro de todos esos mosquitos al padre de la criatura y lo haga responder por su problema, que le ponga una demanda y que lo lleve a la comisaria si es preciso, pero que él no se va a encargar de mí ni del fruto de mi despiste. Yo le dije que iba mañana, pero estoy tan nerviosa ¿Qué tal que no me reconozca? ¿Cómo hago para que responda y cumpla con su obligación? ¿Y qué tal que ya lo haya matado alguien de una palmada o que haya terminado exterminado por algún insecticida? No sé qué hacer, la verdad es que no sé para dónde agarrar ¡Estoy desesperada! ¡Ayúdenme por favor!

Lo único bueno que saque de todo esto fue el ungüento milagroso que me curó de tanta picadura y que ahora uso para cualquier cosa que me pase en el cuerpo y, es cierto, cura las arrugas, las desaparece, me veo mucho más joven que antes. Es fantástico, de solo hablar de sus beneficios se me llenan los ojos de lágrimas, pero son lágrimas de alegría. El amigo de mi marido nos trae dos tarros todos los días que yo uso como si fueran la merienda. Los atrae de la empresa de donde trabaja y llegan tan frescos que algunos de eso tarros aun llegan tibios y tibios hacen más. Si vosotras necesitan solo me lo comunican y yo hablo con mi marido para que os los lleve a vuestras casas. Tiene un nombre científico importante, se llama: “Pinus libidus” y lo fabrica la Clínica de inseminación artificial. De verdad que os lo recomiendo. Y, aparte de todo, es baratísimo, dos por un euro, si así fueran todas las multinacionales este país funcionaria mejor.

Pero díganme ahora de mi problema ¿Qué hago? ¿Cómo lo resuelvo? ¡Estoy desesperada! Necesito ayuda, consejo, ir a algún sitio en donde me ayuden a buscar al bastardo ese que se aprovechó de mí, no puedo decir que lo abofetearía porque no quiero ser una asesina, pero si quiero que responda por lo que hizo. El problema es que ¿Cuál sería él se metió hasta por allá? ¿Qué hago? ¿Qué hago? Desde aquí, llorando. La embarazada Roxana.

P.D. Comprad el ungüento, eh. Y recuerda que aun fresco y tibio, hace mas.


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