SEGUNDA PARTE DE "EL EXTRAÑO CASO DEL ESTILISTA MUERTO"
EL EXTRAÑO CASO DE UN
ESTILISTA MUERTO
POR: SIR RICHARD EL
ATEMBADO ©
SEGUNDA PARTE
Doy las gracias a La colcha, parche parlanchín y a todos ustedes
que, por supuesto, también son parte de todo este movimiento artístico.
Seguimos,
Segunda parte
Las exequias de Brian fueron multitudinarias por decir poco. Asistí
en mi calidad de periodista pero fui incapaz de no involucrarme de alguna forma
en toda esa algarabía y esos canticos amistosos de despedida hacia nuestro
estilista.
La verdad es que no conté persona por persona, pero a ojo de
buen cristiano habría más de mil personas en la iglesia, de hecho, ni siquiera
todas pudieron entrar y fueron muchas las que se tuvieron que quedar extra
puerta, rezando desde muy lejos por su amigo. Cosa increíble para un joven que
parecía cualquiera y mucho más sorprende si tenemos en cuenta el hecho de que
era un lunes en la tarde, el día en el que después tanto papeleo y tramite
pudieron hacer las ceremonias debidas del difunto.
Por supuesto las exequias duraron más de lo habitual, debido
en gran parte a los discursos de despedida y a los homenajes característicos de
su comunidad que el sacerdote soportó con mucha tolerancia, respeto y rosario
puro.
Aun así el dilema de la tarde no era la duración de la
ceremonia, el dilema para mí era que –aun teniendo Brian tantos amigos- ¿Por
qué había muerto solo? ¿Por qué, de repente, todos sus conocidos habían
desaparecido esa noche? Y también me preguntaba si alguno de todos los
presentes era el dueño de las manchas de semen encontradas en la ropa del
estilista. Me imaginé que, al contrario de lo que se pudiera pensar, la persona
que había acompañado a Brian esa noche no se encontraba allí, el remordimiento
y el peso de conciencia lo estarían devorando tanto que no se aparecería en las
exequias de su ultimo amante y se devoraría toda la verdad con él.
Ya se iban a completar dos horas de ceremonia cuando, llevado por el sofoco y la repetición de los actos, salí de la iglesia a tomar aire y a refrescar mis pensamientos, si a eso se le podía llamar tranquilidad y aire limpio porque afuera había una atmósfera penetrante de materias primas; se olía una mezclilla de humo de cigarrillo, perfume barato y redundante y pelo quemado producto de algún tratamiento apresurado.
Sin embargo, la salida me sirvió demasiado porque lo que
encontré al salir fue la llave que abrió todo ese infierno, un infierno del que
todos esos angelitos caídos hacían parte.
Estaba yo ahí como si nada, esperando que la ceremonia
acabara cuando de pronto escuche una algarabía. Un grito de pelea y alegato. Me
acerqué curioso y ví que en medio del grupo que alentaba la pelea estaban dos
amigos de Brian que tenían a otro hombre –de apariencia normal-. Ya le habían
pegado puños y patadas y estaba a punto de comenzar un baile mortal sobre él.
—¿Por qué? ¿Por qué lo mato? —gritó desesperado
uno de ellos— por su culpa Brian está muerto ¡Usted lo mató!
Dijo sollozando uno de los que había comenzado la pelea, un
tipo moreno, de un metro setenta, fuerte, musculoso, con el pelo liso y maquillado
con extrema exageración tal vez para cubrir a la bestia que estaba detrás de
esa mascara femenina.
—¡No! Yo soy inocente —gritó desesperado
por salvar su vida el que estaba en el suelo, un tipo de unos cuarenta años, delgado
y en apariencia, inofensivo— yo no le
hice nada a Brian, lo juro, al contrario, él era mi amigo, por eso estoy aquí,
porque lo apreciaba mucho.
—¡Mentiroso! ¡Mentiroso! —dijo otro
por ahí encendiendo más el fuego— ¡Usted lo mató!
Yo no vi una verdadera justificación para tenerlo allí, no sabía
quién era, pero no parecía ser el culpable del accidente. Entonces, apenas vi
que el tumulto se le abalanzaba para matarlo a golpes, intervine impidiendo la
agresión.
—¿Qué pasa? ¿Quién es él? —pregunté deteniéndolos
—Este es el asesino de Brian —dijo el
moreno enardecido, con ojos furiosos y lágrimas escurriendo por sus mejillas
—¿Él lo mato? Entonces ¿no fue un
accidente? —pregunté
—Sí, él fue. Él es el tipo que le hacía
todas las instalaciones eléctricas al local de Brian y él fue el que dejó los
cables mal y provocaron el corto que mató a Brian
—¡No, mentira! —dijo el electricista
desde el suelo— Yo hice esa instalación bien ¡lo juro! Es más, si quieren
llamen ya a la policía, a los bomberos, yo tengo los papeles al día. Ellos
revisaron esas instalaciones y estaban bien, yo tengo los documentos… los
certificados de las revisiones de los bomberos, de la secretaria de salud, de
la cámara de comercio, de todo, si quieren se los muestro. Todas las
instalaciones estaban bien, no pudo ser un corto circuito, además, yo no
instalé ninguna caldera, yo no puse eso. Yo soy inocente ¡no me hagan daño!
Logré dilatar la pelea con el compromiso de darle una
oportunidad al electricista de demostrar su inocencia. Fuimos hasta su casa a
buscar los documentos y certificados de todas las autoridades competentes en el
manejo eléctrico y profesional del local, las pruebas necesarias para demostrar
que las instalaciones eléctricas estaban perfectas y que él había hecho bien su
trabajo. Obviamente la noticia ya no estaba en la iglesia, sino allí, en la
casa del electricista.
Fuimos unos treinta o cuarenta a su casa, mi misión –entre otras
cosas- era la de resguardad la vida del reparador eléctrico ya que tenía la
plena seguridad de su inocencia. El electricista buscó nervioso entre todos sus
archivos apilados en montones ya desordenados antes de llegar, del susto se le
dificultó la búsqueda y la impaciencia entre sus agresores era dinamita a punto
de estallar, pero, por fin después de unos quince minutos encontró los papeles
y certificó su inocencia. Todo estaba en regla, según las autoridades todas las
instalaciones estaban en orden y no había ningún riesgo de corto circuito.
¿Qué había pasado entonces? La pelota rebotó en los bomberos,
en la alcaldía y en todos los mandos que habían dicho que el accidente se había
provocado por un corto circuito. Me di a la tarea de investigarlo todo. Después
de mucho trabajo, de mucha insistencia, de mucho café y de mucha influencia,
logré comprobar la veracidad de los certificados. Todos eran reales y estaban
inscritos en los debidos libros. El electricista era completamente inocente, un
último documento con fecha anterior al mes, dejaba constancia de que las
instalaciones eléctricas estaban perfectas y que el salón de Brian cumplía con
todos los requisitos y no corría ningún riesgo. Conclusión: la información que
un corto circuito había iniciado la explosión que acabó con la muerte de Brian,
era falsa.
Casi de inmediato se armó un pequeño revuelo buscando a los
culpables de esas declaraciones apresuradas y
señalarlo como el verdadero culpable de toda la pereza de las
instituciones. A los dos o tres días rodaron un par de cabezas, incluso algún comandante
mal parqueado cayó entre las víctimas de esas declaraciones y tuvo que dimitir.
Pero lo que realmente se logró, el verdadero provecho que se sacó de todo eso
fue que se obligó a las instituciones a reabrir la investigación y a buscar la
causa exacta del accidente de Brian.
La otra buena conclusión de todo eso fue la comprobación de
la inocencia del electricista que recibió las respetivas disculpas y todo el gremio
de estilista del barrio se hicieron clientes de él y lo apoyaron en el resto
del proceso. La tercera conclusión de todo ese proceso fue que la explosión se produjo
por el estallido súbito de la caldera
que salió disparada contra el cuerpo de Brian. La cuarta conclusión fue que la caldera
por sí misma no tenía la capacidad de estallar de la forma en que lo hizo
aquella noche, si se usaba bien ese instrumento era inofensivo y estaba
diseñado para ser inofensivo. La quinta conclusión fue que la caldera estalló
producto de una manipulación externa voluntaria, es decir, que alguien había
manipulado los reglajes de la caldera para que estallara de súbito. La sexta
conclusión fue que se iban a revisar todas las cámaras del lugar con la noche
de la explosión para saber quién había estado con Brian. La séptima, y última
gran conclusión de esa investigación era que Brian no había muerto por un
accidente sino que había sido asesinado con premeditación.
¡El caso del estilista Brian había dado un giro más que
inesperado! Brian no había muerto producto de un accidente sino que había sido víctima
de toda una maquinaria malsana que causó su deceso. Increíble.
¿Qué era lo que estaba pasando? ¿Quién quería matar a Brian y
de una forma tan metódica? ¿Por qué? Al Brian de más de mil amigos en sus
exequias, uno de todos ellos lo habían traicionado ¿Quién?
Las autoridades estaban tan perdidas como yo en el rastro del
culpable. No había ninguna prueba contra nadie, era el crimen perfecto porque
–de no haber sido por la algarabía afuera de la iglesia- nadie se habría
enterado que hubo un asesino que nos envolvió a todos con su inocencia. El
asesino se había encargado de borrar todo rastro que lo inculpaba ¿Por qué
hacer todo eso? ¿Por qué, si el problema era tan grave que solo lo podía
solucionar la muerte, no podían pegarle un tiro y nada más como con cualquier
otro? ¿Qué más ocultaba Brian detrás de las letras plateadas de su letrero?
La investigación tardó meses, mucho más de lo esperado, pero
al final se dieron los resultados y se halló al culpable, se le capturó, se le
enjuicio y se le sentenció, al autor material claro, porque ahí llegó el
proceso. Vamos para allá.
Se comenzó revisando los videos del día de la muerte de
Brian, en la mañana no pasó mucho, Brian abrió su local a eso de las once de la
mañana, hizo aseo en todo el lugar, bailó con la escoba frente al local
mientras lavaba el andén. A eso de las once y media comenzó el carnaval de
amigos que entraban y salían del local con alegría y una enorme sonrisa,
algunos más que otros, entre los amigos que lo visitaron estaba Alex que
resultó decisivo en la investigación. Alex estuvo con Brian a partir de las
tres de la tarde hasta el momento que cerró a eso de las diez. Lo estuvo acompañando
mientras Brian peinaba y maquillaba a dos mujeres jóvenes que tenían un grado
de algún instituto esa misma noche y a un hombre que las iba a acompañar al
grado y, que se suponía era el padre de alguna de ellas. Alex afirmó haberlo
invitado a salir al estilista, pero Brian ya estaba cansado y en principio no
quiso aceptar. Sin embargo, fue tanta la insistencia de Alex y de algunos otros
que lo estaban rodeando, que finalmente aceptó irse de rumba con ellos.
Alrededor de las ocho y media de la noche, se parqueó una camioneta blanca
reciente frente al local, Brian se subió al carro y estuvieron hablando allí
con el conductor un buen rato. El conductor de la camioneta era amigo personal
de Brian de hacía tiempo, un tipo llamado Ismael Rengifo, de unos sesenta años
que se dedicaba a la venta de productos de belleza y cosmética y que distribuía
sus productos en la mayoría de salones de belleza de la localidad. Conocido por
muchos, pero intimado por pocos, Ismael parecía un amigo más que íntimo de
Brian. Al principio, en las primeras declaraciones, lo negó, pero las
autoridades nunca estuvieron convencidas del todo de su simple amistad con el
difunto. Sin embargo, para el momento de su llegada esa noche, se pudo
determinar que la charla sostenida con Brian había sido en buenos términos,
amigable, amable y sin ningún tipo de connotación sexual.
Después de haber cerrado su negocio, a eso de las diez, Brian
se fue en compañía de Alex y de unos amigos a su apartamento a bañarse y a
cambiarse para la rumba que lo esperaba. Así lo contó Alex en su declaración y así
se pudo comprobar en los videos que siguieron sus pasos.
Casi a las once de la noche salieron de nuevo del apartamento
todos junto a Brian, todos arreglados, mejor vestidos y, en algunos casos,
mejor maquillados que antes. A eso de las once y media entraron a la discoteca
“El faraón”. Por las cámaras internas del local se supo que Brian estuvo bailando,
tomando y pasándola bien a su ritmo durante una buena parte de la noche,
incluso se afirmó que ya no parecía cansado y que su semblante pesado del
trabajo se había transformado a uno de alegría y estimulo constante por la
felicidad que le regalaba la noche y las luces centellantes de la discoteca.
A la una y media de la mañana, Brian salió de la discoteca a
fumarse un cigarrillo, costumbre natural en él que se refrescaba del sopor
interno del local. Allí estuvo hablando con insistencia con un amigo lejano
llamado Román. Y unos veinte minutos después, Brian volvió a entrar a la
discoteca, para salir casi dos minutos después con su chaqueta en la mano,
reencontrarse con Román en la calle y salir caminando juntos hacia el salón de
belleza.
En declaraciones propias, Román Castillo de 26 años había aceptado
haber estado en el salón de belleza a puerta cerrada con Brian desde las dos a
las cuatro de la mañana de esa noche. Confesó haber tenido relaciones sexuales
con el difunto y ser el responsable y propietario de las manchas de semen
encontradas en la ropa de Brian. Pero negó rotundamente haber causado la explosión.
A Román Castillo se le
tomaron varias declaraciones seguidas y se le mantuvo retenido en un calabozo
de la fiscalía durante casi un mes, hasta que se comprobó que Román había sido
el último que había salido del local y apenas minutos antes de la explosión,
también se encontró que Román había asegurado la reja por fuera con una cuña,
que uso previniendo que Brian quisiera salir huyendo del atentado, si llegaba
darse cuenta de este, cosa que –por obvias razones- no se pudo comprobar jamás.
Finalmente, al mes de estar retenido en la fiscalía y con
todas las pruebas en contra, Román Castillo aceptó su culpa, confesó haber
encendido la caldera y haber modificado los reglajes de esta para que se
llevaran a Brian por delante. Fue sentenciado a 35 años de cárcel por homicidio
agravado. Sin embargo, no se encontraron motivos suficientes para que Román
cometiera un crimen tan planeado y metódico, razón por la que los
investigadores decidieron hacer un nuevo pacto con Román para que confesara los
verdaderos motivos del crimen a cambio de una rebaja sustancial en la condena. Después
de varios días de incertidumbre, Román aceptó ser el autor material del crimen
y aceptó haber recibido dinero a cambio de cambiar los reglajes de la caldera y,
por último, también confesó el nombre del autor intelectual del homicidio de
Brian ¿Quién fue el autor intelectual del crimen? ¿Qué buscaba al matar a
Brian? ¿Por qué era importante matarlo?
Las respuestas la próxima semana. Hasta ese entonces. Con
ustedes Sir Richard El atembado.
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