FINAL, EL EXTRAÑO CASO DEL ESTILISTA MUERTO
EL EXTRAÑO CASO DE UN
ESTILISTA MUERTO
POR: SIR RICHARD EL
ATEMBADO ©
CUARTA PARTE Y FINAL
Doy las gracias a La
colcha, parche parlanchín por haberme ayudado a cumplir mi sueño de
publicar mi narración por entregas y a todos ustedes por ese entusiasmo increíble
con el que han recibido mi relato, para mí es un honor escribir y ser leído y,
por supuesto, ser parte de esta colcha que arropa sueños tan sublimes como los
de un artista. Gracias a todos.
CUARTA PARTE Y FINAL DEL RELATO.
A los treinta años, nuestro amigo Brian tenía una deuda tan
grande con sus acreedores como su reputación de rumbero, alegre, fácil
sexualmente y amigo de todo aquel que quisiera acercarse y hablar con él. Ismael
Rengifo sabía todo eso y lo aprovechó de la manera en que más le convino.
Dentro de muchas otras cosas, el caso de Brian dejó al
descubierto toda una red de proxenetismo, drogas y alcohol con cimientos tan
fuertes y estructuras tan bien diseñadas que parecían modelos de corrupción
únicos en el mundo. No lo eran, por supuesto, pero era tanta la organización y
sus partes estaban tan bien sincronizadas que no parecía una red latina
diseñada por maleantes dedicados a los productos de belleza sino, más bien, una
corporación fabricada e implementada por los mejores ingenieros de sistemas en
el mundo, por los cerebros más destacados. En su fondo se parecía a esas calles
de indigentes gobernados por el mal en carne para el consumo del vicio mortal,
solo que esta red en lugar de tener mugre, cartón y pobreza, tenía labial, gel
para el cabello y luces led de mil formas y colores.
Se descubrió que Ismael Rengifo y sus socios no solo
controlaban los bares, las drogas y el sexo de la comunidad gay de la zona,
sino que también tenían redes de toda clase, desde trata de personas a nivel mundial,
hasta redes de sicariato y terrorismo, que podían desde lanzar un panfleto
contra un deudor hasta poner un petardo en algún sitio oscuro si así lo deseaba
el cliente. Sin embargo, todos ellos siguen libres ¿Qué paso? ¿Cómo funcionaba
eso? ¿Por qué quedaron libres?
Nos guiaremos por el caso de nuestro amigo Brian. Como ya
sabemos, Brian había comenzado su experiencia muy joven, aun siendo menor de
edad frecuentaba los salones de belleza con el objetivo de conocer nuevas
personas, iguales a él en intereses y curiosidades que apenas aparecían en el horizonte
de los deseos. Pero en ese mundo no solo encontró amigos y amores sino que
también encontró un mundo frívolo cargado de excesos que lo atraían como las
sirenas a Odiseo y a su tropa.
Brian, como miles de jóvenes, se dejó involucrar en ese medio
sin medir las consecuencias. Se metió de cabeza en el agujero del conejo sin
pensar en su profundidad y en la oscuridad que lo esperaba. Siempre llevado por la bandera de la libertad
y por una comunidad que sostenía sus estandartes con orgullo; que encarnaba la
filosofía de la tolerancia, el buen vivir, la alegría y la rebelión pacifica mientras
despotricaba de cualquier limite o barrera social. Pero lo que Brian no supo en
ese momento, era que con cada paso, con cada mechón de cabello teñido, con cada
pista bailada iba descendiendo, escalón por escalón, en una escalera que lo
conduciría al infierno.
Cuando ya tocó el infierno, tuvo que probar la prostitución para sacar la cabeza en ese mar de llamas, pero su cuerpo ya había sido consumido en la perversión y el exceso. Con el tiempo no pudo seguir ejerciendo porque la competencia era demasiada y el mar se llenaba más de jóvenes como él, incluso las llamas ya no daban a vasto para quemarlos a todos, el crimen se había diseñado tan bien que no solo acorralaba a sus víctimas sino que las victimas aclamaban a los victimarios y los encumbraban en pedestales como si fueran dioses, como dioses paganos en un tierra sin un suelo sostenible. Pero, obviamente, la deuda de él y de muchos no solo no bajó sino que aumentó, condenando cualquiera tipo de esperanza a una hoguera perpetúa.
El bueno de Ismael Rengifo era el demonio o, mejor, uno de
los cuatro demonios, de los cuatro jinetes que cabalgaban sobre los cráneos de sus
víctimas mientras sus víctimas pedían más pisotones y vejámenes, ansiosos -única y exclusivamente- de la aceptación mediática
y social que solo provoca vacíos y corazones deprimidos. Ellos no soltaban a
los jóvenes entusiasmados, al contrario cada vez los atrapaban más y más y,
cuando les debían todo lo que les terminaban debiendo, sus garras no aflojaban
hasta que veían el dinero reembolsado o la sangre que tanta los motivaba a
continuar su perversión. Obviamente a Brian no lo soltó el viejo Ismael,
primero porque no le importaba lo que le pasara a Brian y segundo porque
nuestro amigo tenía un tesoro que Ismael anhelaba, ese tesoro era la red de
amigos del estilista y la facilidad de Brian para convocar gente. Brian era el
tipo perfecto para llevarles a Ismael y a sus socios mas presas que podían
devorar en sus redes de miel, paja, labiales y música ensordecedora.
Brian se convirtió entonces en un reclutador. En la persona encargada de convencer jóvenes y llevarlos de la mano por la escalera del infierno hasta que sintieran las llamas con sus propios pies. Brian se encargaba de guiarlos por ese mundo de ensueños y los abandonaba cuando ya empezaban a oler a podrido, porque –como todo lo dulce- la ternura pudre más rápido que el odio.
Con el nuevo trato ya en marcha y entendiendo las nuevas
funciones de su compromiso. Ismael le ayudó a Brian a montar su salón de
belleza tal y como él lo había querido desde el principio. No se escatimaron
gastos porque la imagen que se quería vender de Brian era la de un tipo
triunfador, feliz, completo, sin miedo a nada un “héroe – heroína” que llenara
todas las expectativas y que descrestara a los incautos que pasaban por allí y
que deseaban caer en la magia para tocar el poder de la bruja. Ismael fue quien
le pagó al electricista por las obras y por los certificados de las
instituciones que después le salvaron la vida. Ismael fue el que ayudó a Brian
a cumplir su sueño, pero a cambio de una pesadilla: de lograr atraer jóvenes
incautos al salón, iniciarlos en el mundo de la excentricidad y, de paso, en el
mundo de las adicciones mundanas.
Así lo hizo, fueron muchos, incalculables para mí, centenares
creo yo. Poco a poco, Brian los introdujo en su mundo y en el mundo gobernado
por Ismael, primero, y como era de esperarse, fue por la curiosidad y el descubrimiento
sexual de estos jóvenes, muchachos que nacieron y crecieron rodeados de una
tendencia homosexual vibrante que era mucho más llamativa que la rutinaria heterosexualidad
de sus padres. Montones se dejaron llevar solo por la curiosidad y no por el
deseo y a los que se les ponían grilletes en las manos para que nunca se
alejaran, grilletes hechos de vicios, de drogas, de libertinaje, de promiscuidad,
de enfermedades, de virus, de alegría.
Luego de la rebeldía al mundo y del abrazo de la libertad,
comenzaba la rumba. Rumba que no podía darse en otros sitios más que en las
discotecas de Ismael, lugar en donde tenían permiso para todo, incluso para
deber porque él les prestaba lo que fuera necesario con tal de que ellos se
divirtieran a gusto. Y Brian, al igual que muchos pastores, llevaba su rebaño y
entraban las ovejas mientras vigilaban de ellos con el respeto al amo y a sus
crueles designios. El gran rebaño del gordo Ismael era cada vez más grande. En
el momento en el que yo terminé mi investigación la cifra ascendía a casi siete
mil muchachos en esa zona de la ciudad y a casi cuarenta mil en toda la ciudad,
todos esclavizados ya por la droga, la música y el sexo.
El proceso de inducción en cada muchacho podía demorar hasta
meses, incluso el año o un poco más, pero nadie en esa red tenia afán, el único
afán era que nadie se escapara y todos los muchachos quedaran atrapados en medio
de las luces, las risas, los deseos y el placer que les proporcionaba una
comunidad que estaba dispuesta a todos, incluso, a destruirse a sí misma. Finalmente,
cuando los muchachos ya estaban enviciados y pervertidos hasta la médula,
pasaban a la lista de ser los nuevos Brian, debían demasiado dinero y tenían
que pagar con algo y, como él, lo único que poseían era su cuerpo, así que pasaban
a engrosar la lista de prostitución y a llenar las bodegas de muchachos que
controlaba Ismael y sus socios y que abarcaban hectáreas enteras en una
sociedad ciega que solo miraba al frente
y hasta la punta de las narices.
Entonces terminó Brian siendo tan culpable como los demás,
solo que, al contrario de los peces gordos del negocio, ya no podía sentenciársele
ni acusársele de nada porque su juicio ya había pasado y su condena también.
Pero entonces ¿Por qué Ismael mandó matar a Brian si pertenecían al mismo grupo?
Sencillo, Brian ya estaba cansado de esa vida. Según sus
amigos, Brian ya estaba cansado y arrepentido de entregarle almas a la muerte y
había decidido no seguir con el negocio y esperar las consecuencias nefastas
que esa decisión le podría traer. Incluso había pensado en la posibilidad de
morir con tal de no seguir guiando muchachos para que se pudrieran como él.
Según sus amigos, Brian estaba deprimido y tenía crisis de nostalgia
cada vez más próximas, debido a la situación de los muchachos que él ya había
entregado. La mayoría de esos muchachos ya estaban demasiado enganchados en el
vicio, en las drogas, ya se habían entregado por completo, incluso sabía de
tres o cuatro casos que ya vivían en las calles y eran mendigos conocidos.
Otros estaban ejerciendo la prostitución en los peores antros de la ciudad e
incluso dos de ellos habían sido contagiados con una enfermedad incurable que
les había costado la vida. Brian había visitado a uno de ellos en el hospital y,
al verlo tan mal, tan demacrado y tan necesitado de ayuda y de afecto, Brian
cayó en una profunda crisis de tristeza que lo llevó a tomar la decisión de
abandonar su lugar en la red y afrontar las consecuencias.
Ismael enfureció con la decisión de Brian y lo amenazó de mil
formas para que siguiera con su trabajo, pero nuestro estilista no aceptó. Ismael
temía que Brian, en un arranque de heroísmo barato, lo contara todo y desvelara
la red que podría a esos jóvenes y que revelara los nombres de las personas que
sostenían esa patraña delictiva. Duraron en discusiones un buen tiempo,
alrededor de unos tres meses, hasta que un día, y por sorpresa, Ismael volvió a
hablar con Brian en tono conciliador, sin asperezas y, tres semanas después,
Ismael le hizo a Brian un regalo para firmar la paz: una caldera para
desinfectar los instrumentos en el salón.
Dos semanas después del regalo, Brian moría a consecuencia
del impacto que produjo la caldera explotada.
La versión coincidía completamente con la declaración de Román,
que ayudó a matar a Brian a cambio de
aceptación, de que se liberara la deuda que él tenía con Ismael y de que lo
volvieran a aceptar en la comunidad y en las discotecas y bares de su amo. Ahí concluyo
el caso. No hubo más.
Después de eso, a Ismael Rengifo se le investigó por el caso,
no se hallaron pruebas contundentes para acusarlo por el homicidio de Brian y
lo exculparon después de unos meses, sin embargo si se encontraron algunas
irregularidades en dichos establecimientos y fueron sellados mientras la
secretaria de salud y los bomberos daban los permisos respectivos para que pudieran
volver a funcionar, como hasta ahora lo hacen.
La declaración de Román y su conclusión no se hizo pública,
de hecho, ni siquiera se incluyó dentro del proceso, de hecho, desapareció de
repente de los archivos y solo una copia (que este servidor logró ver y
escanear) permaneció en los archivos de la fiscalía hasta que –en cierto
incendio del que hablaré en otra ocasión- terminó incinerada y con ella
sepultado para siempre el homicidio de Brian.
Según ese expediente y algunas averiguaciones naturales de
los detectives de la fiscalía, se supo que por lo menos veinte personas más habrían
muerto con el mismo modus operandi de
Brian, todos estilistas, todos por calderas o cortos circuito sin verificar,
todos accidentes, todos amigos de Ismael y de sus socios. Todos comprobables,
todos homicidios premeditados por ese clan delincuencial, pero ninguno
investigado a fondo, ninguno con justicia, ninguno acusando a los verdaderos
culpables ¿Por qué?
Sencillo, porque el grupo de Ismael, dueño de salones de
belleza, de empresas distribuidores de cosméticos, de discotecas, de bares, de prostíbulos,
de moteles, de expendios de droga, de alcohol, de servicios sicariales y de una
infinidad de delitos más estaba conformado por cuatro personas: Ismael Rengifo,
ya señalado; Álvaro Torres Urrutia, comandante de la policía de la ciudad;
Fulgencio Martínez Ordoñez, director de fiscalías del departamento y sobrino
del procurador general y Alejandra Ramírez Ortiz, periodista de enorme
reputación, presentadora y directora del canal de noticias del mismo medio para
el que yo trabajaba y que, en ese momento, era la mujer con mayor influencia en
el país y su palabra era ley.
¿Qué se podía hacer? ¿Quién se atrevía a meterse con ellos?
¿Quién iba a denunciar la pérdida y el homicidio de un pobre estilista
cualquiera? Incluso ahora ¿Quién es capaz de enfrentarse a ellos? ¿Quién va a
ser capaz de denunciar toda la maquinaria criminal alrededor de los jóvenes
homosexuales en los barrios que esclavizan, reducen y matan a la comunidad de
la que se aprovechan? ¿Quién iba a ser el valiente? Imposible. Nadie llega tan
lejos.
Entre Martínez y Torres taparon todos los delitos, no permitieron
que ninguna declaración saliera a la luz y todavía tienen a Román guardado en
el último rincón de una cárcel sin nombre a la espera del cambio prometido de
sentencia o de un balazo que lo silencie todo. Mi queridísima amiga Alejandra, apenas
supo que mi investigación se estaba
profundizando y que estaba a punto de atar cabos, me detuvo y me mandó a cubrir
el mundial de futbol y a las pelotas que jugaban con ellos. Ella se encargó de
seguir con mis informes y de darles “su toque especial” el toque que los hacia
únicos y por los que se ganaba el premio de periodismo y el de farándula cada
seis meses. Ese año la premiaron por esa investigación, de la que ella se refería
como: “El extraño caso de un estilista
muerto” y que hizo llorar más de uno
con la conmovedora escena de la mamá de Brian llorando y la de sus amigos haciéndole
un homenaje póstumo mientras se advertía del riesgo de los cortos circuitos en
los salones de belleza y spa. La muerte de un estilista x, uno más, uno menos,
uno que no valía la pena gastar tinta, letras o electricidad para encender el
computador. Yo me mordía los labios, pero ¿Qué podía hacer? ¿Quién era yo para
enfrentarme a ella? No era nadie, no me había operado los senos, no había
salido llorando por mi honor en primera plana, no regañaba a presidentes
diciéndoles lo que tenían que hacer, no me pintaba las canas de color dorado,
no me había ganado un premio nunca, yo no era nadie, un simple empleado de las
letras y el dolor y nada más. Lo único que me quedó fue esperar a encontrar un
medio en donde tuviera la oportunidad de narrar los hechos sin pensar en un
balazo en la nuca o en la carta de despido. Después de muchos años lo encontré,
por fin lo encontré, aunque ahora temo que ya es demasiado tarde, tan tarde que
ya no vale la pena recordarlo todo.
Brian fue un muerto mas, uno que encubrió sus delitos y su
hampa en sus deseos, en sus caprichos y en su felicidad. El único consuelo que
me queda ahora es usar su ejemplo para denunciar su crimen ante los jóvenes que
pueden leer esto, para que piensen en las consecuencias de su alegría, de sus
caprichos, para que sepan con quien se involucran, para que analicen en donde
se meten y para que procuren no seguir los pasos de la extravagancia sin
sentido, de la felicidad corrompida de remordimientos y de las comunidades que flamean
las banderas engañosas de la libertad y la dignidad. Ojala muchachos, sepan en
donde se meten y no sigan los pasos de nuestro querido estilista.
La próxima semana un nuevo relato.
Sir Richard El Atembado.
EL EXTRAÑO CASO DE UN ESTILISTA MUERTO. PARTE O2
EL EXTRAÑO CASO DE UN ESTILISTA MUERTO. PARTE O1
EL EXTRAÑO CASO DE UN ESTILISTA MUERTO. PARTE O3
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