LEAVING LAS VEGAS, UNA ODA A LA TRISTEZA


LEAVING LAS VEGAS

ALCOHOL, SEXO Y SOLEDAD

POR: CINEWEKCO

Recordamos hoy una de las obras maestras del cine de los años noventa: Adiós a Las Vegas, de Mike Figgis, protagonizada por Nicolas Cage y Elizabeth Shue.

¿Cómo olvidar esa mano en medio de la penumbra a punto de rendirse? ¿Cómo olvidar esas sombras sobre un cuerpo inerte ya rendido? ¿Cómo olvidar las lágrimas de esa prostituta abandonada? Adiós a Las Vegas es eso: un dolor, una tristeza, un abatimiento sin tregua sobre una realidad que atormenta.

La trama es sencilla: un escritor alcohólico que vaga en el filo de un cuchillo y una mujer que alquila su cuerpo creyendo que no posee nada se encuentran para tratar de hacerse compañia. Eso todo. Por lo menos en la forma, porque en el fondo, y eso es lo más  valioso de esta  cinta, es otra historia. En el fondo no es una historia de amor, no es una historia de odio, es una historia de corazones desolados, de almas cristalizadas al fuego hasta quebrarse en millones de gotas delirantes.

Adiós a Las Vegas no es una película, es un sentimiento… y uno de los más tristes sentimientos.

Ben, el personaje de Nicolas Cage, vaga entre las luces, entre los anuncios, entre los pasillos de los licores de los supermercados, algunas veces buscando consuelo, otras veces buscando remedio y otras tantas buscando la gota que lo embriague hasta el fin. Sera, el personaje de Elizabeth Shue, vaga por ahí con tanto desanimo que ni siquiera parece  estar buscando algo, solo vive, ya no existe, ya no vale, ya no pesa en el planeta lo suficiente como para importar.

¿Hay algo que importe cuando la vida parece no tener salida?

Ambos son señalados. Ambos son despreciados. Y ambos se encuentran y se señalan, y se desprecian el uno al otro hasta entenderse, hasta lograr sonreír, una dulce, única y sincera sonrisa que sella una crucifixión cantada.

Adiós a Las Vegas plantea una pregunta hermosa: ¿Quién está equivocado, quien comete el error cuando el destino es el que juega a los dados en un tapete cubierto de sangre, lágrimas y notas de jazz adulteradas? Tal vez, y esta vez sí parece ser cierto, el culpable es el amor, la
condena es el amor y la sentencia es la soledad eterna… una soledad que solo el brillo de unos ojos condenados puede sofocar.

Esta, sin duda, es la obra maestra de Mike Figgis, que antes y después de esta película se ha dedicado más a experimentar que a otra cosa, pero aquí dio en el blanco, le apostó al número ganador, y encontró historia, intérpretes y tripas suficientes para llenar una pantalla enorme con el silencio entre sorbos y la distancia inadecuada entre los besos.

Un piano, que él mismo interpreta, acompaña esta historia y lo hace, como eso, como el pianista que a lejos mira las parejas y trata de comprenderlas con cada nota. Notas y suspiros, esa es la banda sonora de una película magistral, siempre recomendada y obligada para aquellos que dicen apreciar este arte.

Finalmente, Mike Figgis logra el sueño de Van Gogh: darlo todo y expresar un sentimiento en medio de la nada.

Mírenla. Siéntanla. Y apaguen la pantalla para quedarse en la oscuridad un momento. En esa misma oscuridad que compartieron los protagonistas hasta que el odioso crédito final apareció para acallar sus más miserables existencias.

Pero, aun hoy, sigue el piano sonando, siguen las notas de tanto en tanto taconeando. Esa es la verdadera magia del cine, aun hoy, más de veinte años después de su estreno, podemos despertar a estos dos seres y contemplarlos y asfixiarnos… y hasta sonreír junto a ellos.

¡Qué gran película! ¡Maravillosa! Y no soy el único que lo dice: en su momento, 1995, todos lo dijeron. Y Nicolas Cage se ganó el Oscar a mejor actor y Elizabeth Shue estuvo nominada a mejor actriz. Y Mike Figigs estuvo nominado al mejor director. Y ganó en San Sebastián y en Los ángeles y en los Independet Spirit y en muchas otras partes. Merecido cada uno de esos premios, por supuesto.

Adiós a Las Vegas es un hermoso legado de ese maravilloso cine de los noventa, un cine con argumentos, con pantalones, atrevido y grosero, tan grosero que se mete en el corazón y no lo deja latir igual después de contemplarlo.

Una nota. Una gota. Un beso. Una eterna soledad para evitarlo.

Que tristeza… que hermosa tristeza.

Hay que mirarla.


Por: cineweekco.



Para verla:


  


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