TERCERA PARTE DEL RELATO DE UNA ESPOSA INFIEL
RELATO DE UNA ESPOSA
INFIEL
POR: PATRICIA KAMINSKI
©
CAPITULO 3
Gracias a todos, la verdad es increíble todo lo que está
pasando con este relato, es el más leído en La
colcha, parche parlanchín. Las cifras son impresionantes y lo que más me
alegra es que representa la libertad y la expresión de nuestro manifiesto.
Definitivamente fue muy bueno unirme a la colcha, en otra parte no podría
escribir lo mismo que aquí y sin tantas presiones o sonrisas fingidas. Aquí
somos lo que somos… solo eso y nada más. Los quiero a todos.
CAPÍTULO TRES
Todo el camino lo seguí pensando. Era imposible ¿Cómo podía
hacerlo? ¿Cómo salir de mi casa a las ocho de la noche, antes incluso? ¿Y mi
marido? ¿Y mis hijos? Me fui pensando en que debía hacer, si sí era lo que quería
o no o sobre el plan para escaparme mientras mi marido cuidaba a los niños, se
me ocurrieron mil cosas, pero lo peor fue que nunca se me ocurrió enfrentar a
Benji y decirle que no, dejarlo para siempre y volver con mi familia.
Llegué a mi casa casi a la hora normal porque suelo llegar a
eso de las seis, y esa noche llegué a las siete y saqué la excusa de un enrome
trancón en la autopista porque un bus había atropellado a una viejita y la noticia
iba a salir en el noticiero. Mi marido se quedó mirándome de arriba a abajo, yo
casi me muero porque pensé que olía el jabón chiquito y el semen que todavía tenía
por todo el cuerpo impregnado como una fragancia eterna, pero no, era otra cosa
lo que buscaba.
—Te veo extraña —me dijo
De una me acordé que tenía el pelo sin arreglar, ya se me había
secado, pero parecía recién bañado.
—ah, ¿lo dices por el pelo? —le dije
disimulada— lo que pasa es que esta mañana me dolía la cabeza y no me peine.
—me pareció haberte visto peinándote —me
dijo
—pues no querido, seria ayer o antier
porque esta mañana ni siquiera nos vimos ¿te acuerdas?
Él se quedó en silencio. Era mentira, esa mañana si nos habíamos
visto, pero a él no le interesaba meterse en esas discusiones triviales, y a mí
tampoco. Por fortuna, uno de mis hijos se botó sobre mí y comenzó a jugar
conmigo mientras mi marido comenzaba el discurso inmamable de todas las
güevonadas que había hecho durante el día. No me acuerdo cuales, pero ninguna
importante, todas tan triviales como él. Pasó la cena y yo no encontraba el
momento adecuado para decirle que me iba de fiesta con mi mozo. Llegó la hora
de dormir y me acordé que no llevaba nada por debajo del pantalón y que ahí si
se iba a dar cuenta de todo porque yo podía dejar la dignidad pero los calzones
no y si esa noche notaba que no llevaba nada, todo se iba a ir a la mismísima
mierda. Comencé a buscar la forma de meterme en el baño, pero fue imposible, me
seguía el uno, el otro, como todos los días y no me dejaban ni orinar a solas.
Por fin logré meterme unos calzones en el bolsillo y meterme al baño con la
excusa de vomitar por la novela que estábamos viendo.
—Mañana voy a llegar tarde, tengo una
reunión
—¿Otra? —me contestó por decir algo
porque en realidad estaba concentrado en el escote de la zorra de la
presentadora, disimulando como todos, que veían la tragedia de los niños con
hambre cuando lo único que querían era quitarse el hambre haciéndole un niño a
la vieja esa.
—Sí, pero esta no es de la oficina,
es del sindicato. Tú ya sabes, el gobierno quiere echarnos a todos y toca
pelear, tú sabes
—¿Y a qué horas es?
—A las siete
—¿A las siete? ¿Y por qué tan tarde?
—Eso es lo mismo que yo me pregunto
¿Por qué tan tarde? Si lo que hay que hacer se puede a cualquier hora, sobre
todo con el ánimo que hay, pero ya vez, dijeron a las siete, bueno en realidad
es a las seis, pero tú sabes cómo se demoran ellos.
—¿Y es necesario que vayas?
—Pues yo creo que sí, porque van a hablar
de los nuestros cargos, de los sueldos, de los aumentos y esas cosas
—¿Y será que si les aumentan?
—Algo tendrá que crecer ¿no? Pero hay
que pelear para que crezca y crezca y por eso tengo que ir mañana.
—¿Quieres que te lleve?
—¡NO! ¿Y quién se va a quedar con los
niños?
—ah, verdad, los niños
Silenció, salió la vieja de la farándula y él se quedó
empendejado con ella, bendita sea, con mucho disimulo me di la vuelta para que,
cuando él volviera a reaccionar, yo ya me hiciera la dormida. Así pasó, cuando
me quiso preguntar algo yo ya tenía los ojos cerrados y él no dijo nada más. Pensé
que con toda esa cantidad de problemas que me habían surgido en un solo día no
iba a poder dormir, pero estaba tan cansada de lo bien atendida que me había dejado
Benji que dormí como hacía tiempo no lo hacía, de una sola, sin despertarme y
sin pensar en nada más.
Al otro día me levanté, me bañé y me vestí con la única tanga
que tenía en el cajón y que me había comprado como tres años atrás para un
aniversario que, por supuesto, no salió como esperaba. Me maquillé un poco más
de lo normal y me planché el pelo en la casa a punta de cepillo, me demoré pero
creí que había quedado bien. Ahora quedaba eso de “ben linda” ¿Qué significaría
eso? Pensaba que, obvio no se refería a la belleza interior ni a esas
güevonadas, sino que quería decir linda de esencia, de cuerpo. Me comenzaba a preocupar,
yo no estaba mal de cuerpo, trataba de cuidarme, pero ya no estaba tan joven ni
tenía la carne tan dura como cuando tenía quince. 98 – 71 – 103, esas eran mis
medidas, después de dos hijos y de casi veinte años sentada en un escritorio,
me parecían razonables, aunque siempre insuficientes para lo que dicta el
mercado. En eso me acordé que antes de salir del motel Benji me había llamado
zorra lo que, atando cabos, quería decir que eso de bien linda era salir medio empelota
a la calle, pero yo no tenía ropa de medio empelota, tenía ropa de señora
decente, de doctora sin doctorado, de secretaria con clase. En conclusión, ropa
de puta no tenía, tenía la ropa de la mujer madura de 38 años que era y que ya
no me quedaba otra salida que ser… hasta que caí con Benji. Se me escapó un profundo
suspiro frente a mi armario, no había otra opción: tenía que comprar ropa esa
tarde.
Todo el día me la pasé pensando en eso, no pude almorzar de
pensar en que me engordara de repente y no cupiera en ningún vestido. A las cuatro
de la tarde terminó mi turno y salí disparada al centro comercial. Pasaba y
pasaba vitrinas buscando ropa de zorra pero nada me gustaba o era muy chiquito
o seguía siendo ropa de abuela demacrada. Fue toda una odisea ¡Que camello preguntar
por ropa chiquita de polvo fácil cuando una tiene cara de ama de casa! Por fin
me compré una blusa azul oscura que me daba a media pierna, unas medias con
corbatines diseñados a los lados y unos zapatos negros de tacón de aguja de
diez centímetros de alto que en mi vida había soñado comprar, que nunca había
usado antes, pero que habían sido lo único que me había parecido sexy y decente
para salir a la calle a plena noche. Eso sí, todo carísimo porque –y no
entiendo eso- pero entre más chiquita es la ropa es más cara, de hecho quería comprarme
un conjunto de lencería divino que me había gustado, pero costaba demasiado y
ni mis ganas de follar duro no me alcanzaban para cubrir esos precios que ya se
colaban en mi conciencia. Miré el reloj y me di cuenta que eran casi las siete
y de ahí al lugar de la cita me gastaba en taxi casi una hora, lo que quería
decir que ya estaba atrasada.
Corrí al primer baño, me empeloté completa, dejándome solo el
brasier (cosa que nunca había hecho antes en un centro comercial) y me puse la
ropa nueva, guardando la ropa de señora en las bolsas, rompiendo las etiquetas
con los dientes y tirando los precios por el sanitario para que nadie se diera
cuenta de mi estupidez y del control que ejercía mi vagina en mí. Cuando salí
ni me conocía, de repente era alguien mas, alguien que yo conocía de lejos,
pero no de cerca, incluso físicamente me veía cambiada, estaba mas alta por los
tacones, mi pelo tenía más caída y brillaba más, como que me veía más delgada,
las medias se me veían de infarto, me veía más pechugona, como si mes las
hubieran inflado con aire. Me sorprendí, de repente me vi pero diez años atrás,
había rejuvenecido, como que tenía otra apariencia y otra actitud, me sentía más
libre, más linda, más descarada y me gustaba sentirme así. Mire el reloj, las
siete y media, Benji me iba a matar.
Salí corriendo del centro comercial con las bolsas en la
mano, las personas me miraban con curiosidad aunque creo que era más por mi
pinta sensual que por ver a una vieja histérica corriendo entre las promociones
y los descuentos. Eso no me importaba, no me importaba si llamaba la atención de
otros hombres o de todos los seres del planeta, no me importaba si me veían
conocidos o desconocidos que después le llevarían el chisme a mi marido, lo único que me importaba era llegar
a tiempo para poder tirar con Benji como la última vez, hasta sentirme muerta y
resucitada, como la última vez. Agarré el primer taxi que encontré y le pagué
el doble por llevarme a mi cita a tiempo.
Llegué al sitio pero no vi a Benji por ninguna parte. Casi me
pongo a llorar de la tristeza por haber perdido mi oportunidad. Lo primero que
hice al bajarme del taxi fue buscar mi teléfono y llamarlo, pero no me contestó.
Eran las ocho y diez, pensé que era injusto que no me hubiera esperado diez
minutos, solo diez minuticos que se los podía reponer con una buena mamada. Volví
a llamarlo, nada, no me contestó. Mi corazón latía desesperado sin saber qué
hacer, estaba perdida y defraudada, con ganas de mandar esos paquetes a la
mierda porque por culpa de esas bolsas había perdido la aventura de mi vida.
Eran las ocho y quince y yo seguía parada allí esperando a la nada cuando, de
pronto, se apareció una camioneta roja y se parqueó frente a mí. Me asusté,
pensé que me iban a secuestrar, a violar o algo así, pero no, la ventana del
pasajero se bajó y apareció Benji y su carota sonriendo.
—Sube —me dijo.
Yo subí sin chistar, también sonriendo aliviada, apenas él me
abrió la puerta.
—Perdona el retraso, pero había un
trancón tremendo, un bus atropelló a un tipo, lo dejó vuelto mierda, aunque
parecía ser del sindicato porque llevaba una gorra con ese escudo estúpido que
ustedes usan.
—¿No te gusta el sindicato?
—¿Quieres hablar de política?
—No, claro que no —le dije sonriendo.
Él se me acercó y me dio un beso en la boca como solo él sabía
hacerlo, mientras me besaba me mandó la mano bajo la blusa, yo me traté de
tapar porque el conductor podía vernos, pero Benji me estaba encendiendo y yo
estaba a punto de entregar las armas y mostrarle mi coño limpio y sin calzones
a quien quisiera verlo.
—Así me gusta, Angie, que seas
obediente —me dijo cerciorándose de que no llevaba calzones— además, te ves muy
bien así, ah, como serían las cosas si tú misma pudieras desearte como te deseo
hoy.
Yo sonreí, tragué saliva y me sonroje pensando que el conductor
había podido escuchar eso. Pero la vergüenza me la consumió otro buen beso y
una charla amena hasta llegar a nuestro destino. Benji me contó que había
alquilado ese carro porque quería llevarme a bailar y que quería desordenarse
conmigo esa noche y que, por supuesto, no quería manejar ni atropellar a nadie inocente,
aparte de nuestras familias, claro.
—Vamos a cenar primero, tengo hambre
y necesito fuerzas para esta noche —me dijo
Fuimos a un restaurante y cenamos algo liviano mientras veía
como los tipos alrededor me miraban y envidiaban a Benji. Eso le gustaba a él y
a mí también. Mi marido llamaba cada media hora y cada media hora yo le daba
una excusa que parecía contentarlo. A eso de las diez de la noche nos fuimos a
una discoteca. Apenas entramos Benji pidió una mesa y una botella de ron. El
sitio no estaba lleno, pero tampoco estaba vacío como yo pensaba, mucha gente
salía de rumba un miércoles, eso me sorprendía porque yo que ni siquiera salía
de rumba los viernes, ni los sábados ni en vacaciones, ni es semana santa, ni
nunca.
Yo no estaba acostumbrada a tomar, pero esa noche, entre
baile y baile, entre beso y beso, entre caricia y caricia, nos tomamos dos
botellas de ron entre los dos. La pasé delicioso, baile por los once años que
no había bailado con mi marido. Me sentía alegre, me sentía motivada, llena de
energía. No me importaba andar con zapatos altísimos, ni que la blusa se me
subiera demasiado, ni que los demás tipos me vieran más que a sus novias o a sus
amantes. Nada de eso, yo estaba allí con Benji, con el hombre con el que la
estaba pasando bien y solo eso me importaba. A eso de las doce mi teléfono dejó
de sonar, al parecer mi marido se había cansado de mandar mensajes preguntando
por mi existencia; pensé en una de dos: o ya sabía que me la estaba pasando
rico con algún mozo que me había conseguido o ya se había dormido, de cualquier
forma, nada de eso me importaba.
Como a eso de las dos de la mañana por fin nos cansamos, por
fin me comenzaron a doler los talones por el talle de los tacones. De una Benji
pagó y nos fuimos a un motel a terminar la noche. Apenas llegamos al cuarto, me
mandé la mano bajó la blusa, la subí y me la quite por completo, luego me quité
el brasier y quedé solo con los zapatos y las medias puestas. Benji se encendió,
me abrazó, me besó, me atrapó contra una pared
y me rompió las medias para poder tocar mi coño caliente. No sé de dónde
sacó las fuerzas, pero me dio con todo. Fue salvaje, brutal, se comportó como
un cavernícola, pero como uno de esos que sabían someter a una mujer hasta provocarle
un orgasmo. Y yo, como una manguera, chorro tras chorro, sintiendo en cada célula
de mi cuerpo el placer y la lujuria más grande que jamás había sentido. De
nuevo lo hicimos en muchas posiciones y de nuevo sentí en cada una las ventajas
de ser libre, de vivir entre la excitación y el deseo. Duramos un muy buen rato
así, dándonos parejo. Yo encima de él, él encima mío, en fin. Ya estaba
sudando, ya sentía que me dolían las piernas, los huesos de la cadera y la mandíbula
de tanto mamársela cuando, de repente, comenzó a bombear con toda su fuerza y
con un enorme gritó se corrió dentro de mi… y yo, de nuevo, morí. Lo vi todo. El
cielo y el infierno y yo en la mitad con las piernas abiertas. Fue único, como
nunca, como yo me lo merecía, como lo había soñado desde que había nacido.
Como seria la fuerza de su descarga que a Benji se le fueron
las luces y tuvo que tomar agua para poder recobrar el conocimiento. Como a los
diez minutos comenzó a respirar tranquilo de nuevo y yo también porque no
quería perder por nada del mundo el placer que ese sujeto me proporcionaba. Lo abracé
y lo besé. Nos quedamos así, abrazados, desnudos y jadeando un buen rato más,
hasta que a los dos con cogió el sueño y nos quedamos dormidos sin necesidad de
cubrirnos con ninguna sabana.
De pronto, sentí que me empujaban. Medio abrí los ojos y me
di cuenta que era Benji.
—Vístete Angie, que tienes que llegar
a tú casa antes de que amanezca
—¿Qué horas son? —le pregunté aun
aturdida
—Son casi las cinco
Eso sí me despertó. Mi marido y yo casi siempre son despertábamos
a las cinco y media para alistarnos y alistar a los niños para el colegio, eso
apenas me daba más de media hora para llegar a mi casa y hacer como si nada
pasara, solo que llegaba oliendo a trago, a sudor y a sexo como nunca en mi
vida y que llegaba vestida como una zorra y no como una señora y que no llevaba
calzones y que caminaba como un pingüino violado y que no me parecía en nada a
la mujer que había salido por la puerta esa mañana, del resto podía disimular. Me
levanté y comencé a buscar mi ropa, solo me quedaba la blusa porque las medias
las había roto Benji y el brasier no lo encontré por ninguna parte. Fui a
bañarme, a quitarme toda esa mezcla que cubría mi piel, pero Benji me dijo:
—Yo no te dije que te bañaras, te
dije que te vistieras.
—Pero me tengo que bañar —le contesté—
mira como estoy y no quiero llegar oliendo a follada a mi casa
—Pues eso es exactamente lo que yo quiero
—me dijo acercándose y dándome un beso sobre mi senos desnudos— quiero que tu
marido te huela y que se dé cuenta que tuviste una verga de verdad dentro de
ti, que gozaste y que pierdes la razón por gozar mas.
Yo me quedé mirándolo, me estaba desafiando, pero tenía razón.
Eso era lo que yo quería. Me separé de él y me puse la blusa sin nada debajo,
luego los zapatos y listo, con las piernas aún mojadas por el semen de ambos
bajamos al sótano, en donde la camioneta aun nos estaba esperando. Esta vez me
subí sin detenerme a pensar que el conductor se diera cuenta que no llevaba
nada y que lo único que me cubría era esa blusa y mi más deseable perversión.
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