TERCERA PARTE: EL EXTRAÑO CASO DE UN ESTILISTA MUERTO
EL EXTRAÑO CASO DE UN
ESTILISTA MUERTO
POR: SIR RICHARD EL
ATEMBADO ©
TERCERA PARTE
Doy las gracias a La
colcha, parche parlanchín y a todos ustedes que, por supuesto, también son
parte de esta colcha en la que todos nos cubrimos.
TERCERA PARTE
En la pacto con la fiscalía general, Román Castillo confesó haber
sido solo el responsable de la modificación mortal que le hizo a la caldera
para que estallara por su propia presión, con lo cual él solo había sido el
autor material de un crimen. También confesó haber recibido una buena suma de
dinero para perpetrar el infame incidente, una suma de dinero, como él dijo
“buena”, pero no suficiente como para hacerlo guardar el secreto y no desvelar
todo a cambio de rebajar la condena como lo hizo en ese instante.
El plan era sencillo: seguir a Brian con sigilo hasta el bar,
llamar su atención, separarlo de sus amigos, seducirlo y convencerlo para que
dejara todo lo que estaba haciendo y se fueran solos al salón de belleza, tenía
que ser en el salón porque allí estaba la caldera y el procedimiento adecuado
para que estallara y pareciera un accidente. Eso era todo, luego de manipular
la caldera, moviendo botones y manijas, lo único que tenía que hacer era dejar
a Brian con alguna excusa y salir corriendo del lugar, asegurándose de que nuestro
amigo no pudiera salir, así se hubiera dado cuenta de la situación en su
contra.
Tal cual estaba planeado y tal cual ejecutó el plan. Sedujo a
Brian dentro del bar y lo sacó con la excusa de fumar un cigarrillo a solas y
luego lo convenció para ir al salón solos. Ya en el salón, tuvieron relaciones
sexuales por espacio de casi una hora. Luego bailaron y juguetearon entre ellos
hasta que Brian fue al baño por un momento, ese fue el momento en el que Román
alteró los reglajes de la caldera y luego, con la excusa de salir a comprar más
trago para seguir la fiesta, salió del salón y aseguró por fuera la reja, de
tal forma que Brian no pudo salir, aunque los forenses coincidieron en afirmar
que Brian nunca supo que su muerte estaba justo frente a él. Luego Román salió
caminando rápido y volteando la esquina corrió y corrió hasta estar muy lejos
del lugar, tan lejos, que ni siquiera escuchó el fatídico estallido que causó
la muerte de su último amante. Tal como se lo prometieron, le dieron su paga y
él siguió con su vida casi como si nada hubiera pasado porque la sonrisa de
Brian entre sus ojos lo atormentó para siempre, aun hoy llora cuando la
recuerda.
Pero ¿Quién le había pagado a Román para cometer el crimen?
Pues un tipo, dueño de un montón de establecimientos comerciales en las que a su alrededor giraba la vida entera
de toda la comunidad gay de la zona, un tal señor llamado Ismael Rengifo. ¿Las
causas? Increíbles y, hasta este momento, secretas.
La captura de Ismael se dio apenas días después de la
confesión de Román y se produjo mientras estaba en medio de una de sus “fiestas
animadas” rodeado de jóvenes desnudos, drogados y alcoholizados hasta la inconsciencia,
mientras él y sus tres socios reían y disfrutaban del espectacular show que
ellos mismos habían montado, patrocinado y promovido.
Las autoridades descubrieron que Ismael era el dueño de los veinte
bares y discotecas de temática gay más grandes de la zona. De hecho, había sido
uno de los fundadores de dichos bares en la ciudad y era muy conocido y popular
entre sus clientes. Pero ¿Qué relación tenía Ismael con el difunto Brian? ¿Eran
amantes? Pues sí y no. Vamos a ver, nuestro amigo Brian si había sostenido una
relación sentimental o, mejor, pasional con el gordo Ismael, pero al principio,
por allá cuando Brian tenía unos veinticinco años porque después se había
convertido en una relación forzada, fingida y casi dominante porque Brian le
debía mucha plata a Ismael y no lo soltó hasta que saldo su deuda o, mas o
menos eso.
Se supo también que Ismael había sido la persona que le había
dado el dinero a Brian para que montara
su salón de belleza tal y como Brian lo había soñado siempre, aunque era obvio
que dicha ayuda también estaba manchada por el sexo, la corrupción y las malas
intenciones. Entonces ¿Ismael había ordenado matar a Brian por plata? Sí y no.
No porque la plata que le debía Brian no significaba mucho para un pez tan gordo
como Ismael. Si, porque los secretos que poseía Brian, de ser revelados,
acabarían con el imperio que Ismael y sus socios habían construido alrededor de
la industria estética gay del barrio y de la ciudad.
En realidad la plata de Brian a Ismael no le importaba, se
podía decir que la plata de ninguno de sus deudores le importaba, lo que si realmente
le importaba era el vicio y el placer, el placer de ver a sus muchachos caer en
el vicio. Un vicio y un placer que él mismo le había colocado frente a los ojos
a cada uno de ellos y que había hurgado en cada muchacho hasta encontrar el punto
débil y hallar su destrucción. El tipo era de esos que levantaban la bandera
multicolor para que muchos se acercaran como un anzuelo y, allí estando cerca, los
masacraba con mayor precisión.
Ese era su real motivo, su real placer y la verdadera razón
por la que Brian y mucho otros jóvenes como nuestro amigo estilista murieron
jugando con la candela y con un hierro candente e infeccioso que latigaba Ismael
en nombre la libertad y el orgullo de ser lo que eran.
Para entender bien el crimen de Brian, primero tenemos que entender
la vida de Brian y no solo la de él sino la de miles de jóvenes que siguen sus
pasos y que terminan igual o peor que él porque, a esas alturas y después de
haber visto lo que he visto, es preferible la muerte a quedar postrado en una
cama agonizando, en una esquina a la espera de un cliente despreciado o en
alguna calle cubierto por cartones y con el mugre de toda una vida de errores marchitando
sus almas. Existen cientos, miles de jóvenes que caen en las redes de tipos
como Ismael y sus socios, tan poderosos que son intocables y que enredan a
estos jóvenes en unos vicios insalvables y que –en nombre de la diversión- empeñan
sus vidas y sus verdades al peor de los postores.
Brian había nacido (como ya dije) en una familia humilde, un
padre que era un machista férreo que no conocía mas mundo que su palustre y su
madre que era una rezandera de rosario abnegada que no pisaba fuerte de pensar
en no ofender a Dios. Brian, como muchos
jóvenes se sintió atraído por la alegría, por los colores estridentes, por la
vida nocturna que opacaba los defectos y resaltaba las cualidades falsas, por
la rebelión de la carne, por la curiosidad de lo prohibido y por las tendencias
sociales que se marcaban su entorno. A los quince años –según pude investigar
porque han de saber que hice mi trabajo lo mejor que pude-, Brian besó por
primera vez a un hombre, un compañero de su colegio que cursaba dos grados más
que él y que, por supuesto, también era mucho mas recorrido en el ambiente que
el inocente Brian apenas tocaba. Al principio y según contaron sus amigos,
Brian se rehusó a aceptar su condición homosexual, le fue difícil admitir su
realidad en medio de una familia estricta y de unas costumbres más estrictas
que su propia conciencia. Pero fue gracias a su compañero de colegio y a los
amigos de este que Brian comenzó a entender que no era un delito ser gay, que había
un espacio para personas que sentían lo mismo que él y que, por nada del mundo,
podía sentirse avergonzado de lo que realmente era y sentía.
Por fortuna para él, encontró un sitio en el que podía
reunirse con los suyos sin ser señalado, un salón de belleza llamado “Ferrari”
atendido por un hombre como el que terminó siendo nuestro amigo. Allí pasó los
primeros años y las primeras experiencias de su nueva vida, tuvo allí su primer
novio oficial y el segundo y el tercero y su alegría comenzaba a ir en
incremento constante hacia la cumbre más alta del sueño humano. Allí también,
antes de tener su edad legal, probó la bebida, el alcohol en exceso, aprendió a
fumar y fue testigo de cómo sus amigos se transformaban en seres de luz apenas
consumían drogas y de cómo sus narices necesitadas eran incapaces de distinguir
entre el talco para bebes y el vicio verdadero.
Según sus amigos más cercanos, Brian no consumió drogas hasta
la edad de veinte años, seguramente tardó su decisión, llevado por la
abnegación de su mamá, la prohibición de su papá o la condena de un Cristo que
le apuntaba con su mirada cada vez que se lo encontraba por ahí plasmado. Pero a eso de los veinte su
curiosidad pudo más y las drogas, en especial la cocaína, la rumba, la noche y
el sexo se hicieron compañeros permanentes de su alcoba y de su pasión.
No solo ya frecuentaba esos sitios pertenecientes a Ismael sino
que, al igual que el resto, se adueñó de esos sitios y los hizo el centro de su
vida social y sentimental. Los mismos bares, las mismas discotecas, los mismos
proveedores, los mismos expendedores y el mismo grupo de amigos que se repartían
entre ellos la carne y los deseos con la misma equidad con la que la justicia los
veía a todos.
Todo marchaba perfecto hasta que su alegría comenzó a
flaquear por culpa –como no- del asqueroso dinero, Brian se había convertido en
otra víctima subyugada del papel moneda. No era para menos, el costo de su
ritmo de vida y de su alegría sobrepasaba con creces lo que podía conseguir en
su oficio de todero, como mesero, como repartidor de volantes, como cajero de
una tienda de ropa o cualquier otro trabajo que le saliera y que no fuera de
fuerza, de todo hizo Brian por ese entonces, pero por más esfuerzo que hizo, no
le alcanzó para cubrir los gastos estruendosos que tenía.
El dueño de “Ferrari” el salón de confianza, de donde Brian
no salía, le sirvió de mentor en el oficio de la peluquería y la estética, le
enseñó todo lo que sabía a cambio de unas noches de calor inocentes que Brian
le proporcionó con una agradable aceptación. En ese oficio fue en el que Brian
encontró la parte faltante en su ecuación de felicidad. Eso era lo que lo hacía
sentir bien, se sentía como un artista, como parte del glamuroso mundo de la
belleza y con las ganas suficientes para conquistar el mundo. Pero ahí también
fue donde conoció a Ismael Rengifo. Resultó que Ismael le había ayudado al
dueño de “Ferrari” a montar su propio negocio y su propio sueño de tener un
salón de belleza antes de los cuarenta, que era la edad en el gremio en donde
se quedaban solos y desechados por los jóvenes que recién llegaban a cumplir
las experiencias sexuales que ellos no habían podido.
A medida que el tiempo avanzaba la relación de Brian con Ismael
fue creciendo y se fueron acercando hasta que llegó la noche en la que
terminaron juntos en la misma cama. Él comenzó a halagarlo y a privilegiarlo en su mundo mientras Brian
cada vez más y, sin darse cuenta, se iba hundiendo entre sus garras disfrazadas
de flores de colores. Junto a Ismael, Brian no conoció límites, aunque a ojos
del mundo no tenían más que una bonita amistad, en el círculo cercano veían a
Brian como el preferido y el que estaba dispuesto a todo con tal de complacer a
Ismael. Como uno de sus amigos dijo: “Iba levitando para todas partes y no
miraba a nadie desde la nube en la que estaba”. Así era, en esos años Brian no creía
en nadie y el ambiente tan pesado en el que estaba, la necesidad de experimentar
sin encontrar límites razonables, la rumba mas intensa, el sexo mas promiscuo,
las drogas más fuertes y el aire más sofocado, llevaron a Brian a tomar malas
decisiones que terminaron con su cabeza contra la reja aquella noche.
Brian comenzó a conocer a los socios de Ismael, a conocer los
pormenores del negocio, a conocer como decía El Marqués de Sade: las prosperidades del vicio, pero lo
hizo sin importarle nada, sin ataduras en su conciencia, sin remordimientos,
sin mirar a los lados, solo entregado a él mismo. A los 25 años Brian ya lo
había experimentado todo y, justamente, ese fue su crimen. Como dije, Brian estaba
en su nube, pero no era consciente de que las nubes desaparecen cuando la
lluvia merma y que unas nubes más grandes y oscuras son las que se consumen
todo el aire que las más débiles cargan.
Ismael comenzó a preferir a otros por encima de Brian, ya no
le interesaba tanto porque Brian ya no le ofrecía nada nuevo mientras a su lado
tenia siempre carne fresca dispuesta a complacerlo a cambio de poco. Brian ya
se veía viejo, se le comenzaban a notar las líneas de expresión en su rostro y habían
pieles más finas que Ismael y sus socios podían acariciar sin detenerse. Sin
embargo, Brian seguía gastando y gastando plata, pasándola bien sin mirar nunca
la factura o el estado de su cuenta sobre la mesa. Cuando se dio cuenta, en
alguna pelea pasajera con Ismael, debía demasiado, debía esta vida y pedazo de
su paraíso o de su infierno.
Al principio del despertar, Ismael no dijo nada porque, sencillamente,
no tenía nada que decir, ese era su negocio: su negocio consistía en apalancar
la felicidad de sus muchachos para, cuando ellos cayeran, caerles encima y
cobrarles todo lo que les había prestado. Eso les pasaba a la mayoría y Brian
no fue la excepción. Como un estratega del terror, Ismael esperaba con paciencia
a que sus jóvenes amantes cayeran en
desgracia para cobrarles por todo lo que les había prestado y que, ellos
creían, eran parte de su idílico romance. Les sacaba en cara hasta el último
peso prestado en una deuda imposible de pagar. Los muchachos quedaban
encerrados por esas maromas y por las amenazas constantes, pero sobretodo
quedaban amarrados por la ansiedad propia que ya hacia parte de sus cuerpos por
el vicio, las drogas, el sexo o el alcohol que solo Ismael les proporcionaba al
fiado.
Sin saberlo, todos se encontraban en el mismo sitio, en el
mismo agujero sin fondo del que no había escapatoria decente. Ismael ya les había
tatuado el alma con un fierro caliente y esa marca y su respectiva condena no
se la podían borrar con nada. ¿Qué podían hacer esos miles de muchachos? ¿Qué
pudo hacer Brian? Pagar con lo único que realmente poseía: con su cuerpo. La
salida para él y para todos fue la prostitución, debían entregarse a Ismael y a
sus socios por completo, aceptar todas sus vejaciones, cumplir con todas sus órdenes
y debitar –si él quería- parte de sus dolorosas deudas con lágrimas y sufrimiento.
Brian pasó entonces de ser el amante ocasional de Ismael a
ser miembro del deshonroso equipo de muchachos en alquiler que Ismael ofrecía
en sus propios bares y entre algunas sociedades mejor posicionadas en donde
podían jugar con la integridad de estos jóvenes sin que nadie les pudiera decir
nada. Brian era un eslabón en la cadena de proxenetismo de Ismael, pero no podía
hacer nada para zafarse porque él ya lo había atrapado con la droga, la rumba y
las luces estridentes. De ahí en adelante cuando Ismael lo llamaba –cosa
constante- no era porque quisiera estar con él sino porque le había conseguido
uno o varios clientes para que pasaran sus ratos con él a cambio del ochenta
por ciento de la tarifa pactada. A Brian le dejaba solo miserias, lo suficiente
para pagar el arriendo, la comida y el vicio que ya no podía dejar. A ese
ritmo, como era de esperarse, la deuda no bajó, al contrario, aumentó porque
era más lo que necesitaba Brian para soportar esas extensas y dolorosas
jornadas de lujuria que lo que recibía a cambio.
Pasaron cinco años en los que Brian se sometió a todo sin
poder decir que no. Tocó los pisos más brillantes de la ciudad pero con su lengua.
Se rodeó de las personas más prestigiosas de este país pero siempre desnudo,
como les gustaba a ellos. Saboreó a empresarios y besó a sus socios extranjeros.
Conoció los mejores restaurantes pero en calidad de esclavo sin comida, viendo
como otros comían por él. Pero de repente, todo eso acabó, no lo volvieron a
llamar ¿Fue buena o mala noticia? La peor de todas porque sin llamadas de Ismael
no quedaba la mínima posibilidad de eliminar la deuda. ¿Por qué no lo llamó más
Ismael? Sencillo, porque el tiempo se le acabó. Aquellos que conocen algo de la
industria sexual saben que las personas que se prostituyen tienen una fecha límite,
se les trata como si fueran algún producto en el supermercado con fecha de vencimiento
y si esa fecha se cumple y ese producto no se compra, entonces… se desecha.
A los treinta años Brian ya era muy viejo para el oficio, ya estaba
gastado, ya no era apreciado por nadie ni le pagaban lo que se acostumbraba, de
hecho, ya nadie le pagaba, apenas asistía como relleno, como encime de una
promoción que nadie buscaba. Lo dejaron de llamar, de agendar, lo olvidaron por
completo. Hasta que un día Ismael, que no había olvidado su deuda, lo llamó
para proponerle una nueva forma de
cancelar todo y quedar libre para siempre ¿Qué le propuso Ismael a Brian para
cancelar su deuda? ¿Qué tenía que ver todo eso con su muerte? Eso lo explicaré
la próxima semana cuando lleguemos a la conclusión final de esta historia y
sepamos ¿Por qué mataron a Brian? ¿Cuáles fueron las verdaderas razones? ¿Quiénes
fueron los culpables de ese y otros homicidios como ese? ¿Por qué nadie hizo
justicia? Eso lo sabremos la próxima semana, hasta entonces feliz semana.
LEER:
EL EXTRAÑO CASO DE UN ESTILISTA MUERTO. PARTE O2
EL EXTRAÑO CASO DE UN ESTILISTA MUERTO. PARTE O1
http://lacolchaparcheparlanchin.blogspot.com/2017/06/el-extrano-caso-de-un-estilista-muerto.html
Excelente narración la de este autor, se nota su pericia. Los felicito.
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