CAPÍTULO CUATRO. RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL.



RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL

POR: PATRICIA KAMINSKI ©

CAPITULO 4


Quiero agradecer a todos los que han leído mi relato: ustedes son increíbles. También los invito a leer los otros capítulos presentados de este relato (les dejó los links en la parte de abajo). Gracias por seguir con nosotros y gracias  a La colcha, parche parlanchín por dejarme ser como soy. Comenten, compartan y disfruten con todo lo que hacemos.

CAPITULO 4

Llegué a mi apartamento apenas unos minutos antes de las cinco de la mañana, tenía un dolor en la cadera como nunca, sentía las tripas revueltas y el semen de Benji jugando por dentro con mi maltratada humanidad. Abrí con cuidado la puerta como si fuera una ladrona. Me quité los zapatos para no hacer ruido. No había nadie, todos estaban durmiendo. Me fui directo al baño. Ahí me empelote lo más rápido que pude y guarde la ropa de zorra en las bolsas junto a  mi ropa de señora y me metí en la ducha.

Nunca el agua de la mañana me había refrescado tanto, sentía como si cayera una cascada de agua fría sobre mi piel hirviendo y la calmara, la sosegara de todo ese ardor con el que había entrado. Suspiré, ya había pasado lo más duro que era entrar sin que nadie se diera cuenta. Me miré el cuerpo, tenía la cuca rojísima, nunca la había tenido así, me ardía, no sé como pero de tanto roce me había raspado y me ardía cada vez que me tocaba el agua. Tenía un moretón en una teta y estaba segura que tenía arañazos en la espalda y en las nalgas. Tenía que cubrirme antes de que mi marido se diera cuenta.

Las instrucciones de Benji, de dejar que mi marido me oliera y que no me bañara en todo el día, se fueron a la mierda. Tenía que salvarme, protegerme de todo el caos que se podía provocar. Me eché todo el jabón y el shampoo que pude, me cepillé los dientes como unas veinte veces para pasar el olor a trago y a semen, y quedé fresquita como un bebé. Encontré solo una toalla chiquita en el baño, la mía siempre la llevaba del cuarto, pero obvio eso no había podido hacerlo, el problema era que la toalla del baño apenas me cubría lo innombrable, se me alcanzaba a notar la rayita del culo y apenas me tapaba los pezones, pero ni modo, no había de otra, tenía que salir así y, aparte, descalza, como no había hecho en años.

Saqué primero la cabeza para cerciorarme de que nadie se hubiera levantado. Después agarré las bolsas con la ropa, no sabía dónde meterlas, pero se me ocurrió ocultarlas debajo de la cama de los niños. Me metí con cuidado, despacito en su cuarto, mis dos angelitos estaban durmiendo sin ni siquiera imaginarse en donde había estado la zorra de su madre, los miré y sonreí, pero reaccioné. No había tiempo para maricadas ni ternuritas, estaba en una misión imposible y me sentía como una espía a punto de ser descubierta. Me agaché y metí  las bolsas en la primera cama que encontré, pero mi hijo tenía tantas cosas ahí que las bolsas no cupieron y me tocó pasar unas a la otra cama. Con tanto movimiento la toalla se desenrolló y apenas me quedo tapando medio culo. De pronto, sentí que uno de ellos se movió y me imaginé empelota frente a ellos. Cerré los ojos esperando la pregunta ¿mamá que haces empelota en nuestro cuarto? Pero no, no pasó nada de eso, entonces abrí los ojos despacio esperando el golpe, pero no, seguían durmiendo como lo que eran: inocentes.


Me levanté, me puse la toalla y salí de ahí sin hacer ruido. Entré en mi cuarto. Mi marido aun dormía. Me quité la toalla, la boté lejos y agarré la mía, la de siempre, la que tenía un rotico en una esquina. Me sequé rápido, siempre acostumbró a echarme crema por todo el cuerpo, pero esa mañana no podía dar papaya, abrí el cajón, saqué los primeros calzones y el primer brasier que encontré y me los puse y luego una blusa blanca tipo camisa que me llegaba a media pierna. Estaba buscando un vestido con pantalón, tipo uniforme de recepcionista, cuando escuché a mi marido

—¿A qué horas llegaste?

—A las doce —le contesté sintiendo que el corazón se me salía del pecho y se iba huyendo antes que yo.

—¿A las doce? ¿Pero si yo te llamé a las doce? Te escribí y no me contestaste

—¿Y para que te iba a contestar si ya estaba aquí en el edificio? Pero mis respetos contigo, cuando entré ya estabas dormido

—Ah, es que ayer tuve un día pesado —me contestó— ¿Y por qué te bañaste tan temprano?

—Pues porque tengo que llegar temprano al colegio. Hoy tengo reunión con los auditores.

—Putas reuniones, estoy cansado de tantas reuniones —me dijo levantándose

—Pues sí, pero ¿Qué podemos hacer? —le dije poniéndome los pantalones de mi vestido de señora.

—¿Te vas a poner esa blusa? No me gusta verte con ese trapo, te ves como una abuelita

—Pero ¿y entonces? ¿Me compro un liguero o me voy como una de esas zorras que te gusta ver?

—¿Otra vez con eso?

—Está bien, perdóname. Pero ¿Qué más me pongo? Yo soy una señora y tengo que vestirme como tal ¿no? Además, tengo que dar el ejemplo en el colegio

—Supongo que si —me dijo resignado y caminando al baño.

Mientras él se bañaba yo me metí al cuarto de los niños y saqué las bolsas y metí todo eso en mis cajones para que nadie se diera cuenta de mi locura. Con el ruido los niños se despertaron y comenzó el trajín de cada día. Desayunamos juntos como todos los días.

—No me has dicho ¿Cómo te fue en la reunión? —me preguntó mi marido

—Buenísima —le contesté— aprendí un montón de cosas que no sabía

—¿Te das cuentas? —me contestó— y tú que hablas mal de sindicato

Me sonreí, quería soltar la carcajada en su cara, pero no, así no era yo o —por lo menos— no todavía. Luego él se levantó y se fue al estudio a buscar sus papeles. Sentí que me había salido con la mía, que todo había salido perfecto y que nadie se había dado cuenta de mi crimen. Sonreí, para mi sorpresa me sentía muy satisfecha con mi fechoría, me sentía feliz con la aventura por la que estaba atravesando y me sentía dispuesta a continuarla hasta que la cadera me aguantara.

Estaba llena de vida, de alegría, de brillo en los ojos, el problema era que estaba tan mamada que no pude abrir los ojos y mostrar el dichoso brillo en todo el día. Para todos lados iba dormida, llevaba más de treinta horas sin dormir y por mas alegría y fuerza que tuviera en el alma, mis ojos decían que no y me costaba levantar los parpados. Aunque eso sí, estaba esperando ansiosa la llamada de Benji, la llamada que me citaba a otra cita en el motel, ya me imaginaba en la mitad de la cama con las piernas bien abiertas, de par en par, esperando que él y ese pedazo delicioso de carne entre sus piernas se metieran dentro de mí y se hundieran hasta matarme del placer. Pero esa llamada, no llegó. No me llamó. No me escribió. No me envió ningún mensaje. Pensé que estaba mal o en problemas en su casa y después pensé que no debía comportarme como una adolescente intensa sino que debía tomarlo como la mujer madura que era, con calma, con seriedad, entonces lo deje así, lo dejé descansar porque debía estar tan cansado como yo, aunque eso sí, miraba cada tres minutos el teléfono esperando señales de vida y esa caprichosa llamada.

Pasó el día, llegué a mi casa y a las ocho de la noche, después de cuarenta horas despierta y mucho dolores ricos por todas partes, caí como en coma hasta la mañana siguiente. Al otro día Benji tampoco me llamó y comencé a pensar que las cosas no andaban bien y que, tal vez, él ya se había cansado de mí ¿Por qué? Pensaba ¿No estaría a su nivel? ¿No sería la clase de moza que él buscaba? Puede que tuviera razón, yo apenas era una remilgada mujer que lo más emocionante que hacía era la fila en el supermercado, no me vestía sexy y hasta mi marido me criticaba por mi apariencia, no era experta, era como una niña que no tocaba el fuego por temor a quemarse, en cambio eso era lo que él buscaba: fuego, pasión, vulgaridad y una boca que se lo mamara bien ¿No sería yo todo eso? ¿No podría serlo algún día? ¿Mi destino seria tirar dos veces al año por el resto de mi vida con mi marido barrigón? Casi lloró pensando en todo eso, me daba rabia haber decepcionado a Benji, pero más rabia me daba haberme decepcionado a mí misma y no tener la oportunidad de volver a tocar el cielo y sus hermosísimas llamas que me encendían por dentro.

Como era viernes, esa noche me tocó con mi marido y no podía negarme para que él no sospechara nada ¡Que desgracia! No sentí nada, parecía que me estuviera comiendo un chicle sin sabor. Yo me movía rápido, me inclinaba más para que él y su cosita entrara mejor, pero nada ¡Nada! Apenas un quejido en esos diez minutos y un asqueroso jadeo que él me regalo sobre mi cara, de resto, una sola frustración. Lo mejor de esa noche fue una película de un perro perdido que vi en televisión mientras él dormía.

El fin de semana fue insoportable. No pude sacarme de la cabeza ni un minuto a Benji y a su pedazote de verga delirante. Era lo único que deseaba. Mi único deseo esos dos días era que el celular sonara para salir corriendo empelota a que me comiera rico. Pero no sonó. Y por más que veía el teléfono no cambiaba su estúpido protector y las únicas llamadas que recibí fueron las de mi mamá y la de un imbécil que quería venderme un seguro de vida ¿seguro de vida, para qué? Si lo único que yo quería era morirme de tristeza por la ausencia de mi consuelo. El domingo por la tarde me resigné y acepté la invitación de los niños a ir al centro comercial a ver una película. Ellos la vieron y los tres niños de mi vida salieron felices hablando de las ridiculeces de los muñecos y de lo salado de las crispetas. Yo no, yo no vi nada, solo me veía en cuatro patas debajo de Benji y solo pensé que su abandono se debía a que él tenía que hacer lo mismo que yo: soportar a su esposa, sonreírle a su hija y sacarlas el domingo por la tarde a que las acariciara el sol.

Llegó el lunes y desde que me levanté tuve la intención de saber de él. Estaba segura que ese día él me llamaría, pero no, pasaban las horas y las horas y yo seguía como una gata esperando leche. Nada ni un mensaje, ni una carita feliz, ni un memorando, nada, indiferencia total. Por supuesto, mi genio llegó al techo, a eso de las diez de la mañana exploté contra todo el que se me atravesó, creo que me pelee hasta con el espejo, no soportaba nada ni a nadie, quería subirme a la terraza y botarme de la rabia que me dominaba. No me quedó duda que ese día fui la mujer más odiada, despreciada y madreada del mundo, me lo merecía, me comporté como una mierda y todo era porque Benji no me determinaba. Como a eso de las tres ya nadie me hablaba y de la desesperación hice lo único que podía hacer una mujer como yo cuando no le  salen las cosas bien: ponerme a llorar. Lloré sobre mi escritorio toda la sopa del almuerzo, el vidrio quedó encharcado de todas las lágrimas que me salieron. No entendía por que Benji me había abandonado así, no me lo merecía, no todavía. Yo solo quería un poquito más, una noche más, un beso, un baile, un polvo y adiós, pero eso que él me estaba haciendo era injusto. No me lo merecía. A eso de las cuatro se me ocurrió llamarlo y decirle que me iba a comer a otro porque él era un inútil que no servía para nada. Agarré el teléfono con rabia y busqué su número, pero antes de marcar, me di cuenta de la posibilidad de que yo lo llamara no se me había ocurrido hasta ese momento ¿Y qué tal que él estuviera esperando mi llamada? Es decir, yo era una mujer de las de antes, a la que había que rogarle y llevarle serenata para levantarle la falda, pero ahora las mujeres eran distintas porque ni siquiera se ponían falda para que se las comieran más rápido. Yo no estaba acostumbrada  a llamar a un tipo, todos mis novios de antes eran los que me llamaban y me rogaban por una sonrisa, pero los tiempos habían cambiado y los machos eran escasos, lo que quería decir que las hembras teníamos que comportarnos como los animales que éramos y pelear a muerte por la presa. Yo no sabía eso, pero ¿Qué culpa tenia si mi olfato depredador apenas llegaba a los pedos de mi marido? Yo era virgen en la cacería y apenas estaba atravesando la época en la que me asustaba apenas soltaba un chorro en mi entrepierna.

Fui a llamarlo pero no me atreví, me pareció muy directo, mejor le envié un mensaje, de pura niña sin calzones, de pura culicagada, le escribí: “Hola Benji ¿te acuerdas de mí?” y boté le teléfono sobre el escritorio, se mojó con mis lágrimas. Pasaban los segundos y nada que me contestaba. Ya me estaban dando ganas de llamar a medicina legal a preguntar si había aparecido muerto en algún potrero. Por fin, como a los tres minutos me escribió “Hola Angie, pensé que te habías olvidado de mi”. Yo de una le escribí: “Tú fuiste el que se olvidó de mi”. “De eso nada –me contestó- tú fuiste la que no volvió a llamar”

—¡Imbécil! —grité con todas mis fuerzas en la oficina

¿Cómo había podido ser tan tonta, tan idiota de creer que las relaciones eran igual que en el siglo pasado? El mundo había pasado encima mío y yo no lo había vivido. Él había estado esperando mí llamada toda la semana y yo como la bella durmiente, esperando como una güeva a que él llegara en su corcel y me diera un beso. Pero si es que no era mi príncipe azul, era mi mozo ¿Qué estaba yo pensando? En ese momento en serio me sentí como mi abuelita, tan vieja que ni siquiera sabía en qué idioma estaba hablando. No esperé más y me mandé a conseguir lo mío, le escribí “¿Quieres salir hoy? Estoy con hambre”. Me fui con todo, que supiera que necesitaba que me diera duro, pero el imbécil me contestó: “Hoy no puedo, es el cumpleaños de mi suegra. Ya hablaremos mañana”. Desgraciada vieja bruja ¿Por qué no se había muerto ya, tan vieja y todavía quería que le celebraran el cumpleaños? Si cada día de vida para ella era un paso más hacia la muerte ¿Para qué perder el tiempo celebrando eso? ¿Por qué no me dejaba tirar en paz? Quise llamarlo a proponerle todo, lo que fuera con tal de que se acostara conmigo esa noche, pero medité, yo también tenía suegra y la muy puta cocinaba tan rico que se había vuelto mi amiga, tal vez Benji también estaba atrapado y no podía hacer nada. Me resigné. Lo dejé celebrar tranquilo con su viejita.

En serio quería portarme mal, pero el destino no conspiraba a mi favor. Decepción. Por otra parte Benji me había prometido que al día siguiente nos veríamos y estaba dispuesta a desquitarme de todo y sacar toda esa rabia que tenía guardada sobre su verga, descargarla del todo hasta dejarla seca. Me fui para mi casa con la idea de preparar todo para el día siguiente. Me tenía que mentalizar para enfrentarme a mi rival, así como los boxeadores se concentran en su oponente antes de atacarlo. Ya faltaba poco y lo iba a hacer llorar de la emoción.

Estaba durmiendo, eran como las dos de la mañana  cuando comenzó a sonar mi teléfono y sonó con tanta insistencia que me apresuré a mirar lo que estaba pasando antes de que mi marido se diera cuenta. Medio dormida lo activé, era Benji, me desperté por que creí que me estaba citando para irme a tirar con él en ese instante. Metí el teléfono por debajo de las cobijas para que la luz no despertara a mi marido. El mensaje decía: “¿Quieres ver algo?”. Yo le escribí que sí, que me enviara eso que con tanta insistencia me proponía ver. Casi me muero, quedé de piedra. El muy hijueputa me mandó tres fotos de él tirando con la esposa y después otra en la que aparecía ella mamándoselo y después otra en donde aparecía él comiéndose ese coño y después otra donde se besaban con pasión. Me sentí tan mal, tan usada, tan sucia, que mandé el teléfono a la mierda y cayó encima de unos cojines (para mi fortuna porque era carísimo) y después me levanté y me fui a llorar a la cocina. No sabía por qué estaba él haciéndome eso y menos sabía por qué yo había caído en sus garras. Me decidí a acabar con esa fantasía, con esa estúpida aventura y me decidí a enfrentarlo al día siguiente y matarlo si fuera preciso, lo que fuera necesario con tal de salvar mi honor… Eso fue lo que creí.

Fin del capítulo 4.


RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL PARTE DOS




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