CAPÍTULO DOS. RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL



RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL

POR: PATRICIA KAMINSKI ©

CAPÍTULO 2


Gracias a todos, los quiero a raudales, el primer capítulo de este relato ha sido la entrada más visitada en lo que llevamos en La colcha, parche parlanchín. Me alegra mucho que sea yo la causante de tanto entusiasmo y de tanta lectura. Desde lo más profundo de mí ser, les doy las gracias y espero que continúen con nosotros con ese mismo entusiasmo. Gracias.

CAPÍTULO DOS.

A las doce y media, Benji pasó por mí en su carro, fuimos  a almorzar, hablamos de todo y de todos, la pasamos delicioso y el tiempo se nos fue en un instante. La promesa de Benji fue cierta porque la comida estaba riquísima y me hizo olvidar toda mi tristeza. Nunca había pasado un momento así con Benji, de hecho, desde mi matrimonio (hacía ya once años) no había pasado un rato tan agradable con otro hombre que no fuera de mi marido, de hecho también, nunca desde esa época había almorzado a solas con otro hombre que no fuera mi marido y, para colmo, ya hacia como unos tres años que no nos citábamos para almorzar juntos, es decir que esa tarde prácticamente rompía mi virginidad social y me sentía como una mujer importante, como alguien que valía mucho más que un culo y unas piernas para el mundo.

A eso de las tres de la tarde, Benji me llevó al colegio de nuevo y nos despedimos de beso en la mejilla, una sonrisa sincera acompañó ese beso, unas gracias de necesitada que daban vergüenza ajena y un brilló resplandeciente en mis ojos que fueron el final de ese encuentro.

Durante esa semana viví dos cosas: la decepción y frustración que sentía cada vez que llegaba a mi casa y me encontraba con el cerdo de mi marido y esa imagen asquerosa de verlo masturbándose frente al computador, y la dicha que sentía cada vez que me avisaban que –por alguna razón- tenía que encontrarme con Benji de nuevo. Aunque no volvimos a almorzar o estar solos esa semana, pero solo el hecho de saber que me iba a encontrar con él me hacía sentir feliz porque sabía que no me iba a encontrar con un enemigo o un cerdo morboso sino con el único hombre que me había hecho pasar un rato de verdad agradable sin pedirme nada a cambio en mucho tiempo.



Así me sentía y creo que así lo expresaba porque mis amigas comenzaron a burlarse de mi antes de cada reunión, me hacían chistes pasados de ponerme bonita para las reuniones, de maquillarme más que antes, de estar orgullosa y de sentarme en la silla más cercana a la de él. Y yo creo que Benji también se dio cuenta de eso y del brillo en mis ojos cada vez que me hablaba porque como a la semana de nuestro primer almuerzo, un martes a eso de las nueve de la mañana, me llamó a mi teléfono personal y me dijo:

—Te invito a almorzar esta tarde

—Bueno, me parece bien —le dije mostrando el hambre sin ni siquiera preguntar quién era o tomarme el tiempo para saludarlo y preguntar por su familia, no, eso fue de una, como si él supiera que yo ya tenía telarañas en la entrepierna y necesitaba quien las quitara— ¿Vamos a ir al mismo sitio? —le pregunté descarada, como diciéndole: agárrame que estoy fácil.

—No —me contestó— te voy a llevar a un sitio más privado… mucho mas privado. Paso por ti a la una en punto

A pesar de haber dicho “privado” y después esa pausa para decir “mucho más privado” yo acepté sin dudarlo

—Angie —me dijo— quiero que sepas que no quiero un almuerzo de trabajo ¿bueno?

Más claro no podía ser. Con eso me estaba diciendo: me la voy a comer esta tarde y lleve el culo limpio porque voy besárselo hasta el fondo. Yo me mordí los labios porque obvio no soy idiota y sabía lo que eso significaba, no solo para mi sino también para mi familia, para mis hijos y para toda esa mierda de cosas que hasta ahora poseía. Yo había podido decir que no, estuve a punto de decirle que no cuando por mi mente pasó la imagen de mis hijos, de mi apartamento y de los tramites inmamables del divorcio, pero justo en ese momento pasó la imagen de mi marido halándosela viendo a otra que no era yo y de todo lo que había podido hacer mientras yo dormía y de los cachos que me había podido poner mientras yo como una imbécil solo me dedicaba a trabajar y a creer en él. Entonces, acepté.

Todo ese rato estuve más pensando en él y en lo que podía terminar todo eso y no en mi trabajo. Me acuerdo que un niño se abrió la cabeza con un pupitre  y yo lo mandé en taxi para la casa en lugar de dedicarme a él como lo hacía antes. Estaba tan ida con eso que incluso me metí al baño y me limpie la cuca bien, con esponjilla y todo hasta sacarle brillo, aunque después me puse los calzones y me prometí no quitármelos por nada del mundo y serle fiel a mis principios… principios que se fueron a la mierda cuando moje los calzones porque me di cuenta que ya era la una y Benji estaba a punto de llegar y yo de correrme del susto.

A los dos minutos llegó Benji en su carro –que por cierto era más bonito que el nuestro-. No tuvo necesidad de llamarme o de echar pito porque yo lo vi, agarré mi bolso y salí sin despedirme de nadie, ni del vigilante que se quedó mirándome como un güevon. Apenas me subí al carro, saludé a Benji con un beso en la mejilla y me acomodé en el asiento, él me pasó un papel.

—Con este papel te doy la tarde libre —me dijo— lo que quiere decir que, a partir de este momento no estamos en horario de trabajo ¿entiendes eso?

—Claro —le dije mirándolo nerviosa y luego guardando el papel en mi bolso— pero no tenías necesidad de eso, yo estoy aquí porque quiero y ya estoy muy vieja para entender las cosas sin que me las expliquen.

—Me alegra que digas eso, me alegra que digas que sabes lo que quieres y que no eres una empleada poniéndome una trampa.

—Olvídate de eso, confía en mí que yo confío en ti. Ya ambos estamos viejos para tantas maricadas ¿no? Y si estamos aquí es porque los dos sabemos lo que queremos.

Listo. Nunca le había sido infiel a mi marido, ni siquiera había tenido el pensamiento de acostarme con otro desde el día en que me había hecho su novia, lo quería, lo respetaba y era el hombre con el que me había comprometido frente a Dios a pasar el resto de  mi vida, el resto de mi triste y resignada vida, pero todas las cagadas que me había hecho durante todos esos años se habían acumulado en mí y habían llegado a su tope cuando lo encontré esa noche. Estaba cansada de él, de sus vaciadas, de sus reproches por no tener una sirvienta mejor que yo, de sus olores, de sus berrinches y de lo poco que me hacía sentir en la cama en los últimos tiempos, ya no sentía mucho, ya no había emoción, ya solo tirábamos por cumplir con el anillo y por cumplir no me gustaba.

Me fui con Benji, pero no a almorzar, nos fuimos de una a un motel a tirar y la única condición que me puso él era que dejara mis problemas y mis limites en la puerta porque la cama iba a ser nuestro ring en donde nos íbamos a dar parejo hasta que uno de los dos pidiera piedad. Acepté.

Nunca en mi vida había gozado tanto, Benji era un maestro, pero no de escuela, era un maestro tirón que se las sabía todas y que sabía para que tenía un pito entre las  piernas. Me hizo sentir cosas que ya se me habían olvidado, me la chupo súper rico, yo sudaba de la alegría. Me hizo hacer un montón de poses que yo ni sabía que existían. Me besaba, me acariciaba, me raspaba con sus huelas, con sus labios, con toda su piel. Yo no aguante mucho esa tormenta de sentidos, ese despertar que sentía por todo el cuerpo y fui la primera en correrme ¡En correrme! Ya se me había olvidado la última vez que había tenido un orgasmo con mi marido, habían pasado como tres años desde el ultimo y jamás ¡Jamás! me había corrido dos veces en el mismo polvo, pero esa tarde fue uno, y otro, y otro y muchos más hasta que la cuenta se perdió. Era un placer tras otro el que recorría mi cuerpo haciéndolo vibrar, haciéndolo explotar, en átomos volando, yo era la heroína de mi propia independencia. La sabana era la bandera que ondeaba empelota mientras lo cabalgaba como nunca antes había montado a un hombre. Fui feliz, por primera vez en mi vida me sentí feliz tirando, me sentí plena, me gustó que me pusiera en cuatro patas y me estrellara su vientre contra mis nalgas. Me encantó sentir su verga dentro, sentir como me inundaba, como me dolía con ese dolor rico que siente una por dentro cuando las cosas van bien. Y no paramos, duramos todo el turno del motel tirando y tirando sin pensar en más. Me sorprendió que Benji no se corrió hasta el final y no porque no pudiera sino porque no quería, incluso le pregunté si estaba bien, si eso era normal y me dijo que estaba perfecto… y, la verdad, se sentía perfecto. No había conocido a un tipo –ni había escuchado de uno- que pudiera mantener una erección durante tres horas sin correrse pero disfrutando al máximo del sexo. Yo no conocía uno igual y era admirable que ese tipo aguantara tanto, y yo, en el cielo. Por fin, casi al completar el turno, Benji se corrió dentro de mí, vi luces ¡Lo juro! Vi estrellas, vi la muerte, el cielo, el paraíso, lo vi todo ¡Todo! Mis ojos quedaron en blanco y luego volví en sí, mamada, sin una fuerza y sintiendo todavía su leche caliente en mis entrañas. Que rico.

Hasta ese día no podía entender lo que mis amigas buscaban consiguiendo mozo, pero en ese momento ya sabía y las entendía perfectamente. Si ellas recibían lo mismo que yo había recibido, entonces me lamentaba por no haberlo hecho antes, cuando ellas comenzaron y haber perdido mi tiempo con ese chiste de verga que tenía mi marido.

Estábamos acostados en la cama, los dos empelotos, jadeando, sin fuerzas, sin ganas de levantarnos cuando nos avisaron por teléfono que ya se había acabado el turno y que teníamos que dejar la cama para alguien mas aunque con menos destreza que nosotros. Benji me besó, se levantó resignado, se fue al baño caminando despacito, con ese pito casi negro del esfuerzo y se duchó con la puerta del baño abierta. Yo seguía acostada, mas sorprendida de lo que había hecho y de lo que había sentido que otra cosa. No me valía el cansancio o el dolor en la cadera lo que tenía impactada era todo lo que había vivido y que nunca yo había creído que iba a poder vivir. Estaba sorprendida con mi propio rendimiento, no sabía que era capaz de aguantar tanto y de tener fuerza y ganas para estar en tantas posiciones sin cansarme. No sabía que me podía parar de cabeza ni que podía sostener el peso de un hombre solo con mis piernas. No podía creerlo. Al parecer ni siquiera yo misma sabía quien era.

Benji salió dl baño y comenzó a vestirse, me dijo que hiciera lo mismo. Con el dolor del alma y un temblor en las piernas entre cansón y delicioso, me levanté de la cama y me miré en el espejo. Estaba irreconocible, tenía el maquillaje corrido, los ojos en el culo, estaba sudando, tenía todo el cuerpo lleno de saliva, de sudor y de mi propio semen, me llegaba a las rodillas el charco en el que me había convertido, mire la sabana por curiosidad y no quedaba sabana, sino un pedazo de tela roto en pedazos y con una enorme mancha de mis flujos. Caminando despacio –ms despacio que Benji- me fui al baño, abrí la ducha y me metí bajo el chorro de agua tibia. No cerré la puerta. Jamás me había bañado con la puerta abierta, ni siquiera mi marido me había vistió desnuda mientras me bañaba, pero Benji se merecía ese premio, el premio de mostrarme tal cual como era frente a él.

Salí sin nada, apenas secándome con la toalla, pero sin cubrirme nada, ni siquiera con las manos. Busqué mi ropa que estaba toda regada por ahí, lo primero que encontré fue el brasier y me lo puse, luego encontré mis calzones al lado de la almohada, me dio un poco de vergüenza, no eran los más bonitos que tenía, ya estaban viejos y con el caucho tan gastado como las leyes públicas, pero ¿Qué podía hacer? No sabía que ese día iban a terminar por ahí en cualquier cama, no me había preparado para eso, ni siquiera esa mañana me había imaginado con mozo y revolcándome por ahí. Me los puse, me quedaban enormes, parecían de mi mamá o de mi abuela, con un esfuerzo más me llegaban a las axilas, Benji –que ya estaba vestido y mirándome- sonrió y me dijo

—Quítate eso.

—¿Qué? —contesté yo inocente

—Pues esos calzones, parecen de abuelita, además tu todavía tienes un culo digno de mostrar, no le niegues tu culo al mundo. Quítatelos.

—¿Y que me pongo?

—Nada

Y se me lanzó encima y me comenzó a besar con pasión, como nadie lo había hecho nunca conmigo y mientras me besaba me metió la mano y comenzó a quitarme los calzones. Luego se separó de mí con mis calzones en la mano.

—¿Qué vas a hacer? —le pregunté

—Los voy a dejar donde se merecen, en la basura —me dijo mientras levantaba con su pie la tapa de la caneca y mis queridos calzones caían y se iban a la basura dejándome solo buenos recuerdos por su leal compañía.

—¿Y ahora? —le dije

—Ahora nada, te vas a pelo. Y otra cosa, esas medias que traías, tampoco me gustan, bótalas.

Yo sonreí, no podía creer lo que estaba haciendo, pero le di gusto, tal vez en agradecimiento por haberme comido tan bien. Agarré las medias del piso y las boté en la caneca de la basura. Luego me puse el pantalón sin nada debajo. Jamás lo había hecho, siempre como una mujer decente me había puesto mis calzones con harta tela y mis medias como una buena señora. Me sentía súper extraña por no tener nada debajo, sentía que la cremallera y las costuras del pantalón se me metían entre las nalgas, pero en el fondo, me sentía muy bien así, me sentía libre y sin presiones.

—¿Y qué le voy a decir a mi marido cuando me vea sin calzones?

—Pues dile que tiraste como una zorra toda la tarde, que te corriste como nunca en tu vida y gozaste como nunca de una verga. Y que luego botaste los calzones porque te hacían estorbo.

—No me digas zorra —le dije

—¿Y entonces cómo?

—Llámame Angie, como los demás

—¿Angie? ¿Cómo cualquier persona? ¿No te gusta que te diga zorra, mi zorrita linda? Pues está bien, como quieras, tú te lo pierdes. Entonces, Angie ¿nos vamos?

Cuando salí iba feliz, es cierto que ya me comenzaba a doler todo el cuerpo por el ajetreo y la falta de costumbre, pero iba feliz. Tenía mojado todavía el pelo y el maquillaje lo tenía medio puesto, tuve que terminarme de maquillar en el carro. No sabía que decirle a mi marido, ni como justificar que tuviera el pelo mojado ni que caminara como si tuviera un supositorio gigante entre las nalgas. A mitad de camino, se detuvo porque vivíamos en lados distintos de la ciudad, me pasó un billete para pagar un taxi, que yo recibí sin ninguna culpa o rechazo, y me dijo:

—Mañana quiero que vayamos a bailar, nos vemos aquí en este mismo sitio a eso de las ocho de la noche, yo te confirmo la hora exacta. Ponte bonita, como eres porque eres hermosa Angie, pero te vistes como una viejita. Ponte hermosa, debes tener algo que se te vea de infarto, quiero que me dé un infarto cuando te vea y no se te olvide no ponerte calzones, me gusta que no lleves nada debajo.

Él hablaba y hablaba y yo seguía con la boca abierta, me pedía que me viera con él un miércoles a las ocho de la noche para bailar, que me pusiera de infarto y que aparte dejara los calzones en la casa ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo me iba a escapar? ¿Cómo iba a hacer todo lo que Benji me pedía? Él sonrió y me dio un largo beso. Ese beso me hizo latir el corazón de nuevo a mil, quise quitármelo todo y quedarme con él ahí pegada, pero no podía tenía que cumplir con el mundo y tenía demasiados problemas que resolver en él.

Fin del capítulo dos.

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Comentarios

  1. Excelente relato. Estamos orgullosos de Patricia esto pinta muy bien y ya estamos anhelando el siguiente capítulo

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